QUIÉN SOY: BIOGRAFÍA DEL EDITOR

El editor de este blog
Capítulo I: Primeros años

(La autobiografía no está terminda ni revisada completamente: Nota del autor)

  Nací el veintiuno de noviembre de 1990 en Contramaestre, Santiago de Cuba, Cuba, momento en que en el mundo casi se terminaba una época marcada por la bipolaridad y la existencia de la Unión Soviética, primer país socialista que sin dudas marcó pautas en la historia humana. Mis padres se nombran Olber Gutiérrez Leyet, nacido en 1967 en Río Seco, antigua provincia de Oriente y Carmen Fernández Aguilar, nacida en 1971 en Baire, aquel legendario enclave de la guerra por la independencia en mil ochocientos noventa y cinco. Mis abuelos fueron por la línea paterna, Ángel Gutiérrez Almeida y Eva Leyet Rondón, por la línea materna Franklin Fernández Garcés y EuvelinaAguilar Fernández. Mis hermanos por parte de padre son Roberlandi Gutiérrez y Angélica Gutiérrez Silva. Por parte de madre Dariana Pelegrino Fernández y Olga Esther Larduet Fernández. Tengo por parte de madre un total de diez tíos y tías, veinte primos de primera generación, veinticuatro primos de segunda generación, diez primos de tercera. Por parte de padre cuatro tíos y tías, onceprimos de primera generación y tres primos de segunda generación. 
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Los primeros años de mi vida los pasé en Baire hasta que mi padre junto a mi madre se trasladaron al municipio costero de Guamá durante los tiempos iniciales del periodo especial que se abriría en la isla después de la caída de campo socialista mundial en diciembre de mil novecientos noventa y uno. Mis padres se conocieron cuando una prima de mi madre la invitó a pasarse unos dias en Cañizo y la madre de esta estaba de mujer del que sería mi auelo paterno. Allí mi papá la vería y se interesaria por ella. Mi padre construyó al final de una de las calles de barrio de Cañizo una pequeña pero cómoda casita en las que nos instalamos. Es de aquel lugar de los que tengo mis primeros recuerdos. Mi madre, según me cuenta, me cuidaba mucho debido al padecimiento que me diagnosticaron al nacer. Mi párpado izquierdo no levanta. Vinieron entonces los intentos de operaciones de las cuales no tengo nociones por haber ocurrido cuando era muy pequeño. Me gustaba desandar como cualquier niño que comienza a descubrir que vive y que alrededor de él suceden cosas. Una de las anécdotas de mi madre: un día me dio un biberón de leche, yo me subí a la cuna, por cierto, una de mis hazañas de aquellos años y me quedé dormido. Mi madre pensó que me le había escapado y preocupada salió a buscarme a través del paraje montañoso y rocoso que se extendía en el terreno en el que se encontraba la casa. Hasta llego a pensar que la macha me había comido. Desesperada a las dos horas, esperando que papá llegase de pescar, se le ocurrió mirar dentro de la cuna en la que yo sin ninguna preocupación dormía plácidamente. Papá era un campeónpescando. Cuando volvía por las tardes con arpón y saco lleno de pescados siempre me llamaba para que estuviera a su lado y luego de limpiarlos recuerdo que los metía en una olla y los hervía. A veces me enseñaba los ojos de los peces, me decía que a través de esas diminutas bolitas que llevaba en la mano eran que ellos miraban en el mar. Ahora, después de grande, ya no como pescado como antes. Mi padre me repite de vez en vez lo osado que era comiéndomelos de la misma olla sin reparar en las espinas que ahora me dan miedo. La relación de mis padres no fue duradera. Mamá regresó a Baire con mis abuelos y yo me quedé con papá que con la ayuda de una de mis tías, me crió por aquellos tiempos difíciles. De la época que viví con tía Isaura, o Mamita como la llaman todos, son aquellos primeros recuerdos de mi infancia que más se han preservado en la memoria. Desde chiquito el monte me hizo alergia. No era pues extraño que casi todos los meses me llenara de ñañaras. Tía se lucía. Machacaba en un pozuelo bastante cundiamor y me pintaba totalmente de verde. Yo, claro abría el guamo hasta casi virarme al revés mientras que mis primas se reían de mí burlonamente. En ese tiempo papá trabaja en la loma con un señor que se llamaba Víctor González. Nada más lo veía aparecer los fines de semana con un burro cargado de sacos con ñames, calabazas, plátanos y otras cosas como la carne de jutía o de puerco que se criaban sueltos en la espesura. Yo me abalanzaba sobre él y recuerdo que me gustaba mucho que me alzara por los aires. Ahora que lo pienso mejor, el archivo más antiguo que tengo en la memoria se remonta creo, en una de esas operaciones a la que fui sometido cuando pequeño. Cierro los ojos y me veo en una cuna del hospital junto a otro niño o niña, rajados ambos en llanto ante las desconocidas enfermeras tal vez extrañando a mi madre a la cual no veía por todo aquello. Estoy parado en la baranda. Mi compañero o compañera me acompaña en el canto. Otro recuerdo: un primo de mamá va al hospital a vernos ella me lo señala por el balcón desde un piso alto. Yo con mi mente niña lo veo súper lejos. Luego me asombra cuando pasados dos minutos atraviesa la puerta. ¿Por dónde subió este hombre tan rápidamente? Me pregunto. Aun no sé qué existen los elevadores y si en aquellos años tomé alguno no lo recuerdo. Bueno, el caso es que lo supe después cuando papá me llevaba a consultas. Cabe destacar que me hicieron una serie de siete operaciones entre el año y los cuatro. En aquella infancia que viví con tía Isaura y papá en el monte trabajando también me acuerdo de mi tío político Eralio Pérez, el padre de mis dos primas y sus familiares de los cuales todavía muchos viven en Cañizo. Mi tío político tenía un caballo y un equipo de música inventado por él al que todos llamaban la Disco Era. Ponía canciones de la década prodigiosa y creo que fueron aquellas pistas en casete las que empezaron a formar en mí el gusto por ese lenguaje universal. El tío me montaba en el caballo y me daba algunas vuelticas. Al lado de la casa se elevaba unas de las tantas lomas que rodean el vallecito en la que se encuentra el pueblo. Yo me escapaba unos cuantos metros y me subía en una piedra que tenía la cima plana. Desde allí gritaba hacia la casa, espiaba a los chivos y vacas que pastaban, observaba los hongos etc., oía las historias que me decían que en el monte ocultos estaban los perros jibaros, otros perros que se comían a los animales de corral, que en el monte