Frente
a mí la hoja electrónica en blanco. Ya no son tiempos de mis antepasados,
aquellos que escribían en papel porque estamos en la puta era digital. Claro
que como todo, estas “nuevas tecnologías” tienen cosas buenas y otras malas. Por ejemplo de las
buenas, escribir solo apretando teclitas, no mancharse las manos de tinta ni
sacarles puntas a los lápices, ¡genial! Y sobre todo aún más genial cuando vas
aguardar el documento que has escrito.
No hay que llevarlo en un file, ni doblarlo para meterlo al bolsillo, no más le das guardar y directito a la memoria flash en la que a propósito puedes armar una biblioteca con dos millones de libros si te sale de la real gana. ¿Quién no ha tenido en casa el paquete de la colección de los quinientos libros? Muy lindo de veras, “megaencojonado” pero como todas las cosas (siempre hay un puto “pero”), no es recomendable, y no es que se le de el crédito a lo digital enfatizo, que nos confiemos del todo en ello.
Resulta que el día menos pensado la memoria, y no hablo de la que tenemos en el cerebro, sino aquella que va desde el giga hasta exorbitantes cifras de las sesenta y cuatro en adelante tiene un maravilloso y “traumatozo” accidente, no sirve de nada que te lleves las manos a la cabeza, porque eso no quitará que se vaye a la mierda todas las cosas en las que incluimos por lo general archivos de audio y de video, películas preferidas y música para que se entienda mejor.
Duele más aún cuando son
archivos que tal vez no vuelvas a recuperar ni que salgan de los cuentos de
hadas magos ni hechiceras haciéndote la promesa de devolvértelos. Moraleja de
este párrafo. El mundo digital, y sobre todo el maravilloso reino del “Office
Word” (gracias Bill Gates, o quien quiera que lo haya diseñado) me es
indispensable y lo amo con locura y pasión más, a la vez, aunque no nos guste y
quizás me contradigo, no existe mejor fórmula que el papel para guardar
documentos.
No hay que llevarlo en un file, ni doblarlo para meterlo al bolsillo, no más le das guardar y directito a la memoria flash en la que a propósito puedes armar una biblioteca con dos millones de libros si te sale de la real gana. ¿Quién no ha tenido en casa el paquete de la colección de los quinientos libros? Muy lindo de veras, “megaencojonado” pero como todas las cosas (siempre hay un puto “pero”), no es recomendable, y no es que se le de el crédito a lo digital enfatizo, que nos confiemos del todo en ello.
Resulta que el día menos pensado la memoria, y no hablo de la que tenemos en el cerebro, sino aquella que va desde el giga hasta exorbitantes cifras de las sesenta y cuatro en adelante tiene un maravilloso y “traumatozo” accidente, no sirve de nada que te lleves las manos a la cabeza, porque eso no quitará que se vaye a la mierda todas las cosas en las que incluimos por lo general archivos de audio y de video, películas preferidas y música para que se entienda mejor.

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