jueves, 21 de enero de 2021

Sobre "La moral y los instintos reprimidos", un texto sugerente de Mark Twain


Es una noche de enero de dos mil veintiuno pasadas las ocho. Sentado en un cómodo balance, de aquellos que están en la sala de mis suegros, tomo de mi pequeño librero que se halla al lado a pocos centímetros bien planificado, uno de los dos ejemplares que poseo de “Mark Twain: un cronista de su época”, conjunto de textos compilados en Cuba y escritos por el creador del aventurero Tom Sawyer hace ya más de un siglo. No sé en realidad que es lo que busco pero como explorador sin más nada ya que hacer en la jornada que pronto terminará, repaso una y otra vez las páginas del volumen. De pronto me detengo en la ciento ochenta y dos por lo sugerente de su título. A mí vista se desliza un párrafo que según los editores aclaran ser fragmentos de una carta escrita a un tal J. H. Moore el (­­­­sábado) dos de febrero de mil novecientos siete  (hace ciento trece años once meses con diecinueve días según mis cálculos en el preciso momento en que las replico en ECO, pero que de una forma trascendental mantienen algo de su vigencia en los tiempos presentes) y empiezo a leer con gran atención. Lo que voy descifrando en el citado texto me provocan en el pensamiento fuerzas equivalentes a la explosión de sesenta mil bombas atómicas juntas y al concluir no tengo palabras exactas con qué expresar realmente la importancia que tienen aquellas seis oraciones halladas por mí sin ser buscadas. Aunque pasados ya algunos días de aquello hoy las anexo en este blog con la esperanza de que no se pierdan olvidadas en los libros y de alguna manera continúen vivas como la lección que creo que son:

 

La moral y los instintos reprimidos

 

Hay una cosa que me sorprende continuamente: como herederos de la mentalidad de nuestros antecesores los reptiles, hemos mejorado la herencia en muchos grados; pero en cuestión de la moral que nos legaron, hemos retrocedido otros tantos. Esa evolución es extraña y, para mí, inexplicable y antinatural. Necesariamente comenzamos dotados de su misma moral perfecta e inmaculada; ahora estamos desprovistos de ella, por completo. No tenemos verdadera moral, moral real, sino sólo artificial, una moral creada y preservada por la represión forzada de los instintos naturales e infernales. Y, sin embargo, somos suficientemente romos* como para enorgullecernos de ella. De cierto, los humanos somos un invento bastante cómico.

 

romos* Pocos inteligentes, sin agudeza intelectual. (Nota del Editor de este Blog)

 

   

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...