Por Olber Gutiérrez Fernández.
Es verdad que los intelectuales no nos acostumbramos a trabajar duro cuando tenemos que coger pico y pala. No más damos los primeros golpes a la tierra y ya parecemos un tronco tirado a la sombra. Eso fue lo que nos pasó a Arnoldo Fernández Verdecia y a mí, a pesar de mis 26. Arnold me invitó a deshacernos de un montón detrás de su nueva casa ampliada. Me dijo que llegara temprano, pero el transporte cubanísimo, ese que tenemos, me lo hizo imposible. Comenzamos casi a las once de la mañana. Ya el sol estaba superpicante (no por gusto estamos en julio), y mi socio Arnold y yo, no aguantamos hasta la una de la tarde. Todo el tiempo fui el conductor del vagón, -nunca pico y pala, eso era de Arnold- y sin matarnos mucho adelantamos bastante. Luego nos comimos dos huevos duros y un par de prú de oriente (voy a ser sincero, fueron muchos más). Yo prefería ir hasta donde votaba la tierra y admirar el río Contramaestre y los dos puentes que hacen juego con el paisaje.
Hablamos de literatura, lo flojo que fue One el poetón de Baire, a quién dedico esta crónica; del viaje del gordo Encina a Colombia; de mi vida; del futuro…El máster Arnold estaba rojo cuando terminamos la primera sesión. Sobre las tres de la tarde le metimos mano al taller de blog que me debía Arnold desde hace unos meses atrás. Mano que duró hasta casi las siete y me fue muy productiva.
Para no joderme la paciencia otra vez con lo del transporte, decidí quedarme y antes de que cantara el gallo matutino, “estás listo para seguir votando tierra”, era Arnold que asomaba sus ojos por una ventana. Pensé que no iba a dormir en toda la noche cuando me presentó un modesto catre, pero afortunadamente fue todo lo contrario.
Ya el supermán de Fernández Verdecia estaba repuesto para de nuevo volver a la cagá, digo a la carga(es que la r del teclado está media mala y sin querer se me fue una tilde). El vagón estaba listo para que lo manejara por segunda vez. Antes de las nueve acabamos. Además de tupirle el baño a Arnold y sacar las conclusiones de que puedes encontrar cosas importantes allí para leer, como el ensayo: “El río de Céspedes, Martí y Fidel está muriendo” y desayunar bajo un árbol de guásima que hay al fondo de la casa; hablar de una perra que me quería morder cada vez que daba mis viajes de tierra y querer dedicarle al One esto, no hay muchas cosas más que decir… Ah! felicitar a One de corazón por su publicación próxima y que no sea tan blandengue….
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