también se escondía el Cuco para llevarse a los que se portaban mal. El cuento del Cuco me lo contaba la vieja Rita que vivía de la parte atrás de Tía. Ella se divertía con mis preguntas y ocurrencias. Me daba refresco de anón y otras frutas por lo que es de imaginar las veces en que la visitaba con frecuencia. Me orinaba en la cama a veces. Soñaba que el tío me llevaba en su potro. Le pedía permiso para bajarme a orinar, y mientras lo hacía pálidamente en una de las esquinas del camino, así era el charco que se formaba en la cama. Al despertar y con miedo a que mi prima Eva me echara para adelante tiraba las sabanas creyendo que mi tía no se daría cuenta. Al principio me sonaba para que yo me levantara a media noche pero con el miedo que le tenía a la oscuridad ni loco lo hacía. Tía me dejó por imposible. Con el pasar del tiempo dejé de hacerlo. A los cuatro años y pico mi padre me llevó a la loma. No puedo acordarme con exactitud cuántos días fueron. Desde aquellas alturas el mar parecía inmenso. El pueblo, un puntico. Fue a esa magnífica edad que me interesó por primera vez el sexo femenino. El viejo Víctor (el señor que trabajaba con papá) tenía una macha y yo me dedicaba a pastorearla. Instinto o influencia: no lo sé. Lo cierto es que cuando pensaba que nadie me estaba mirando le daba cintura desnudo a la pobre. Un día quería ir detrás de mi padre que me dijo que de eso nada. Salió a todo galope en un penco y le caí atrás por el mismo sendero por el cual había cogido. En ese empeño y, al coger una curva, y me fui por un barranco. Mi salvación fue una raíz de la que me agarré evitando irme al fondo. Cuando al fin estuve en el firme nuevamente sentado en el sendero me puse a llorar. Sentía pánico de haberme perdido en el fondo de aquel pedregal y que nadie jamás me hubiese encontrado. A mi padre nunca le conté lo sucedido. Papá volvió a juntarse con una mujer curiosamente llamada como mi madre. Ella cuidó de mí y a su lado ocurrió esto que nunca olvidó: resulta que Carmen tenía una radio vieja encendida. Me dijo que estuviera lejos de ella y que no la tocara. Yo impresionado, por no entender todavía por qué la gente hablaba por aquella cosa esperé a que mi madrastra se fuera al patio y comencé a toquetearlo. Quiso el destino de que el cable de alimentación tuviese algunas peladuras. Al contacto de mis deditos con ellos hice el gran descubrimiento de la energía eléctrica o sencillamente corriente en buen cubano. El raquetazo me estremeció de pies a cabeza. Carmen oyó el grito y entró corriendo. Al entender lo ocurrido lo más que pudo hacer fue reírse ante mi seria mirada. De las madrastras que tuve ella estuvo entre las más estimadas. Uno de mis primos subía a la casa los fines de semana para pasarse el viernes tarde, sábado completo, domingo mañana y bajar antes de que oscureciese. Eran horas en las que nos pasábamos de juego en juego lo mismo que a las bolas, a las escondidas, que a los trompos. Claro, de vez en vez una que otra riña por cosas que nos regalábamos y luego molestos nos las quitábamos. En Cañizo fue donde inicié mi vida escolar. Hice mis primeros meses de preescolar en la pequeña escuela rural Arquímedes Colina Antúnez fundada en la época rebelde. Esos pormenores van a partir del próximo subtítulo.

 Capítulo II: Escuela Primaria
Septiembre de mil novecientos noventa y cinco. Mi primera maestra se llamó Miriam. Sus apellidos no los conservo en mi memoria. Todos la conocían por Mirita. Habían más maestros que con el tiempo me darían clases tales como Wilson Ávila Larrea, Marla Castañeda Guilarte y otros. Allí conocí a diferentes niños del barrio de los cuales me hice amigos y enemigos. Recuerdo que entre los juguetes habían martillos de plástico. En uno de los recesos una chiquilla llamada Yuliet me molestó. Seguido del martillazo en su frente la seño Mirita me encendió las piernas. El martillo era rojo no se me olvida. La merienda que se me preparaba en las mañanas tenerla al lado era una tentación. Rara vez llegaba completa a las diez y si no el pomito con la limonada estaba a la mitad y el pan con aceite bien pellizcado. Por aquellos días vino mi mamá a buscarme. Recuerdo que por el trillo que subia por la lechería venía subiendo mi tío político acompañado de una mujer. Me lancé a la carrera para alcanzarlo. A él le di un abrazo, a la desconocida no. Entonces ella me preguntó que si no la conocía. Había pasado un año sin verla. Mamá cuenta, porque en ese momento no lo percibí, que se le salieron las lágrimas. Juntos llegamos a Baire donde en el reparto Vista Alegre empezamos a convivir en la residencia de mis abuelos. Vivian allí también gran parte de mi familia. Más o menos a medio kilómetro se encontraba la escuela primaria Ramón Gómez Silveira donde según mi expediente escolar, fui registrado en el curso 1995-1996 cuando el director de dicho centro era Carlos Chacón Naranjo. En aquella escuela la maestra que me enseñó a leer y a escribir se llamaba Juana. Gracias a sus enseñanzas y a aquellas ganas que me entraron unidas a los turnos de biblioteca, se inició en mí el vivir de los tantos conocimientos que guardan los libros. Los primeros libros que leí fueron las colecciones de cuentos populares como Caperucita Roja y fábulas en volúmenes soviéticos. Luego, a sudebido momento llegaron los de piratas y aventuras como el clásico Tom Sawyer o del legendarioSandokan. Allá también conocí a muchos niños a los que incluso hoy sigo viendo. Recuerdo del primer grado aquel octubre cuando ondeó en mi cuello la pañoleta azul, recuerdo la obstinada decisión de la bibliotecaria en que nos las amarrásemos correctamente al extremo de prohibirnos el receso. Y, hablando del receso inolvidable es el sonido de la campana que sonaba el director durante los diferentes horarios del día. En Barrio Mocho, el otro popular nombre del reparto, las calles eran de gravillas. Fue en aquellas calles en donde aprendí a caminar descalzo. Vivía metido en los naranjales pegaditos a mi casa. Me fajé por vez primera en una de las esquinas. A veces me iba con el abuelo Franco a visitar el conuco que tenía y en el que sembraba maíz preferiblemente. Cuando recogía la cosecha venían los calderos de harina con o sin azúcar, los tamales, los potajes de frijoles, arroz con quimbombó, las yucas hervidas, los boniatos con leche de vaca etc. A los naranjales me iba con los socios del barrio. Cualquiera de nosotros nos llevábamos un cuchillo. Allí