martes, 1 de enero de 2019

Mi último día en 2018


Yo no tuve un 31 de diciembre normal si se considera como tal pasar la jornada en familia o con los amigos en alguna parte, dándole vueltas a un puerco asado y tomándome unas cuantas copas de ron, esperando ancioso las doce de la noche para gritar a los cuatro vientos que he vencido trescientos sesenta y cinco días más de vida. La mañana la ocupé leyendo hasta cerca de las ocho treinta. Más o menos a esa hora me acordé de un lugar que de niño escuchase y que, ya de grande, visitáse con un amigo que vive al menos un kilómetro: las ruinas de una vieja mina abandonada y que en la actualidad gran parte yace bajo las aguas. Decidí entonces protagonizar la última aventura del año 2018 y diciéndome a mi mismo: ´´Luces, Cámara, Acción´´, emprendí el camino con mi sencillo equipo fotográfico para llevarme de recuerdo algunas cuantas instantáneas.

La mina es una de las viejas huellas que el imperio español dejase en los más de cuatro siglos que dominasen la isla de Cuba y queda ubicada en El Cuero. También visitaría a mi amigo y si no estaba muy ocupado en las cuestiones del 31, le pediría que me sirviera de guía. Estuve sobre la marcha quizas una media hora. En el batey de su casa preparaban ya la vara con el ocsiso. Después de saludarlo a él a su familia le propuse la idea.

´´Acabamos de matar y preparar el puerco´´ me dijo ´´si llegas más tarde y yo me hubiese quitado el traje este de burro que tengo, pago para ver quién me hace subir la loma´´ y, nos preparamos pues para llegar al sitio deseado. Su tío el capitán Senén y el viejo Felo se encargarían de poner la leña para ir adelantando.

´´Tenías que haberte puesto un pantalón y un pullover viejo, por donde tenemos que ir hay malezas y espinas´´ dijo mi amigo mientras recorriamos el sendero.

´´No te preocupes. No debe estar tan malo´´ profié.

´´Allá tú´´ me respondió mientras encendía la nikkon para hacerle una fotogafía. ´´después no te estes quejando que te rayaste o se te rompió el shorts´´

´´Mira, tómame una foto´´.
El editor de este blog
Mi amigo

El sendero conducía a la parte superior de la mina. Por el camino me acordé de su abuelo Pancho Carro. Eduardo, que es el nombre de mi amigo, me contó alguna que otra vez que el abuelo Pancho le contaba cuando niño la historia de la mina. Pancho era hijo de un gallego que a fines del siglo XIX llegáse a Cuba en busca de fortuna. En esas vueltas de la vida conoció a la bisabuela y aquí echó sus raíces las que hoy se traducen en una vasta descendencia.

El abuelo Pancho le contaba que de aquella mina los españoles sacaban hierro y manganeso.  Que un buen día de rutina y excavaciones para seguir extrayendo los minerales, unas arterias de agua subterránes explotaron guardando para siempre en sus galerías a unos cuantos mineros. El punto mágico de aquellas anécdotas del pasado radicaba en lo que en la actualidad se podía ver desde las alturas. Mi amgo y yo pronto estuvimos en la cumbre. Un poco antes tomando algunas muestras de piedras que ofrecen al visitante pistas de los metales hice ésta fotografía:
Muestra de piedra número 1
Muestra de piedra número 2

Ya en nuestro objetivo admiré la vista.

´´No te acerques demasiado al borde pues aquí se desmorona a veces el terreno´´´me advirtió Eduardo.
´´Se ve estupendo´´ le comenté.
´´Desde aquí una vez se cayó una vaca, no quedo pedazo sano. No te ecerques mucho´´
Entonces con suma cautela preparé la cámara para capturar la escena de esta forma:

Las paredes de la mina desde la cima

Paredes y superficie del agua
Superficie del agua que cubre la mina
Terminando revisé el material. Realmente allí no vería la calidad de las fotos. Eso sería cuando llegase a casa y las copiase para la computadora. Mi amigo y yo nos sentamos al lado de unos arbustos. Allí charlamos un buen rato sobre mi vida, sobre la de él hasta que le pregunté que cómo desde ese lugar bajaríamos hasta la orilla para tomar algunos cuadros en sentido contrario y que por favor, que no fuera pasando matas de espinas que abundan en el terreno, que ya tenía algunos rayones en los brazos apartando con ellos los gajos. Me dijo que estaba fastidiado porque por donde el pensaba bajarme había hasta que cruzar cactus que también habitan en gran número la zona.
´´Si no hubieses sido tan porfiado, no estarías ahora con la pintura rayada. Mira, por allá bajaremos´´ sentenció con la mano.

El descenso fue lento mientras conversabamos y Eduardo me contaba las travesuras que lo caracterizaron de muchacho. De cómo junto a una tropa formada por él, sus primos y unos cuantos mocosos más a los que les gustaba mataperrear, tenían de escenario las inmediaciones de la mina para sus infantiles aventuras. Efectivamente llegar hasta la anhelada orilla no fue tarea fácil. Saltando como sí fuésemos carneros, bajando por la pendiente, agarrándome de algunos arbustos mientras Eduardo haciendo uso de su dominio del terreno no tenía grandes percances. Cada ciertos metros miraba hacia atrás para cerciorarse de que le seguía el paso se sonreía al ver que yo había perdido aquella magia y seguridad que tenía como él cuando niño.

´´Parece mentira Olber, tú que prácticamente te has criado en estos montes. Apúrate que estamos cerca. ¿Ves?´´

Mi amigo tenía razón. Sin darme cuenta, andando despacito para no pescar una caída o estrellarme contra los garranchos con sus ramilletes de espinas y sujetándome de las piedras  estaba al lado de mi último destino para poder hacer las fotos finales. Delante de mi una hermosa planta de cactus. Especie que reitero, sobran ejemplares en dicha área. Me parece perfecto para una nueva instantánea. La tomo. Acto seguido y con ágiles movimientos por ya la cercanía me veo prontamente en la orilla. Maravillado hago las últimas tomas:
Vegetación típica de los alrededores de la mina
Mi amigo en el descenso

Desde la orilla en la que se puede observar la tierra que se corre
El color magestuoso del agua por los metales

Parte de la cima en el que hiciera las primeras fotografías
Mi amigo y yo regresamos a casa de éste en un santiamén. Ya el capitán Senén tiene lista la candela para montar el puerco. Allí revisamos parcialmente todo el material que pudimos reunir de nuestra aventura. Le explico a mi amigo lo que pienso hacer. Él no entiende mucho de esas cosas: de escribir un artículo ni menos verme como un escritor de cualquiera de las formas que yo pueda serlo. Comparto un rato con ellos antes de volver a mi hogar. Milagro, la esposa de Senén me cuenta de cómo me escucha por la Radio todas las mañanas que puede. Nomás le respondo que aún no me considero bueno en lo que hago, que sigo siendo un aprendiz.

Como a las cuatro de la tarde me despido de todos deseándoles buen fin de año. Retorno a mi lugar tranquilamente. Solo. En el aire ya se siente olor a la carne asada. Por donde quiera equipos de audio suenan con cumbias, guarachas, se escucha al maestro Candido Fabré. Va cayendo la tarde del último día de 2018. Yo volveré a mis libros, a la televisión: veré lo que hay en cartelera. Esperaré junto a radio Reloj las doce. Me daré a mi mismo felicidades y me iré a dormir no sin antes de esbozar en papel electrónico la historia que les acabo de contar.

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