El 19 de mayo de 1895 constituyó
un día cualquiera en la vida de millones de personas que aún tenían la dicha de
vivir en aquellos años finales de la decimonovena centuria. Para la mayor isla
en el Caribe fue todo lo contrario marcando un antes y un después: la suerte de
una “guerra necesaria” contra el enemigo ibérico, quien desesperado aferraba
los últimos dedos en sus únicas posesiones que le quedaban en América(1), en medio de un campo de batalla en la
oriental geografía de Dos Ríos le hacía perder a uno de sus hijos más ilustres
físicamente.
De aquel hombre pronto la misma
tierra de la Patria
empezaría a degustar la carne inerte que mientras estuvo viva, no dejó de amarla
ni un segundo siquiera, y al mismo tiempo, también quedaban encendidos para la
eternidad el mito y el símbolo de consagración, el paradigma de anónimas personalidades
que verían en 1902 nacer la primera República mancillada en deshonores y
agravios y que lucharían en las décadas posteriores bajo su concepto y luz por
la verdadera independencia honrando de esta manera, la memoria de tantas
ofrendas de sangre derramada para concebirla.
Como un poderoso mago que no
quiere que la muerte lo cubra con su manto, Martí desde su juventud usando su
talento y humanismo, empezó a crearse morada indestructible para el alma en su pensamiento escrito. A lo
largo de su fecundo paso de cuarenta y dos años por el planeta, quizás nunca
supo que quedaría preservado en cada palabra dibujada en tinta y papel, para
que usuarios de sus enseñanzas en un
futuro tan distante como este tuviéramos un excelente y original guía
intelectual.
Aquellos disparos de fuego amigo
o enemigo, una de las incógnitas sin responder de las que rodean la existencia
del Apóstol y que han abrazado cientos de historiadores a lo largo de un
inmenso saco pesado de años, nos dejaron con la constancia de que quedaron
truncadas cientos de otras obras que pudieron salir de la pluma del Maestro,
pero lo inmortalizaron: de eso no hay la menor duda.
Doce décadas y un lustro luego,
el hombre de la Edad de Oro, como fue conocido por nosotros cuando fuimos niños
en las escuelas donde lo vimos por primera vez en un busto, desanda por toda
Cuba en cada cubano. “Todos tenemos un Martí dentro”: dijo alguien y no recuerdo
quien. El mío es muy grande y no puedo vivir yo sin leerlo todo el tiempo. Sin calmarme
el espíritu con su poesía y despejarme con su legado literario cada nueva
jornada de mis andanzas.
(1): …aferraba los últimos dedos en
sus únicas posesiones que le quedaban en América… En los años finales del
siglo XIX, la luchas por la independencias en el Nuevo Mundo habían hecho
perder al trono español las mayorías de sus colonias. Sólo para los años
noventa quedaban bajo su gobierno déspota las islas caribeñas de Cuba y Puerto
Rico. (Nota del Editor)
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