pelábamos naranjas de vicio hasta hartarnos siempre vigilantes. No vaya a hacer que se aparezca la vieja Angélica, la dueña de todo aquello. En el primer grado tuve una noviecita, la primera de mi existencia. Se llamaba Yarisleidis y yo simplemente como todo el mundo le decía Leidis. Me hacía recordar el nombre de mi prima. Ella y yo andábamos todo el tiempo juntos. Los maestros en la escuela sabían que éramos novios y aunque nos veíamos todos los días vivía escribiéndole carticas. Ya han pasado más de veinte años. Aun hoy la sigo recordando. Fue una de las experiencias que guardo de mi niñez con gran cariño. Por las noches un piquete inmenso nos reuníamos en los postes con luz para jugar a las escondidas o al cogido. Veíamos los muñequitos en la casa de mi tía, siempre y cuando claro, que no se fuera la electricidad o mi abuelo no se le antojara ver el boxeo o la pelota. Me fui creando, viendo películas en VHS o TV el amor y la pasión que tengo por el cine. En el curso siguiente 97-98, mi mamá daba a luz su primera hija. Por aquellos días recién nacida Dariana ocurrió un hecho del que tengo en mi espalda el recuerdo. Tengo fresco en la memoria cuando abuelo con machete en mano picó un gajo de naranja de la mata que había en el patio de la Tía Milla. Como a los dos o tres días en medio de un aguacero nos encontrábamos una amiguita y yo en dicho patio. Yanara se percató de dos naranjas maduritas en lo alto. Ella se subió y tomó la suya. Yo le reclamé por qué no las dos. Me subí entonces a coger la mía. Resbalé y caí contra el rama picada. Me rayé la espalda. Unos centímetros más adentro y hubiese quedado enganchado a unos metros del suelo. Mi mamá recién parida me cargó hasta que uno de los vecinos la socorrió. En el policlínico me curaron y mientras viva llevaré la marca. Mi maestra de segundo se llamaba Milagro Ginarte a la que aún veo en Baire cada vez que retorno. En ese curso fui al cine del pueblo. No se me olvida que a mitad de la proyección se fue el fluido eléctrico dejándonos embullados. En una ocasión mi mamá me castigó. Yo había quedado en ver Anaconda, de estreno en esa época. Mamá me dejó acostado y cuando tuve el chance me tiré por la ventana y salí corriendo. En medio de la visualización se apareció mi madre con cinto en mano. Mis canillas temblaron y paticas pa que te tengo. Cuando se me aflojaban los dientes la moda era atármelos con un hilito. Pagaba mil dólares (Si los tuviese, claro) quien me cogía para halármelo. Me atrapaban sí, desprevenido. Entonces toda la familia se divertía con mi gritería y mis cómicos pedidos de auxilio. Para inyectarme en la escuela, igual. Pero, volvamos a preescolar antes de comenzar primero. Ese verano volví a Guamá. Recuerdo que la guagua cuando pasó por Cañizo hizo la vista que me diera nostalgia. Vine con mamá a visitar una de sus hermanas que vivía en Marañón lugar ubicado un kilómetro antes de llegar a Chivirico. Regresamos a esta parte porque este recuerdo fue importante en mi vida. Los dos meses de aquel verano se resume en lo siguiente: En el Marañón vivía un hombre llamado Omar Platero, profesor que me hizo aprenderme, a la magnífica edad de cinco años, la grandiosa habilidad de de aprender a amarrarme los zapatos. Mi madre se desesperaba tanto que, con dureza me increpaba a que me los amarrara. Platero pacientemente me enseñó el procedimiento. Otro día quisieron montarme en un bote y yo, temiéndole al mar, formé tremenda gritería alegando que se hundiría. Sin embargo me gustaba una playita que detenía mi atención en el cayo largo de arena blanca que tenía en el centro. En dicho pueblo de Guamá participé en un cumpleaños en el que me gane un avión de juguete. Volvería luego en dos mil cinco. Historia que contaré a su debido momento. En tercer grado mi padre me trajo de vuelta con él donde volví a incorporarme a la Arquímedes Colina Antúnez, ocasión en la que tuve de maestra a una santiaguera, MarirylínReginfo. Regresaron las viejas amistades de aquellos meses en preescolar. Todavía estaba allí Yuliet, la niña del martillazo y otros a los que fui descubriendo. Una vez en este grado fuimos a una excursión al río del que toma nombre el barrio y nos detuvimos en una posa de nombre Luz Marina, por la señora que aún vive del lado de arriba, de la que soy amigo. Un chama del aula, Robertico, haciéndose el bárbaro, se tiró a los más profundo sin saber nadar. Si no llega a ser por unos de los de quinto que se lanzó a sacarlo se hubiese ahogado. Las disputas entre los alumnos  casi siempre acababan en riñas en las que Wilson las terminaba quitándose el cinto o repartiendo cocotazos con un anillo de hierro que tenía. El cuarto grado lo hice con la misma seño. Cabe destaca que desde primero nunca me interesaron las matemáticas y por ende mis notas en esa materia muy bajas. Todo lo contrario en cuanto a las letras y las nociones de historias. Si la memoria no me falla fue por esos años en la que la TV se enfrascaba en llevarle a los niños una programa que llevaba por título Mi TV. Eran variadas las propuestas pero yo las disfrutaba todas. La escuela no contaba con la seguridad que se necesitaba y el televisor lo guardaba el profe Wilson en su casa. Allí era donde se sentaban los grupos cuando les tocaba su turno. A veces nos centrábamos en la mata de mango tan deliciosa que existía (y aún existe) en el patio que a pedradas limpias tumbábamos el fruto. El líder era Ernestico, un pariente, que por lo mal que se portaba le apodaban Satanás. Lógico en que casi todos teníamos nombretes y apodos. Algunos me decían Cíclope por mi problema. A uno cuatro ojos por los espejuelos a otro El Científico. A una niña súperdesarrollada para su edad y poco descuidada con sus axilas: Mofeta. Algo curioso y, al mismo tiempo lección que me enseñó fue lo que me pasó con esta última en el quinto grado. Por ese entonces mi maestra era otra santiaguera inolvidable ya mencionada en este texto, Marla Castañeda Guilarte. Marla me agradaba y frecuentaba mi casa que ya no era la de mi tía, sino una más humilde en lo alto desde donde se divisaba la escuela. Mi papá desde hacía rato se había convertido en vendedor de escobas para lucharla y tenerme un plato de comida. Resulta que a la muchacha súper desarrollada para su edad todos los varones la rechazábamos y así, un día tuvo que sentarse conmigo. Aquella situación me cayó como un patada en el buche. Los demás se burlaban y yo con mal carácter la ofendí. Marla