miércoles, 19 de abril de 2017

TRASPATIO

Por Olbert Gutiérrez Fernández.  

Las guerras también suceden en nuestras mentes. ¿Me entiendes? Hace rato desperté pero sigo acostado. Pienso en la noche anterior, en las palabras del pastor. Dijo que nadie es tentado por Dios y que nuestra propia concupiscencia nos hace caer. Los años en la iglesia no me han sido suficientes. No es lo mismo hacer que tener voluntad para hacer.
Hoy es domingo.
Siento la voz de mi vecina canturrear mientras pone en marcha su lavadora. Tiene veintinueve y es parte de mi problema. Es su día de andar en shorts extremadamente cortos. ¿Vas entendiendo? Tengo miedo pararme. Sé que puedo mirar por las persianas hacia al otro patio y que allí estará ella.

Contramaestre, 7 de agosto de 2015.

RICARDO…



Por Olbert Gutiérrez Fernández.

  …un día de abril de 1958.

   La microonda se detuvo frente la cafetería y don Germán a través del cristal vio como se apeaban de ella sus tres ocupantes mostrando sus rifles. Limpiaba las tazas cuando el capitán y los dos soldados tiraron la puerta y sin decir palabra se sentaron en unas de las mesas del centro. Don Germán conocía al capitán, era un hijo de puta de esos que no creían ni en su madre. Dejó las tazas a un lado y fue hasta ellos. Les sirvió café y fingió una sonrisa.

     -¿Cómo van las cosas?- preguntó el capitán sarcástico, sacando al mismo tiempo un tabaco. Uno de los soldados le brindaba fuego.

     -Todo tranquilo capitán. Usted sabe, balbuceó rápidamente.

     -Más te vale. Más te vale.

   Los soldados le miraron con cierta ingenuidad, por lo que observó no pasaban de treinta años.

     -¿Desean algo más?

     -Por el momento nada, respondió el capitán ahora mirándolo, desafiante, restregándole en la cara el humo.

   Se retiró entonces y desde la barra se sentó en su banqueta. Estos harán lo de siempre: llegan, consumen y se van sin pagar… pensaba.

   El capitán siguió fumando con aire de sicario, cuando entró al establecimiento un chiquillo negro de unos nueve años. Ojeó hacia la mesa, asustado, y uno de los soldados le hizo una mueca.

     -¿Qué quieres Ramoncito?, llamó Don Germán.

     -Buenas, don.  Aquí le traigo el real que le debe mi papá.

     -Tráelo, hijo.

   El muchacho se acercó y le entregó el dinero. Después, sin despedirse, salió corriendo de la cafetería. Don Germán se limpió las manos y fue rumbo al traga níquel que tenía a un lado de la barra. Puso unos boleros y otra vez volvió a su lugar.

   El chiquillo que había salido de prisa siguió hasta unas seis cuadras donde un joven llamado Luís lo esperaba con la puerta semiabierta.

   Cuando lo vio aparecer le hizo señas y el niño ágilmente entró y se cerró la puerta.

     -¿Y bien?- preguntó ansioso Luís.

     -La microonda está parqueada al frente. Dentro hay dos guardias y uno vestido de azul que parece policía.

     Es él sin duda. Nunca falta al café de don Germán por ser apartado y tranquilo, pensó Luís.

     -Gracias, vejigo. Aquí tienes, compra algo y vete a casa con tu familia.

     -Gracias - se limitó a decir Ramoncito cogiendo entre sus manos el dinero. Luís le abrió y el niño se perdió rápidamente.

   Luis levantó el teléfono y llamó. Roberto sentado en el balance de su casa en el reparto Sueño levantó el auricular.

     -¿Luís? ¿Dónde estás? No cometas esa locura.

     -¿Por qué no? El hombre está en el café. Tiene de escolta dos soldados.

     -Aún así. Por ahí hay demasiadas patrullas.

     -Ricardo merece justicia.

     -Tienes razón. Pero te estás exponiendo. ¿Entiendes?

     -Correré el riesgo.

     -No lo hagas: es una orden…

   Roberto no escuchó la voz de amigo nuevamente. Solo aquel sonido cuando de del otro lado se cuelga sin avisar.

     Luís tenía metido en la cintura el revólver y la camisa carmelita se lo tapaba. Lo sacó, observó las seis balas con detenimiento, y suspiró. Cerró la rueda volviendo a colocar el arma en su lugar.

   Se tiró sobre un mueble y pensó en su madre. Dios mío, se dijo bajito y siguió pensando, no quería dejar sola a su madre, pero recordaba, como si fuese fuego quemándole dentro, el cuerpo de Ricardo, su primo, que había aparecido flotando en la bahía con el pecho cernido a balazos.

Las campanadas anunciaban que ya eran las cuatro. Tragó en seco. Se levantó y se arregló la camisa como queriendo quitar las arrugas de la tela, tomó el libro que estaba sobre la mesita de centro.

   El capitán se había quedado embobado escuchando boleros prendido a su tabaco. Sacó del bolsillo del pantalón una pequeña fotografía y la miraba con cierta satisfacción.

