-Cuídate, Cundo, que hoy se sueltan los perros del cielo –comentó el primo Quique que sonreía pícaramente en forma de despedida mientras que su mujer e hijo lo esperaban ya en el trillo.
Al rato el viejo salió al portal, y no lograba explicarse por qué todavía le resonaban en los oídos aquellas palabras. La oscuridad, por instantes, era rota por los flashazos de los relámpagos. La tormenta era inminente. Sin temor alguno se sentó a balancearse en su sillón de caoba. Del bolsillo de la camisa Sacó el tabaco y prendió un fósforo.
Oyó ladrar a los perros y aspiró una bocanada. Extrañado prestó atención. Ninguno de los primos acostumbraba a regresar luego de terminado el juego de dominó. Se paró junto a un horcón para observar mejor. Le disgustaba no obtener ninguna información entre tanta oscuridad. Tal vez le habían cogido miedo a la tormenta.
-¿Quien anda ahí? ¿Qué quiere?
-¿Facundo Martínez? –le respondió una voz desconocida y sintió como desprendían el alambre del portillo.
-Soy yo. ¿Quién quiere saberlo?
La silueta siguió avanzando hasta que la luz del candil fue revelándola por completo. Era un joven, y el viejo quedó convencido de que no era por todo aquello. Venía desnudo. Su piel era pálida. Cualquiera se hubiese asombrado menos Facundo.
-Vengo desde lejos –dijo- Al parecer es verdad lo que me han dicho.
-¿Y qué le han dicho?
-Que usted no tiene miedo.
- Han sido pocas las cosas que me han asombrado. Pero desembuche ¿qué quiere?
- Vengo del mismísimo infierno.
-Mas bien parece un loco. Está a punto de llover, entre ¿Allá en el infierno no les da catarro?
-Intentaré ser breve –interrumpió el desconocido –.No soy ningún loco.
-Acabe de decir entonces qué es lo que quiere, No quiero perder la paciencia por segunda vez en la vida.
-Sí, ya sé. La primera fue cuando le robaban los chivos, ¿Recuerda?
-¿Y cómo usted sabe eso?
-Su compadre me lo dijo antes de tomar el tren.
-Eso es imposible. Al que era mi compadre lo machetié en el acto. Ese ladrón no llegó vivo al pueblo. ¿Usted se está burlando de mí, caríjo?
-Yo solo me limito a hacer mi trabajo.
El viejo miró al desconocido a los ojos y se percató de que estos no brillaban. Por primera vez se le agitó el corazón pero quiso disimularlo y apagó el tabaco contra el mango del balance.
-De donde vengo, veo a su compadre casi todo los días. No le guarda rencor ¿Sabe?
-Con los muertos no se habla, a menos que uno también lo esté o que la Muerte misma quiera decirme algo en persona.
-Es verdad, la Muerte suele hablar con algunos vivos. Sobre todo si les toca partir. No le daré más rodeos Facundo Martínez…
-Aún no estoy listo –dijo el viejo, entendiendo.
-No puedo hacer nada.
-Mi madre siempre decía que la Muerte venía encapuchada, y mire usted... ¿gustaría un jarrito de café? Colé un poquito mientras jugábamos dominó. Mi primo Quique se marchó no hace na´. ¿No lo vio por ahí?
-Me pasaron justo al frente con los mechones en la mano. El único que se percató fue el perro, se puso a ladrar. Uno de ellos lo regañó diciéndole que no fuera tan soquete y que no le ladrara a los relámpagos. A veces es mejor ser un perro. No perdamos más tiempo, le acepto el buchito; se me está prohibido, pero haré una excepción.
El ya no tan desconocido se sentó en el balance.
En menos de diez minutos romperá a llover –dijo.
El viejo volvió con el jarro y el tabaco encendido. El café estaba amargo, exactamente como le gustaba, a pesar del protocolo que violaba.
“De veras que soy osada” –pensó.
Esperó a que el viejo terminara de fumar y apagara el mocho, después se puso en pie frente a él. Este frunció el seño cuando un rayo iluminó el camino en dirección al portillo.
-¿Cómo lo harás? –preguntó Facundo, pues no veía guadaña, ni ninguna otra cosa que pudiera quitarle la vida.
-Con el dedo, simplemente con el dedo.
Después de decir estas palabras, tocó la frente del viejo, quien comenzó a sentir un olor a tierra mojada y aunque se esforzaba en abrir los ojos, no pudo ver cómo al joven le salían unas enormes alas grises y emprendía el vuelo.