oyó mis palabras y me castigó todo un mes con ella. Claro, el mensaje no me llegaría hasta llegar a la madurez. Recuerdo que la maestra me mimaba. Una vez me preguntó qué yo quería ser cuando fuera grande. Todavía no me olvido del dibujo que realicé para mostrárselo. En mi cumpleaños diez me escribió una cartica que guardé con recelos los años siguientes hasta que esta desapareció de forma misteriosa. Fue en aquella época en la que aprendí mis primeras lecciones de historia de Cuba. Había una chiquilla de cuarto que me gustaba. Yo por temor no sabía cómo escribirle para que me diera el visto bueno. Marla me ayudó a escribirla y cuando pensaba que jamás sería mi novia ella me dijo que sí. Cometí el error de escuchar a uno de los de sexto que empezó a decir para fastidiarme, que Marlen era su novia, no la mía. En el medio de la placita nos engrinchamos. Mi papá se enteró y, unido a los fuetazos que me dio, aprendí que el hombre que se respete no se faja por mujeres. Terminado el curso otra vez me fui a Baire para cursar el sexto grado. Mi madre tenía recién nacida a su segunda hija. Se me olvidaba comentar que en noviembre de mil novecientos noventa y siete mi hermano por línea paterna RoberlandiGutiérrez Suarez. Mi padrastro de aquel entonces era una persona un poco conflictiva, nunca me agradó, al menos mientras fue mi padrastro. Tuve con él algunos encuentros fuertes,pero niño, al fin qué podía hacer. Mi maestra ahora se llamaba Magali, de la cual, a la hora de escribir esta autobiografía, he descubierto que en mi expediente la misma nunca puso su nombre al final del resumen. Lo más relevante de este periodo lectivo son las siguientes anotaciones: Sexto grado fue el año en el que tuve la oportunidad de qué era una computadora, mirar desde lejos, pero sin hablarle, a mi antigua novia y hacerme más amigo de Mislén, la que todo el curso se sentó a mi lado. También estaba Dayán. Amigo con el cual conservo en la actualidad amistad. Mi madre y la de Dayáneran (o son) buenas amigas. Recuerdo que a Mislén la conocía desde el primer grado, al igual que a su primo Papo. En el verano de dos mil uno la volví a ver en un despenque de maní. Sembrado entre las guardarrayas que había en el naranjal al lado de mi casa. Yo acompañaba a unos de mis tíos, ella a su familia. En aquellos surcos le comenté que aquel 3 de septiembre estaría en la escuela. Lo último que me dijo fue, al despedirse de mí, que allí nos veríamos. Efectivamente ambos cumplimos con nuestras palabras. Nadie fue conmigo. Yo solito me presenté en el aula y como por arte de magia me dieron todos los libros. El maestro de computación se llamaba Israel. Todavía me ve por ahí y me acusa de ser yo el que le rompí una de las máquinas con solo ponerle las manos al mouse. Acusación que ha trascendido como es de ver. Por ser el último en llegar la seño Magali me puso un número: el 21. Aun hoy me cuestiono el porqué de que siempre tenía que ser yo el que fuera al pizarrón a responder las tareas, que por supuesto, nunca hacía. Teníamos unos canteros que atendíamos por las tardes, especialmente los viernes. En las inspecciones que se hacían para ver qué grupo se ganaba la emulación, Mislén escondía mis libros desaforrados debajo de su saya.En el aula tenía el alias de Chivo. Les arrancaba a las libretas hojas y las masticaba. Por esa original costumbre la maestra me levantaba actas y más actas. Decía que yo era un sinvergüenzas y para que no me hiciera el chistoso me obligaba a aprenderme señores párrafos del círculo de interés que hablaba sobre José Martí. En educación Física era el mejor portero. Me tiraba en las porterías como lo hacen en las películas y me estrellaba en la tierra colorada si ningún tipo de problema. Recuerdo a Tata, la chiquilla de pelo rubio del Sexto B, famosa por ser entre todas la que ya tenía téticas. Todos querían ser su novio. En las noches abuelo Franco se levantaba y me daba vueltas. En las mañanas nadie me daba el de pie. Yo esperaba que abuela estuviese colando y salía descalzo hasta la cocina. Las clases eran hasta las doce. Iba a almorzar hasta la una y cuarenta y cinco en el que me entretenía escuchando Así Se Forjó La Patria espacio transmitido por Radio Progreso. Los fines de semana me instalaba en casa de una de mis tías llamada igual que la maestra. Donde vivía corría en los buenos tiempos un manantial adonde los que buscaban diversión iban a parar. Por aquel entonces mi primo Wendy tenía un año de edad. Tía Magali era dueña de un Krim 18 en el que los domingos esperaba La Matiné Infantil.Pensaba a veces que no llegaría séptimo. Tenía miedo de enfrentar la prueba de  final de matemáticas la cual aprobé con escasos 74 puntos mientras que la más alta fue Historia con noventa. Donde quiera hacíamos comentarios de aquel salto tan relevante que era pasar de primaria a secundaria. En la última se abrían nuevos horizontes. Conoceríamos más gente de otras primarias, tendríamos un profesor por asignatura y más impresionante aún, cambiaríamos el uniforme rojo por uno amarillo. La  ESBU Willy Valcárcel Portales era mi destino.  Destino que jamás se cumplió pero a eso llegaremos en su debido momento. Al inicio de julio de dos mil dos fueron entregados los certificados que nos acreditaban como alumnos primarios finalizados. Ahora, a preocuparnos por los bonos del nuevo vestuario y, a esperar de nuevo septiembre con verdaderas ganas. Durante el sexto mi padre no se desvinculó de mí.  Iba todos los meses a ver cómo me trataba la vida y a llevarme los materiales de estudio que, por cosas de administración me tocaban por Guamá. En agosto se apareció para llevarme con él. Haría mis estudios secundarios en la comunidad de Caletón Blanco a dos kilómetros de Cañizo. La escuela se llamaba Ciro Redondo García en donde fui incluido en un 7mo C por ser la matrícula muy grande. De ahora en adelante volvería a pisar tierra contramaestrense en lo veranos y semanas de receso docente. Suceso que esperé con ansias porque jamás saqué a Baire de mi corazón. Recuerdo el acontecimiento en el particular. En él mi papá jugó el dinero de mi nueva mochila y aparentemente lo perdió. Aquello me disgustó pero papá argumentó que no era así. Ya mi tía, la que me había criado cuando pequeño ya no estaba con el tío político. Papá antes de salir de Baire conmigo me había hecho el comentario de que estaba juntado con una mujer que yo conocía llamada Mercedes Veranes y que viviríamos con ella.