     -Me dejó de llamar Armando Rodríguez si esta noche no te pesco, dijo bajito, rabioso, dándole con el dedo a la imagen.

Luís salió rumbo a la cafetería. Don Germán lo vio entrar y acercarse a la barra. Se puso de espaldas a las mesas y se dirigió al viejo que seguía obsesionado dándole brillo a las vasijas.

     -Buenas tardes- dijo con tranquilidad.

     -¿Desea usted algo?

     -Un café bien fuerte, por favor.

     -Siéntese, enseguida le sirvo.

     -Como diga.

   Caminó despacio hacia unas de ellas y se sentó suavemente. El capitán tarareando su bolero no se interesó mucho aquel joven, tampoco los soldados.

   Luís tomaba su taza y con el rabo del ojo fijaba su objetivo. Eran tres, pero le interesaba uno, lo demás sería tratar de escapar. Terminando el café sacó una libreta y abrió el libro sobre la mesa.

    El viejo le interrumpió para recoger la taza, le había dado el día libre a Tito, el mozo que le ayudaba en el negocio. Luego buscó las del  Capitán y los guardias.

 Bajó la cabeza, se estrujó los ojos. La muerte rondaba la ciudad mostrándose en los cuerpos comidos por las auras, en los torturados detrás de los muros, por primera vez había vencido el miedo y comprendía mejor a Ricardo.

   El disparo fue rápido y certero. El Capitán se desplomó y Luís disparó por segunda vez dándole en el pecho a uno de los soldados que ya casi le apuntaba con su rifle.

   Don Germán nervioso se había tirado al suelo desde el primer disparo. Lo único que pudo decir cuando llegaron al lugar otras dos perseguidoras fue que no conocía a aquel muchacho que yacía sobre el piso con un balazo en la frente y mucho menos al soldado que le había disparado y que ahora estaba llorando, tembloso, al lado del traganíquel.

Cañizo, 9 de mayo de 2014.

El Cubo(Cuento)

  
Imagen tomada de Internet

El hombre despertó algo aturdido, como si le hubiesen machacado las sienes. Trató de ubicarse y una intensa luz blanca invadió sus ojos. El lugar en dónde estaba era desconocido. Intentó levantarse, pero no pudo, tampoco le serviría de nada, lo supo cuando vio que se encontraba cautivo en una especie de cubo iluminado por todas partes. Volvió a tenderse. Sintió la frialdad del piso en su espalda; entonces se dio cuenta de que estaba desnudo. Miró hacia los laterales, al techo, a sus pies y no encontró respuesta ¿cómo había sido colocado allí? Hizo unos cálculos y dedujo que aquel cubo mediría cinco o seis metros cuadrados aproximadamente.

   
    En un arranque intentó de nuevo ponerse en pie, sintió mareo y volvió a caer sobre sus nalgas. ¿Qué rayos hago en este lugar?, se dijo observando a todas las esquinas. ¿De dónde viene esa luz?  
 
   Se acostó otra vez y puso contra el piso su oído, luego a rastras hizo lo mismo en una de las paredes. Necesita escuchar algo, descubrir indicios que le brindaran una respuesta. Lo único que halló fue silencio. Parecía que él o los culpables de aquella situación no querían mostrarse. Ya no le dolía tanto la cabeza, al rato parecía que nunca hubiese tenido dolor. Se tiró boca arriba y quedó en esa posición mirando la luz reflejada en el techo. Cerró los ojos y recordó la noche anterior en el bar, lo que bebió, las palabrotas que dijo, los tumbos que iba dando cuando salió a la ciudad envuelta en la noche. De ahí en adelante no más recuerdos, abrió los ojos y estaba dentro de aquel cubo.
     

    La barriga hizo un ruido alertándole que tenía hambre y le pesó haber rechazado el almuerzo que su madre había preparado antes de salir para el trabajo a eso de las once de la mañana. Era custodio en un laboratorio, pero no le dijeron nunca de qué, además tampoco tenían por qué decírselo: tenía que proteger el lugar y lo hacía. Pensó que moriría con el estómago vacío o que tendría que arrancarse los pedazos alimentándose de sí mismo. Le pareció que la idea era muy tonta y echó unas carcajadas.
   

   ¿De dónde vendrá el aire? Se preguntó aliviado de que por lo menos podía respirar.
   

    El miedo erizó su piel cuando otra idea insinuó una duda mayor: ¿Estaré muerto?  Sintió deseos de gritar pero no se atrevió. Se puso en pie nuevamente y caminó hacia una de las esquinas. Echaba una nueva ojeada a la habitación cuando sintió la primera sacudida, su nuca se estremeció contra la pared. El cubo quedó a oscuras y cuando regreso la luz ya no era blanca sino de un rojo que empezó a intermitir con un verde y a cada cambio se escuchaba una melodía  que subía de sonidos agudos a graves. Más o menos al minuto todo volvió a quedar a oscuras y en silencio. Al regresar la luz blanca había algo pegado en la pared de enfrente, parecía una bolsa negra que respiraba; un capullo inflándose y desinflándose suavemente. Su instinto le decía que se quedara quieto, pero no contuvo la curiosidad. Se levantó y se acercó a pasos lentos. Tenía la sensación de que aquella cosa no era nada bueno y desafiante se negó a retroceder. De un momento a otro la bolsa dejó de respirar, se infló tanto hasta explotar y un líquido grisáceo le cayó sobre el pecho haciéndole retroceder. Aquella cosa se retorcía sobre el piso, y fue separando pliegos pegajosos  que simulaban alas.
     