5 de octubre 2016
Al rato el viejo salió al portal, y no lograba explicarse por qué todavía le resonaban en los oídos aquellas palabras. La oscuridad, por instantes, era rota por los flashazos de los relámpagos. La tormenta era inminente. Sin temor alguno se sentó a balancearse en su sillón de caoba. Del bolsillo de la camisa Sacó el tabaco y prendió un fósforo.
Oyó ladrar a los perros y aspiró una bocanada. Extrañado prestó atención. Ninguno de los primos acostumbraba a regresar luego de terminado el juego de dominó. Se paró junto a un horcón para observar mejor. Le disgustaba no obtener ninguna información entre tanta oscuridad. Tal vez le habían cogido miedo a la tormenta.
-¿Quien anda ahí? ¿Qué quiere?
-¿Facundo Martínez? –le respondió una voz desconocida y sintió como desprendían el alambre del portillo.
-Soy yo. ¿Quién quiere saberlo?
La silueta siguió avanzando hasta que la luz del candil fue revelándola por completo. Era un joven, y el viejo quedó convencido de que no era por todo aquello. Venía desnudo. Su piel era pálida. Cualquiera se hubiese asombrado menos Facundo.
-Vengo desde lejos –dijo- Al parecer es verdad lo que me han dicho.
-¿Y qué le han dicho?
-Que usted no tiene miedo.
- Han sido pocas las cosas que me han asombrado. Pero desembuche ¿qué quiere?
- Vengo del mismísimo infierno.
-Mas bien parece un loco. Está a punto de llover, entre ¿Allá en el infierno no les da catarro?
-Intentaré ser breve –interrumpió el desconocido –.No soy ningún loco.
-Acabe de decir entonces qué es lo que quiere, No quiero perder la paciencia por segunda vez en la vida.
-Sí, ya sé. La primera fue cuando le robaban los chivos, ¿Recuerda?
-¿Y cómo usted sabe eso?
-Su compadre me lo dijo antes de tomar el tren.
-Eso es imposible. Al que era mi compadre lo machetié en el acto. Ese ladrón no llegó vivo al pueblo. ¿Usted se está burlando de mí, caríjo?
-Yo solo me limito a hacer mi trabajo.
El viejo miró al desconocido a los ojos y se percató de que estos no brillaban. Por primera vez se le agitó el corazón pero quiso disimularlo y apagó el tabaco contra el mango del balance.
-De donde vengo, veo a su compadre casi todo los días. No le guarda rencor ¿Sabe?
-Con los muertos no se habla, a menos que uno también lo esté o que la Muerte misma quiera decirme algo en persona.
-Es verdad, la Muerte suele hablar con algunos vivos. Sobre todo si les toca partir. No le daré más rodeos Facundo Martínez…
-Aún no estoy listo –dijo el viejo, entendiendo.
-No puedo hacer nada.
-Mi madre siempre decía que la Muerte venía encapuchada, y mire usted... ¿gustaría un jarrito de café? Colé un poquito mientras jugábamos dominó. Mi primo Quique se marchó no hace na´. ¿No lo vio por ahí?
-Me pasaron justo al frente con los mechones en la mano. El único que se percató fue el perro, se puso a ladrar. Uno de ellos lo regañó diciéndole que no fuera tan soquete y que no le ladrara a los relámpagos. A veces es mejor ser un perro. No perdamos más tiempo, le acepto el buchito; se me está prohibido, pero haré una excepción.
El ya no tan desconocido se sentó en el balance.
En menos de diez minutos romperá a llover –dijo.
El viejo volvió con el jarro y el tabaco encendido. El café estaba amargo, exactamente como le gustaba, a pesar del protocolo que violaba.
“De veras que soy osada” –pensó.
Esperó a que el viejo terminara de fumar y apagara el mocho, después se puso en pie frente a él. Este frunció el seño cuando un rayo iluminó el camino en dirección al portillo.
-¿Cómo lo harás? –preguntó Facundo, pues no veía guadaña, ni ninguna otra cosa que pudiera quitarle la vida.
-Con el dedo, simplemente con el dedo.
Después de decir estas palabras, tocó la frente del viejo, quien comenzó a sentir un olor a tierra mojada y aunque se esforzaba en abrir los ojos, no pudo ver cómo al joven le salían unas enormes alas grises y emprendía el vuelo.
5 de octubre 2016
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