Capítulo III: Secundaria Básica
Recuerdo la caminata que dimos los de séptimo junto con los de octavo  noveno entre los cuales se encontraba aquel primo que en antaño a jugar conmigo y mis primas. Antes de continuar quiero regresar a los siete para contar otra de las cosas que olvidaba. Sería imperdonable si no la mencionase. En el barrio abundaban las casas cultos y fue en una de ellas en la que conocí que Cristo existía. Punto clave en el que basaré luego algunos datos de mi historia más reciente. Nunca he creído en las casualidades y que Él me hiciera conocerlo tan temprano tiene sentido. Una señora que se llamaba Esperanza y que vivía en una de esas casas me regaló una revista de historietas que enseñaban quien era Jesús, por qué había muerto en la cruz casi dos mil años atrás. Guardo con gran placer el recuerdo de aquella publicación aunque no la haya conservado. Se titulaba La Historia Más Importante Del Mundo. Cuando hice tercero, cuarto y quinto grados en Cañizo asistí por buenas temporadas a una casa culto que era pastoreada por un joven llamado Lázaro y su esposa. Ambos naturales de la Isla De La Juventud. Por aquellos días estaba de moda el temor de la llegada del 2000 en el que supuestamente el mundo tocaría su fin.  Recuerdo aquel 31 de diciembre de 1999. Antes de que llegara las doce de la noche en un callejón del pueblo pedí al Señor perdón por todos mis pecados. Gracias a su misericordia y aunque en realidad sí se les acabó la vida a millones de personas aquí sigo en pie pasadas casi dos décadas. Algo similar ocurría con 2012 según el calendario maya. Retornamos a 2002. Influenciado por las películas de aventuraslos fines de semana me perdía por el monte a jugarme ser Indiana Jones o cualquier otro. Recuerdo haber tenido un viejo sombrero de guano y una soga. A veces salía en eso de las diez de la mañana regresando pasadas las cinco o seis de la tarde envuelto en puro aroma de mataperros por andar metido en el sao. Mi profesor guía en séptimo grado fue un señor llamado Armando Rubio al que años luego, antes de su jubilación tendría de compañero. Fue en aquellos días mi profe de matemáticas. Recuerdo de veras cuando en clases de álgebra y trigonometría me mandaba a la pizarra y yo no sabía qué dirección coger con tiza en mano. El director de entonces obligaba a los estudiantes de cerca (dos o tres kilómetros a la redonda) a caminar a patica. Mi papá me daba tres pesos diarios para que los administrara y merendara en la chupita que estaba al lado de la escuela. Ser ya un adolescente era un reto. Pasaba al igual que mis compañeros por aprendizaje y complejidades. En aquel primer curso me enamoré de una de mis condiscípulas. Era una gordita de la que me gustaban sus ojos e hice lo posible e imposible para que me aceptara. En octavo me ripiaron una cartica en pleno rostro. Estaban en las aulas de moda los VHS como parte de una estrategia para apoyo en los docentes. Las tele clases duraban treinta minutos. En ocasiones nos entreteníamos, en vez de verlas como estaban establecidas, a proyectar filmes o conciertos tales y de la talla de Michael Jackson o clásicos de Spielberg que de una manera u otra seguían educándome el gusto por el cine. Especialmente por las de ciencia ficción. No olvido nunca a mi profesor de Inglés Juan José Benavides ni a la de Historia Antigua Iraide Paumier. La relación de mi papá con Mercedes empezó a caer en decadencia hasta que termino. Salí para la escuela una mañana desde su casa y por la tarde subir para mi nuevo hogar. Allí residiría alrededor de siete años. A Mercedes Veranes seguí tratándola y nunca dejé de llamarla tía. Luego mi papá empezaría una amistad (que no llegó a nada) con una profesora de computación de la secundaria que, dicho sea de paso, trabajó por todos los medios a que yo me enderezara en algunas cuestiones. Teníamos en octavo las horas matutinas libres. Al mediodía cogíamos el viaje de las doce que valía 45 centavos. Era una jodedera lo que se formaba en el bus. Tanto así que las quejas llegaban constantemente a los profesores y directivos de la ESBU. La gente nos metía a todos en el mismo saco. Yo me cuidaba de los grandes y abusadores. Todavía no era un chico bien despierto ante las maldades. En oportunidades le tenía rechazo al aula. En noveno mi profesora guía fue un docente recién graduada. Su nombre era Yamilka González Oro. Ahora entiendo ue lidiar con caracteres tan diversos en un solo espacio es muy difícil. Quizás por eso la Yamilka tenía el suyo prendido para aquel que se hiciera el loco. A pesar de esto era tremenda fan a traer a la escuela películas que me sirvieron bastante. Cuando el director se enteró argumentando que aquellas acciones atentaban contra el aprendizaje las prohibió. Rebeldes entones no faltaban quien se parara en la puerta velando las rondas que se hacían para evitar los autocines en época de clases. No hay ninguna escuela en que los docentes sean odiado por algunos alumnos generando esto que como forma de defensa los últimos le pongan apodos a los primeros. En la Ciro no fue diferente. Solo hago mención de esto pero no iré a los detalles. Hasta el administrador del comedor obrero cogía su chuchazo por lo gordo que era. Y, ahora que lo recuerdo, en dicho comedor ocurrió unas de mis broncas con un chama del barrio. A Yuri le gustaba sacarme de las casillas para que me molestara. Aquel mediodía inolvidable, arrebatado, la bandeja de chícharo con arroz fue a estrellarse contra su pecho. Embrollados en el piso nos separó Juan José a base de palmadas por la espalda. Al final fuimos castigados de dos formas. Una: fuimos expulsados del comedor y dos: le echamos agua a los jardines por una semana. En lo personal disfruté las clases de inglés seguida de las de historia que era mi asignatura