Que estés desde ahora silenciado
en algún punto del camposanto de la tierra que siempre amaste suena a ser una
idea cruel, desgarradora. Aquella noche cuando aún Irma se ensañaba con el
occidente de la Isla
y la voz de Arnoldo confirmaba tu partida de este mundo, mi vida cambió. Desde
ahora en lo adelante pensaré en ti inevitablemente siempre al cruzar el puente
sobre el Contramaestre y cuando visite
aquellos lugares donde sé estuviste: esa va ser mi única defensa al
saber que no te encontraré más sentado en el Café Cantante y que no
sentiré más tu presencia física.
Eduard, algunos amigos y yo, 26 de julio de 2016, Contramaestre. |
Queda en lo profundo de mi alma el placer
inmenso de haber sido uno de tus tantos amigos y que me enseñaras entre tantas
lecciones que las riquezas materiales de esta vida no se compara con este
sentimiento tan humano.
Las palabras exactas no me salen. No
existen las adecuadas para describir lo que significaste y significas. Nunca de
mi boca escuchaste decir gracias y hoy te las doy pues a tus consejos le debo
en parte haberme graduado en la Universidad a pesar de
las adversidades por las que atravesé durante los cinco años de mi carrera.
Pido me perdones donde quiera que estés
si en algún momento te hizo falta que yo te las diera.
Fuiste un gran hermano y los hermanos que
aman como tú lo hiciste no merecen ser olvidados porque el olvido es ofensa
cuando recibes en la vida un bien como este que me hiciste de descubrir, de
hacerme ver y creer a ciegas en esta en enfermedad tan dulce que es sentir amor
por las letras.
Ahora entiendo el valor extraordinario que
era verte atravesar las calles desde tu casa hasta el Contramaestre día a día o
verte detener tus pasos ante los umbrales de la librería para saludar al Puro o
en la acera a las gentes anónimas del pueblo que te vio nacer y que hacían
brotar de ti una sonrisa perpetua aunque las horas en tu cabeza fuesen amargas.
Quizás muchas personas en algún momento quieran
condenarte por habernos dejado solos tan tempranamente y al que se atreva a tal
cosa que tenga en cuenta que en lo adelante estarás viviendo multiplicado en
cada corazón y que saber hacerte venir en cada una de nuestras acciones, será
la nueva lección que tendremos que aprender porque es así tu partida: una
última clase magistral para que aprendamos que las huellas que nos dejaste son
el rastro que debemos sujetar si tu vivir digno ejemplo nos fue.
“Taller es la vida entera. Taller es cada
hombre”: me decía Martí y ahora le entiendo.
Construiste el tuyo, y compartiste en él
tantas virtudes, que escribir sobre ti es uno de los grandes retos que se le
abre a aquellos que te conocieron de cerquita desde nuestro presente hacia ese
futuro que ya se no presenta ya a rajatabla.
El lugar que tienes por derecho en la
literatura cubana no se anidará en la
nada, ahora les toca a tus amigos defendértelo, despejarlo de las malas hierbas
para que el sol lo ilumine eternamente.
Me van a acompañar toda la existencia aquella
copia de tu novela Ñámpiti que me dedicaste de puño y letra un treinta de
diciembre… la selección de escritos de Borges… el poemario Lupus…, y lo más
fundamental, me vas a acompañar en todo momento porque todavía tienes cosas que
decirme.
“¿Ya como vaso frío, duerme en la tierra el
poeta celebrado?” Tal vez: no me resigno a creerlo de una vez y por todas. Tu
espíritu nos seguirá dando señales en los versos, en el canto que le tuviste al
chispazo de tierra que anclado en el mar Caribe desde ahora te guarda
respetuosa; como hijo y madre que fundidos en un abrazo eterno no quieren
dejarse ir.
“¿Ya está hueca, y sin lumbre tu cabeza altiva, que fue cuna de tanta
idea grandiosa, mudo los labios, aquella mano que fue sostén de pluma honrada,
sierva de amor y al mal rebelde?” De ninguna manera: más que nunca debes estar
latiendo en nuestros pulsos, más que nunca te preguntaremos cuando nos visites
en la brisa: ¿qué harías Encina en esto, qué harías Encina en aquello?
“¿Fuiste hombre que amó supo y creó, puso
luces, vio por sí mismo, señaló nuevos rumbos, le sedujo lo bello, le enamoró
lo perfecto, se consagró a lo útil?” Sí, lo afirmo. Y lo seguiré afirmando
mientras exista luz en mi pensamiento.
Me cuesta sentarme en los rincones y con
lápiz y hoja blanca entrelazar estos pensamientos para homenajearte. No me
hallo capaz de sacar de mi mente nada más. Te doy las gracias a ti y a Dios: a
ti por haber existido en mi mismo tiempo, a Dios por haberte creado en la misma
época donde al menos pude compartir contigo algunos años.
Olber Gutiérrez Fernández
27 de septiembre de
2017
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