Una de las puertas estaba entreabierta y la empujé suavemente. Llamé, nadie me respondió. En los cuartos las sábanas estaban revolcadas sobre las camas y descubrí entre ellas los esqueletos de sus moradores. Supe quienes eran. Hasta recordé las veces en las que nos reímos juntos. De regreso en la sala me senté a reflexionar. Afuera el paisaje semejaba una pintura abstracta. Con mis ojos, (de fantasma u hombre extremadamente longevo) recorrí todo aquel sitio. A unos metros veía el camino que conducía a mi antigua casa. Estaba cerrada. Debajo de los matorrales los jardines seguían intactos. Continuaban en pie los mismos árboles, e incluso aquellos que habían sido cortados por mi padre. Como salidas del aire aparecieron gentes que nunca había visto. Deduje que serían los nuevos inquilinos del barrio. No pronuncie palabra. Cada cual tomó rumbos hacia sus viviendas sin saber por qué lo hacían. Los maldije. Después bajé un trillo buscando el río en donde aprendí a nadar. Sus aguas estaban sucias. Sus orillas llenas de mierda de vaca. Metí los pies en el fango hasta los tobillos. Resbale y caí. Alguien lo advirtió y me gritó. Reconocí la voz. Era mi antiguo profesor. Al parecer no era el único fantasma u hombre extremadamente longevo sobre la faz de una tierra, que sin saber cuándo ni por qué se había vuelto abstracta.
Aserradero, 15 de julio de 2016.
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