lunes, 12 de febrero de 2018

Año CXX


Restos del Oquendo en la playa de Juan González

Ya son varias las generaciones de guamenses que han vivido a orillas de la playa Juan González, punto ubicado geográficamente en la costa sur oriental cubana de la provincia Santiago de Cuba. Este enclave posee un tesoro: guarda muy cerca parte de lo que fuera en antaño el acorazado español Oquendo, uno de los tres navíos de guerra hundidos a lo largo de todo el litoral cuando se sucedieron los hechos de la Guerra Hispano Cubano Norteamericana de 1898 . A cada minuto este año se aleja más en el tiempo pero quedan pegados en la historia los cañonazos de ambas  armadas  (estadounidense e ibérica respectivamente asistida la primera por el Ejército Libertador), el humo elevándose en el cielo de la Patria, el nado tal vez de algún que otro español queriendo encontrar tierra y así ponerse a salvo en la espesura del monte.

Por esos días el mar y sus criaturas estarían inquietos. Algo les alertaba. Cosas extrañas estaban sucediendo en la superficie y sigilosas observaban desde el fondo marino. Después, estos mismos peces habitarían la caldera que, por ser metálica, quedaría como símbolo y testigo del citado acontecimiento. Estos restos junto con los de Aserradero y La Mula conforman el parque subacuático Batalla Naval de Santiago de Cuba.

Existe en la comunidad que ahora habita el lugar, una  extensa arteria nombrada El Barco Hundido y sus habitantes sienten orgullo de tener un pedacito del pasado frente con frente a sus casas. También, cuando por ejemplo, la playa se llena de bañistas en los veranos, no faltan los chicos y grandes anónimos que hacen formar parte en sus juegos la estructura que sobresale del agua. Otros, curiosos, prefieren ponerse caretas para explorar lo no visible desde la orilla.

Se van a cumplir ciento veinte años de la hazaña que involucró a tres fuerzas distintas y  es relevantemente llamativo para mis modestos conocimientos el mero hecho de que algunos historiadores capitalistas, por así decirlo, en muchas de sus enciclopedias o sitios digitales a nivel mundial  quieran decir que fueron nomás ibéricos y yanquis actores únicos de la gesta.

Ignoro aún (tenemos el derecho también de no sabérnoslas todas), el origen de tal incómodo conflicto que me hace, como cubano que soy orgulloso de mi estirpe estar algo molesto. No hay que ser de otra galaxia para ver a la larga las malas intenciones, quizás antiguas, quizás actuales, de promover una imagen indigna del criollo y dar pretexto que borre nuestra identidad, nacionalidad, nuestros esfuerzos a base de la sangre derramada para ganarnos la libertad. No es secreto en la verdadera historiografía que para la élite gobernante de fines del siglo XIX en ´´United States of America´´ ser mambí significaba ser integrante de una turba de negros y bandoleros. Claro, la Isla no les convenía independiente y mientras más tierra se les echara a nuestra gente mejor.

Como esclavizado por destino ya estoy ligado al ser un eslabón más de la cadena de aquellas generaciones de las que hablo al inicio de esta crónica. Desde niño descubrí las ruinas al pasar en las guaguas y camiones desde y hacia Santiago. Era una aventura mágica saber que un barco alguna vez se había hundido allí. Es entonces de suponer que le preguntara a mi padre que si algún tesoro de esos de los de corsarios y piratas estuviera enterrado en la arena que rodeaba el lugar. Papá me respondía que sí tal vez para que yo dejara de fastidiarle el día pero para un chico de apenas siete u ocho años era una respuesta que le hacía soñar. Con el tiempo descubriría que los corsarios y piratas ya no existían en la época del naufragio, claro.  

Creo que no pudo existir lugar más  bendecido que Guamá para que la madre Historia hubiese dejado las huellas de un hecho de tal magnitud como lo fueron aquellas escenas de la guerra Hispano Cubano Norteamericana. Debe tener el cubano de hoy -principalmente el que viva en la costa sur oriental guamense- la conciencia despejada y el pensamiento altivo en mantener, mientras la naturaleza sabia no los permita, el cuidado de esos restos que invitación son para no olvidarnos jamás de los días inmortales y gloriosos de 1898.

Guamense soy y así lo siento.

Creo también que en mi condición de cubano y santiaguero no pudo existir para mí tal suerte de nacer en una Patria orgullosa de sus orígenes, de haber crecido en la Cuna de la Revolución de Céspedes, Martí, Mella y Fidel. En el año CXX cada barrio y pueblo de Guamá (y de Cuba) sigue resistiendo. Como elemento mágico El Oquendo, El Vizcaya y el Colón apostados a lo largo de nuestra geografía nos salvaguardan segundo a segundo.

Olber Gutiérrez Fernández

Enero-febrero 2018 

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