preferida. Juan José llegaba al aula con puntero en mano y cuando nos lograba atrapar la atención nos daba los buenos días, luego decía: Thisismyfriend Pedrito. Pedrito, mystudents. Vamos a comenzar. Ocurría entonces que en eltranscurso del turno Pedrito, el puntero, se estrellaba en las piernas y hombros de aquellos que osaran a sabotear la clase. Yo de vez en vez me entretenía dibujando en la libreta cualquier bobería. El Negro pasaba de largo para el final. Cuando regresaba me sonaba el palazo en hombro.Los sábados y domingo me perdía con los socios de todos los barrios para el campismo justificando en que allí nos encontraríamos jebitas o quizás a algún turista olvidadizo dejara sobre la arena algún reloj o cadena   Al final de noveno nos reunieron a ambos grupos. A la mayoría nos dieron la opción de Preuniversitario pero por cosas del destino, digámoslo así, acabé en un Politécnico estudiando un técnico medio en Forestal. Salí tan molesto de la secundaria que sólo al concluir el décimo grado (El primer año de cuatro), fue que recogí el certificado de noveno. Faltaría hablar ahora de las jornadas veraniegas  en las que volvía a Baire. Estas fueron las de dos mil cuatro y dos mil cinco ya que la de dos mil tres me la pasé en la playa. En la de dos mil cuatro me junté con Enrique, un viejo conocido del barrio, cristiano al que le gustaba enseñarme las historias de Dios. Él también visitaba hermanos distantes. Recuerdo la vez que fuimos por toda la línea del tren hasta Jiguaní. No sentimos el camino porque íbamos conversando y filosofando. Cuando no iba con él me juntaba con el piquete del barrio para el río en el cual nos gastábamos las energías. En las noches mi diversión era la televisión con sus espacios cinematográficos que alimentaban mi imaginación. Rara ocasión me paraba en las calles donde había quienes vivían borrachos y todas clases de prácticas que no me llamaban. Yo gustaba de la lectura, parámetro que daba sus frutos  pero no de forma profunda. Disfrutaba estar con mis abuelos y visitar a mis tíos y primos. En 2005 ya me estaba preparando para una nueva etapa: la del estudiante becado. Los rumores que escuchaba no eran los mejores pero aquello era inevitable. Odiaba que llegara ese septiembre. El criterio de algunos se basaban en que yo no debería ir para un politécnico sino para un lugar mejor. Situación que me creó cierto complejo. A esto se unía los ejemplares ya conocidos del Yuri y del Jaciel, estudiantes no muy dedicados al estudio y de mala reputación. La madre de este último me cuidaba en cuarto y quinto cuando mi padre tenía que salir a Santiago en las ventas de las escobas. Jaciel se las daba de listo y me hacía bromas. En especial en el puente de Cañizo donde se unen el río y el mar. Allí tragaría algunos buches de agua en las luchas que inocentes comenzaban. Con Jaciel fue que llegué al IPA Raúl Moreno Blanco un pueblo buscando ya las estribaciones de la Sierra Maestra. Mi estancia en dicho centro me haría aprender en disímiles sentidos.



Capítulo IV: Politécnico
Con un maletincito algo viejo y con los pertinentes efectos necesarios subí la lomita. Me acompañaba como ya escribí Jaciel Dehesa Medina. Tenía las referencias que el IPA quedaba a cuatro kilómetros de Sevilla, lugar en el que debería quedarme cuando viajase por la libre o las guaguas no dejasen allí sin subir a la escuela. Recuerdo que nos recibió un profesor llamado Alexander De La Paz. Llegados al dormitorio ambos nos tomó el nombre y enseguida me encomendó la tarea de velar por las cosas de los que ya estaban ahí. Las cuartelerías se realizaban de siete de la mañana a las siete de la mañana del otro día. Aprendería a odiarlas al igual que las limpiezas y las guardias nocturnas, especialmente las de doce de la noche a dos de la madrugada, de dos de la madrugada a cuatro. Aprendería también a dormirme bien tarde para no ser objeto de las maldades de los de segundo o tercero. La primera maldad, que me alertó cómo eran las noches, me la hizo Ricardo, un chamaco que hasta los propios profesores le tenían una especie de respeto. Ya a las diez de la noche estaba del sueño que me mataba. Después del pase de lista caí rendido. Al rato desperté con los ojos irritados. Ricardo me había puesto un tabaco crédito encendido, de los que se venden en la bodega y el humo me estaba molestando. No fui el único en caer en sus maldades. Todos los de primero, o casi todos, le cogimos mala voluntad. En diciembre de 2005 Ricardo se electrocutó en su barrio. Unos días después del pase de fin de año lo vi por última vez. Pasé en un particular y él iba por la carretera con un machete en la mano. Las clases eran distintas, los profesores igual. Unos amigables, otros no. Conocí en el IPA a una profesora llamada Marylín. Marylín fue (Y todavía es) una de mis mejores amigas. Su amistad ayudó al adolescente que era a madurar. Mientras la mayoría estaba por la escuela sin mejor nada que hacer yo me la pasaba en la biblioteca devorando libros y más libros. Otra amistad fue la que conservo aún con un condiscípulo mío, Eduardo Carro La Rosa. Nos vimos en séptimo grado. Nos caímos mal. En el monte trabamos fuerte amistad y nos cuidamos uno al otro. Nunca fui ajeno a hacer algunas de las mías. Una vez, cuando el hambre apretaba, un grupo liderado por un tal Pedro del cual no recuerdo sus apellidos, nos robamos una gallina bien gorda. La cocina del IPA se mantenía con tizones encendidos para que cuando empezaran las labores en la mañana fuera todo más rápido. Allí nos reunimos el piquete y en eso fuimos sorprendidos por nuestro profesor guía.
   -Oye Pedro, ¿qué ustedes hacen aquí?
   -Nada profe, estamos asando una palomita.
   -¿Sí? Una palomita con esas plumas –sentenció el profesor alumbrando con la linterna.
