Restos del Oquendo en la playa de Juan González |
Ya son varias las generaciones de
guamenses que han vivido a orillas de la playa Juan González, punto ubicado geográficamente
en la costa sur oriental cubana de la provincia Santiago de Cuba. Este enclave
posee un tesoro: guarda muy cerca parte de lo que fuera en antaño el acorazado
español Oquendo, uno de los tres navíos de guerra hundidos a lo largo de todo
el litoral cuando se sucedieron los hechos de la Guerra Hispano Cubano
Norteamericana de 1898 . A cada minuto este año se aleja más en el tiempo pero
quedan pegados en la historia los cañonazos de ambas armadas (estadounidense e ibérica respectivamente
asistida la primera por el Ejército Libertador), el humo elevándose en el cielo
de la Patria, el nado tal vez de algún que otro español queriendo encontrar
tierra y así ponerse a salvo en la espesura del monte.
Por esos días el mar y sus
criaturas estarían inquietos. Algo les alertaba. Cosas extrañas estaban sucediendo
en la superficie y sigilosas observaban desde el fondo marino. Después, estos
mismos peces habitarían la caldera que, por ser metálica, quedaría como símbolo
y testigo del citado acontecimiento. Estos restos junto con los de Aserradero y
La Mula conforman el parque subacuático Batalla Naval de Santiago de Cuba.
Existe en la comunidad que ahora
habita el lugar, una extensa arteria
nombrada El Barco Hundido y sus habitantes sienten orgullo de tener un pedacito
del pasado frente con frente a sus casas. También, cuando por ejemplo, la playa
se llena de bañistas en los veranos, no faltan los chicos y grandes anónimos
que hacen formar parte en sus juegos la estructura que sobresale del agua.
Otros, curiosos, prefieren ponerse caretas para explorar lo no visible desde la
orilla.
Se van a cumplir ciento veinte
años de la hazaña que involucró a tres fuerzas distintas y es relevantemente llamativo para mis modestos
conocimientos el mero hecho de que algunos historiadores capitalistas, por así
decirlo, en muchas de sus enciclopedias o sitios digitales a nivel mundial quieran decir que fueron nomás ibéricos y
yanquis actores únicos de la gesta.
Ignoro aún (tenemos el derecho
también de no sabérnoslas todas), el origen de tal incómodo conflicto que me
hace, como cubano que soy orgulloso de mi estirpe estar algo molesto. No hay
que ser de otra galaxia para ver a la larga las malas intenciones, quizás
antiguas, quizás actuales, de promover una imagen indigna del criollo y dar
pretexto que borre nuestra identidad, nacionalidad, nuestros esfuerzos a base
de la sangre derramada para ganarnos la libertad. No es secreto en la verdadera
historiografía que para la élite gobernante de fines del siglo XIX en ´´United States of America´´ ser mambí
significaba ser integrante de una turba de negros y bandoleros. Claro, la Isla
no les convenía independiente y mientras más tierra se les echara a nuestra
gente mejor.
Como esclavizado por destino ya
estoy ligado al ser un eslabón más de la cadena de aquellas generaciones de las
que hablo al inicio de esta crónica. Desde niño descubrí las ruinas al pasar en
las guaguas y camiones desde y hacia Santiago. Era una aventura mágica saber
que un barco alguna vez se había hundido allí. Es entonces de suponer que le
preguntara a mi padre que si algún tesoro de esos de los de corsarios y piratas
estuviera enterrado en la arena que rodeaba el lugar. Papá me respondía que sí
tal vez para que yo dejara de fastidiarle el día pero para un chico de apenas siete
u ocho años era una respuesta que le hacía soñar. Con el tiempo descubriría que
los corsarios y piratas ya no existían en la época del naufragio, claro.
Creo que no pudo existir lugar
más bendecido que Guamá para que la madre
Historia hubiese dejado las huellas de un hecho de tal magnitud como lo fueron
aquellas escenas de la guerra Hispano Cubano Norteamericana. Debe tener el
cubano de hoy -principalmente el que viva en la costa sur oriental guamense- la
conciencia despejada y el pensamiento altivo en mantener, mientras la
naturaleza sabia no los permita, el cuidado de esos restos que invitación son
para no olvidarnos jamás de los días inmortales y gloriosos de 1898.
Guamense soy y así lo siento.
Creo también que en mi condición
de cubano y santiaguero no pudo existir para mí tal suerte de nacer en una Patria
orgullosa de sus orígenes, de haber crecido en la Cuna de la Revolución de Céspedes,
Martí, Mella y Fidel. En el año CXX cada barrio y pueblo de Guamá (y de Cuba)
sigue resistiendo. Como elemento mágico El Oquendo, El Vizcaya y el Colón
apostados a lo largo de nuestra geografía nos salvaguardan segundo a segundo.
Olber Gutiérrez Fernández
Enero-febrero 2018
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