    Era una mariposa, no tenía dudas.
   

    Sin quitarle la vista, se sentó otra vez cruzando las piernas. Al rato extendió el brazo con timidez y el insecto que era mucho más grande que las que había visto,  se le posó en la palma de la mano. Ya no tenía  temor.
   

    La mariposa echó a volar nuevamente sobre su cabeza dándole vueltas y tomando violentamente un color amarillo cada vez más intenso; después explotó en pedazos. Las pizcas de cristal gelatinoso salpicaron su cuerpo desnudo, al tocar el piso se desvanecieron sin dejar manchas. El hombre quedó pasmado, sin embargo la otra sacudida no le dio tiempo a reaccionar. Las luces rojas y verdes regresaron.
 

    Al volver la luz blanca se hallaba frente a él una figura humana que se le parecía. Única diferencia: aquella era totalmente líquida, al menos eso parecía.  La criatura lo llamó por su nombre y pidió que tomara su mano. Él la extendió sin demora, y  cuando ambas se entrelazaron, sintió una paz que no había experimentado durante mucho tiempo.
    

       -¿Quién eres?- preguntó.
Y aunque dijo ´´quién´´, pensó en sus adentros en un ´´qué´´.
      - Soy parte de ti- respondió la boca hecha de agua expulsando algunas gotas que al caer sobre el piso también se desvanecieron.
      -¡Esto no es verdad!... Estás loco.
     -No menciones esa palabra- interrumpió el hombre de agua alzando la voz y las paredes del cubo se oscurecieron.
      -Por esa palabra el mundo está como está
      -¿Me podrías decir por qué estoy aquí?
      -No importa el porqué. Además, ya sabes que esto es un cubo.
      - Estás loco, repitió el hombre.
      -No lo estoy- gritó el agua como si la hubiesen ofendido-. Soy parte de ti, ¿recuerdas?
      -¡Ah! Genial, entonces quiere decir que eres la parte de mí que se preocupa por toda la mierda que ocurre en este jodido mundo. De veras, súper.
  

El hombre de agua quedó inmóvil, mirándolo. Sus pupilas se encendieron y el hombre aunque molesto, se quedó admirándolas por un momento.
   

     -¿Recuerdas la mariposa de hace unos instantes? ¿Qué sentiste cuando se posó en tu brazo?
   

    Pensó antes de responder. Pasó sus dedos sobre el rostro y confesó:
    

      -Dejé de sentir temor.
    -El amor que hay dentro de ti la hizo volar. ¿Sabes qué la destruyó? Yo mismo te responderé: tus dudas.
    -¿Cómo saldré de este cubo?
    -Encuentra la llave.
    -¿De qué hablas?
    -Encuéntrala- repitió el agua y como si se derritiera fue filtrándose inexplicablemente a través del piso hasta desaparecer.
    -¿La llave?- se dijo rascándose la frente-. Esto es una broma, me estoy volviendo  loco   


    Al rato parecía una piedra echada en medio del cubo, una piedra sin explicaciones, respiraba pausadamente, tenía la vista prendida en el techo. El hambre aumentaba y no dejaba de mirar sus muslos flacos, daban lástima, en cualquier arrebato ¿se daría la primera mordida? Todavía en la pared estaba pegado un pedazo del capullo, como para recordarle que no era un juego. Algo le llamó la atención: había dejado de ser negro: ahora era azul como ese cielo que en el fondo de su ser empezaba a extrañar. Suspiró hondo antes de ponerse en pie. Caminó hasta estar frente a él. Introdujo la mano con la esperanza de encontrar la llave. Solo faltaría descubrir dónde estaba la puerta. Sentado uno de los rincones esperó confiado de que su parte líquida reaparecería para ayudarlo, pero no ocurrió. Cansado de esperar con la llave en la mano, se quedó dormido.
      

    Cuando abrió los ojos estaba en medio de una profunda oscuridad. Tenía las manos cruzadas sobre su pecho; donde reposaba la derecha tenía un orificio en forma de cerrojo. Tocó con el dedo una y otra vez. Se volteó y sintió la llave caer. No fue difícil encontrarla, pues dentro del cubo era lo único que resplandecía. La tomó y volvió a tocarse el orificio. Le era incomodo aquello de tener que meterla en su pecho.
   

    ¿Era su corazón la puerta?
   

    ¿De dónde había salido aquel orificio que antes no tenía en su pecho?
 

    Se tocó otra vez y se le hizo algo parecido a una quemadura.
    -Está bien, - dijo.
   

    Acercó la llave al cerrojo y dentro de sí experimentó una extraña sensación. Era como si un horno se hubiera instalado en sus huesos. Le dio vueltas hacia su derecha y su carne se incendió desintegrándose dentro de aquel cubo.

Agosto, 2014.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...