viernes, 31 de mayo de 2019

Eduard, Santiago Feliú y yo


Unas de las cosas que heredé de Eduard Encina Ramírez, poeta y escritor cuya vida transcurrió en Baire fue el amor por la música de Carlos Varela y de Santiaguito Feliú. Pero de ambos el último ejemplo es el que me trae de regreso los momentos que viviese junto al Gordo, como lo llamábamos aquellos que estuvimos muy cerca de él. No faltan en mi USB  dos piezas que son creo, si la memoria no me falla, el primer trabajo discográfico y el último respectivamente de Feliú: “Vida” y “Ay, la vida” publicado el primero en 1986 mientras que el segundo en 2010, cuatro años antes de la muerte del cantautor. Fue Eduard quien me despertó el bichito por las letras de aquellas canciones.
Eduard Encina
Cuando estoy en casa nadie entiende ni pueden entender ni entenderán, lo que significa esa música sin sentido para ellos que escucho y la inevitablemente me activa la añoranza dormida por los cafés aquellos domingos frente a la línea del tren por las tardes en las que el piquete se reunía en torno a Eduard y mientras degustábamos la taza del inigualable cerezo, leíamos los borradores de algún poema o cuento o simplemente nos conectábamos debatiendo sobre la obra de algún grande literato de aquellos de los que nos nutríamos y Encina nos insistía insistentemente valga la redundancia, que nos alimentásemos espiritualmente de estos. En uno de estos cafés Eduard nos comentaba sobre el fallecimiento reciente de Santiaguito, del excelente tipo que perdía la trova en Cuba y hasta recuerdo que esa tarde visualizamos su último clip, grabado unos meses antes del 12 de febrero de 2014.

Santiago Feliú
Hay un punto pues en mi presente donde se unen al ritmo de alguna canción de los dos citados discos, Eduard, Santiago Feliú y yo. Es como un triángulo equilátero que forma una zona en mi cabeza y que jamás podrá ser roto. De Feliú solo he escuchado además de “Vida y “Ay, la vida”  “Senderos”, obra póstuma, publicada en 2015. Quizás la mejor parte, integrada por sus otros trabajos, todavía me falte descubrir. Por ahora sigo, cuando el tiempo me lo permite, colando café y con taza en mano, sentado en el balance  de mi casa, perdido recordado al Gordo entre las melodías de Santiago Feliú.          

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