Plumífero que atravesaba el jardín del albergue, plumífero que propenso estaba a ganarse un botazo. Otras de las diversiones eran pasadas las once. Burlábamos las guardias para cruzarnos al dormitorio de las hembras. Si te pegaban te la pasabas la madrugada entera echándole agua a la plaza. En el verano de 2006 escribí mi primer texto. Era un pequeño poema para el cual elegí una de mis libretas escolares. Luego les fui agregando otros y, leyendo a Neruda junto con otros escritores de mi lengua me metí en la cabeza de que quería ser poeta. Así hice hasta llenar mas de diez cuadernos. Conversaba con ellos con mi amiga Marylín. Ella creía en mí. El agua para limpiar los dormitorios teníamos que ir a buscarla al río en tambuchos de la cocina al que amarrados a alambres por las asas atravesábamos con un tubo de litera o palo y nos las pegábamos entre dos al hombro. Los distintos caracteres (éramos más de setenta muchachos en un solo dormitorio), desembocaban casi siempre en riñas y peleas que al final el mismísimo director las aplacaba con unos buenos manotazos. Despaigne el director, negro fuerte, nos hacía entrar por la canal. Era él en persona quien nos daba el de pié a las cuatro y cuarenta y cinco ante meridiano. Hay de aquel que no estuviese en la plaza cuando contara diez. Yo seguía escribiendo y guardando. Me ponía mal cuando se me perdía algunas de mis composiciones. En el segundo curso lo más relevante fue, además de seguir leyendo y aprendiendo sobre literatura y sobre las cosas de la carrera, el día en que la profesora de español nos informó en clases de la captación que se estaba realizando para carreras pedagógicas y con más miedo que ganas me apunté seguido de uno cuantos. Entre las asignaturas cursadas había una en que teníamos que construir canteros en un kingrass, cercano a Sevilla. Allí nos perdíamos en un fongal cercano para ver qué cosa encontrábamos para meterle el diente. Siempre que el pase era por la libre nos daba pena irnos en los camiones. La gente se nos apartaba al sentir el tufo que llevábamos a puro monte. Con respecto a las fugas, mientras muchos en hacerlo a escondidas del subdirector, yo salía delante de todos y nadie me cuestionaba. El robo era otra arista. Se perdían sábanas, jabones, el copón divino y no las inventábamos para que nuestras pertenencias no cogieran camino. Mis días preferidos de la semana eran los sábados y domingos. Me la pasaba en el río adondeíbamos luego de pedir permiso lavábamos la ropa y nos recreábamos de todas las formas chicas y chicos. Los sábados a las tres de la tarde buscaba un televisor. Era mi tiempo para ver cine en un espacio que se llamaba Somos Multitud. Tercer año estuvo diferente. Los de tercero, por falta de capacidad en la escuela, eran enviados a la finca de esta, ubicada en La Magdalena, lugar buscando otro que se llama El Oro. Allá arriba dábamos clases por la tarde mientras que en la mañana recogíamos café o cualquier otro trabajo a base de machete y azadón. Yo por mi problema visual, cosa que no me limitaba del todo, a veces era destinado a ser el recadero. Bajaba a Madrugón con un saco para buscar todos los días el pan, chocolate, arroz, etc. Los kilómetros de aquel lomerío los recorría acompañado y cuando lo hacía solo me la pasaba canturreando algunas de las canciones que me gustaban  por aquellos tiempos. En aquel periodo comenzaron mis guerras para que me tomaran en cuenta la carrera pedagógica. Argumentaban que mi problema sería impedimento. Acechaba en cualquier oportunidad la sede en Chivirico. Recuerdo que seguía escribiendo mis poemas y sentía gran inclinación por los temas culturales. En el verano del 2008 fui por vez primera a la Casa de Cultura de Baire. (Anteriormente en Guamá me llegaba a la Dirección Municipal de Cultura en donde intercambiaría con Rafaela Echavarría, que trabajaría como asesora de programas de la emisora Radio Coral. A ella le debo algo de mi destino). Me llevó un estudiante de instructor de arte, Yoan, pintor y amigo mío. Fue él que me presentó a Eduard Encina. Encina lideraba el Café Bonaparte. En dicho café una vez mecanografiado, fue donde presenté el primer poema escrito por mí. Me lo hicieron trizas. Molesto no asistí por n buen tiempo hasta que regresé. Gracias a mi amistad con Encina amplié mi mundo, no solo en cuanto a literatura sino también a cuanto música, especialmente la trova. Hasta ese momento solamente escucha al guatemalteco Arjona. Amplié mis oídos con Carlos Varela, Buena Fe, Polito Ibáñez, Silvio, Pablo, SantiaguitoFeliú, etc. Cuarto, el grado terminal, era de práctica. En cuatro cursos era la primera vez que nos diseminábamos por todo el municipio. Carro y yo caímos en la dirección municipal de forestal, actualmente un centro mixto de educación. Viajábamos diario desde nuestras casas. El transporte pésimo. Incontables son las veces en las que acomodamos las mochilas en los bancos del parque resignados. Estudiante de dieciocho tenía una novia de catorce. Por culpa de ella un día dormí en el parque. Conclusión: en julio de 2009 terminé mis estudios politécnicos. Mi título decía que ya era Bachiller Técnico Medio en Forestal. De igual manera me otorgaron la carrera pedagógica. Las chicas que se habían apuntado entrarían en septiembre. Los varones para el verde. Yo diferido FAR a esperar todo un año. Me ubicaron en la misma secundaria básica en donde estudié tiempo atrás. El 29 de julio murió mi abuelo materno. Aquellas vacaciones no hice estancia en Baire. Había decidido quedarme en casa para estar al tanto de mi futura carrera. Abuelo Franco era una persona cariñosa. Tengo en la memoria todavía recuerdos gratos de él. Si yo llegaba al barrio al mediodía podía seguramente encontrármelo sentado, tocando su vieja guitarra debajo de la gruesa mata de salvadera sembrada en el patio. Dato curioso: a la sombra de la misma se asentaba una colonia de hormigas bibijaguas a la que mi abuela exterminaba más siempre renacía.


Capítulo V: Año diferido FAR
Tenía aúnen mi cabeza la errónea certeza de que la nueva directora era una tirana. Iraide Paumier me había impartido clases de historia en el ya lejano séptimo grado. Fueron incontables las veces en la que a la hora de salida me retenía por el sencillo hecho de que no le había realizado las actividades dejadas para revisarlas en el próximo turno. Esto fue creando en el adolescente que se formaba una típica y extraordinaria mala voluntad hacia la profesora. Nunca se lo dije pero le guardé ese sentimiento. Jesús, el director de la sede pedagógica, escribió una carta que debía presentar ante ella. Cuando se la entregué me habló del campo. Aquel nueve de septiembre partirían los grupos. Me iría entonces con uno de ellos. En las montañas fue mi bautizo de fuego con mis primeros estudiantes cuando no había comenzado el primer año en la universidad en la que estudié entre dos mil diez y dos mil quince. Regresados del campo estuve como observador en un aula por todos unos cuantos meses. Era mi vida por aquellos tiempos. Paralelo a esto jamás me olvide de los días en mi Contramaestre natal. Sin darme chance llegó el momento. Fue en octubre de dos mil diez en que me convertí universitario.



