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El editor de este blog |
Siempre, en los primeros días de enero, después
de las vueltas al "malasuertes" del puerco, el congrí, las yucas, la
lechuga, las cervezas y la algarabía en la isla entera, miro hacia el pasado
sin poder obviar ese peso de recuerdos no tan lejanos. Repaso entonces en
silencio las cosas que marcaron mi vida en meses y años anteriores, y no puedo
dejar de darle las gracias a Dios por
donde me encuentro a mis casi tres décadas de existencia. Hay quienes me dicen
de vez en vez que esto no es tanto tiempo, que aún no he vivido lo suficiente
para sentirme afortunado. Con el pensamiento me defiendo contra eso: no olvido
nunca que a mi alrededor ha muerto gente más joven que yo, sin llegar todavía a
los veinte años de edad. De ahí mi agradecimiento a Jesús en cada despertar,
como primera orden de mis jornadas matinales cuando los gallos distantes me
regresan del mundo de los sueños. En cada una de estas trato de superarme para
ser mejor hombre y persona a cada instante. Intento no ser presa del odio ni de
la amargura. Reviso con prisa de ratón de biblioteca mi amplia colección de
libros en mis tardes libres para que me hablen mis escritores favoritos. Beso a
mi mujer antes de salir a trabajar. Observo el sol que en estas primeras horas
del primer mes del año aquí en la costa guamense y montañosa, sale por la linea
del mar, y doce más tarde se esconde por el horizonte. Escucho música del Benny
o del Bola para no contagiarme con la cotidianeidad de estos tiempos. Lucho una
guerra conmigo mismo para que no crezca mi lado ladino (al igual que dice una
canción interpretada por buena fe), que me germinen flores en el corazón y me
visto el alma de pura sencillez, sabiendo que las grandes virtudes del ser
humano residen allí.
Siempre, en los primeros días de enero, tengo
algo de miedo en no saber las venturas y desventuras que me esperan en estos
próximos trecientos sesenta y seis por veinticuatro, pero a la vez me siento
feliz y confiado, por ser este guerrero que disfruta a cada instante las
bocanadas de aire que pasan por sus pulmones. No existe nada parecido. Ni
existirá. Créanme. Si fueron eternos los millones de años que no estuve y lo
serán aquellos que no estaré después que muera, cómo no amar cada segundo en
los que sé son todos un regalo del Altísimo, y aunque la vida nos sea un breve
tiempo de ventaja en contra de no ser nada en algún momento, ver el tesoro que
somos para nosotros mismos en este universo tan diverso, es irónicamente la
tarea pendiente más urgente a realizar. Me gusta escuchar las aves como si
fuese la primera vez, a los grillos en concierto cada noche por los rincones de
la casa, mientras los chicos juguetean puros sin ser “culpables” aún de lo que
se vive en las calles. En fin: siempre, en los primeros días de enero tengo el
optimismo dispuesto como el mejor combustible para seguir amando las cosas que
me engrandecen, y me hacen dejar huellas de lo fui, soy, y por ley universal
cuando menos me lo espere dejaré de ser.
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