Capítulo VI: Universidad de Ciencias Pedagógicas
El día que entramos fue bajo un fuerte temporal. Claro como el agua recuerdo estar subiendo la lomita de la autopista hacia la sede central Frank País García. Delante de mí iba una muchacha que sería una de mis compañeras. Instalado en la residencia de la UPC permanecí los primeros meses sin salir a otro sitio que no fuera el comedor, el aula y al dormitorio otra vez. Con el paso de los de los días incluí a esta rutina al laboratorio de Informática en el que mi único juego fue el WORD. Junto a las clases llevé a la préctica la digitalización de4 de mis poemas. Cosa que me hizo ganar habilidad en el tecleo. En ese curso participé en actividades de excursión a lugares claves de la ciudad de Santiago. Mi cultura empezó a crecer mientras que el interés por la lectura y los libros seguían amarrándome la atención a veces más que a los propios estudiantes de Español Literatura. No fui estudiante de abundantes cinco. Quizás a la larga no me interesaba mucho realmente la pedagogía aunque cursarla, aprobarla, obtener el título de licenciado y defender su validez por dos años de servicio social fue un reto o una novela que escrita segundo a segundo se ignoraba el final. Creer, eso me tocaba a mí. Una de las profesoras que dejó sus huellas fue la doctora Blanca cortón romero con sus lecciones de filosofía. Al principio Blanca tuvo que soportarme, según confesiones de ella misma. Luego bajé la guardia, fui menos estúpido y pude aprender más. No estuve libre nunca de problemas familiares. Problemas que atentaron directamente contra mis decisiones. Hubo compañeros que una vez conocidos me apoyaron indiscutibles. Uno de ellos fue Edel. Edel me decía siempre que yo estaba loco. Aun así fue un gran amigo. Carro, el socio mío del IPA también estudiaba una carrera en la UCP. La diferencia que tuvimos en aquellos cinco años fue en que casi nunca nos veíamos. Rara vez compartíamos días completos. Al final de 1ro, en una de esas jornadas en las que me dedicaba al laboratorio y navegar por la Wikipedia entable conversación con Nivia. Nivia era (y es) cristiana. Ella me conectó nuevamente con aquel mundo que a los siete había conocido en vista alegre, Baire. En la noche que me invitó a conversar conocí también a Jandris. Me hablaron de la palabra y de adónde iban los miércoles. Pronto empecé a acompañarlas. La Cuarta Iglesia Bautista Betel se convirtió rápidamente en mi cita con Dios. Entre las personas que visitaban la iglesia estaba Oneisis, un Guamense de la zona de Uvero. Entablamos una hermandad que aún dura en los momentos actuales. Cuando tuve amplios conocimientos sobre el cristianismo no hallé bien aquello de un único Dios y tantas distintas organizaciones. Si el Señor es uno, una debe ser la unidad. Allí en la cuarta se reúnen pentecostales, metodistas, bautistas, todos de las diferentes universidades de la ciudad. La fe en Cristo me ayudó a tener paz conmigo mismo. Así fui estableciendo relaciones con diferentes hermanos de la universidad de Oriente en sus ambas sedes. En especial con mi gran amigo Leraoux que me ayudó cuando la tristeza me agobiaba. Él me hizo comprender del plan de Dios con para los hombres y de su amor. En febrero de 2012 visité con Oneisis Uvero, lugar famoso en Cuba y de la historia. Llegamos de noche. Solo vine a conocer el pueblo cuando amaneció. Después volví en incontables ocasiones para escapar de la rutina y sentirme en un lugar neutro. Volvamos a centrarnos en los veranos. En el de 2010 regresé a Vista Alegre. Visitaba el Café Bonaparte haciendo de aquel espacio parte inseparable de mí. Era recibido con agrado: cosa que marcó mi vida. Seguía escribiendo malos poemas pero jamás dejé de sentirme escritor. En aquellas andanzas pasé el segundo año y el tercero. Al acercárseme el cuarto veía cómo se me llegaba la hora de la práctica. Momento en el que pensaba mucho desde el primer curso. Ya no sería observador. Daría oficialmente turnos de clases. Me sentía como un barco con el casco roto que se hundiría inevitablemente. El día inaugural me presenté con el director que nuevamente repetía después de aquellos tiempos en que junto a los demás del aula lo velábamos para ver películas en VHS en vez de la videoclases. Me asignaron una tutora que me dejó solo en el turno recuerdo, de historia de moderna de octavo grado. Defiéndete, me dijo. Yo estaba nervioso y sobre la mesa el plan de clases abierto que parecía o me hizo recordar un libro escrito en genuino árabe. A mi regreso, en la universidad, todos nos contamos nuiestras experiencias. No podía creer que un grupo de alumnos me había dicho profesor. Sentimiento raro. Entre mis condiscípulos había quienes querían graduarse con todos los honores y aspiraban a los trabajos de diplomas. Yo me defendí con una clase final que aún guardo en mi memoria flash el 15 de junio de 2015. En septiembre me convertiría en licenciado. Vendría ahora los dos tediosos años de servicio social. Nunca me alejé de la iglesia. Allá igual nos despidieron y nos dieron un reconocimiento que nos acreditaba el haber pertenecido al Grupo Universitario Cristiano. Vuelvo de nuevo al 2012. No puedo dejar de mencionar las referencias al mes de octubre sobre los sucesos del Huracán Sandy que, curiosamente pasé en las instalaciones de la universidad. Aquella noche esperando su entrada estábamos tirados en los colchones junto a las tías que cuidaban los cuartos unos cuantos dirigentes de la FEU y yo. Al ya ser evidentes las cercanías del meteoro nos encerramos. Al amanecer del día 25 el aspecto destruido de la instalación parecía salido del filme La Guerra De Los Mundos dirigida por Spielberg. Las jornadas siguientes iniciamos una ardua labor de de rescate que duraría unos meses.       




VII Servicio social

Mi bautismo de fuego fue en la ESBU Ernesto Guevara de la Serna antigua aulas anexas de la Ciro. Esta secundaria está ubicada en el barrio de El Paraíso, localidad de Aserradero. Mi sentencia, propuesta a por la dirección municipal apenas comenzaba. Impartí clases a los dos grupos de noveno grado y al octavo. A los primeros les daba en materia Historia de Cuba y a al segundo Educación Cívica. Los estudiantes: duros algunos y otros más dóciles. En aquel centro entablé amistad con todos los docentes, bueno, con casi toso. Elemento que no sé por qué hago mención. Tal vez para no olvidarlo. La transportación era pésima pero cada día estaba en mi puesto de trabajo. En enero de 2016 estuve al frente de algunos estudiantes en un concentrado para aspirantes a las Escuelas Vocacionales y Escuelas militares. Aún conservo la fotografía que les hice a las niñas en el campamento de pieneros exploradores en las proximidades del Uvero. Terminado el curso fui trasladado a la Ciro Redondo en donde mi directora era aquella que en antaño me había impartido clases de historia. Ahora me prepararía como un verdadero docente y sus enseñanzas me valdrían de mucha ayuda. Enero de 2017 me trajo nuevos retos. Pasaría los siguientes once meses laborando en el centro mixto Israel Pardo Guerra, enclavado en donde fuera la sede de la Forestal, lugar que me acogiera en 2009 cuando estaba al graduarme como Técnico Medio en Forestal. Terminada la prestación social decidí ´´bajarme del barco´´. Trabajo por el momento en Cultura como asesor de Literatua.   

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