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El fogón de Mamá Flora en plena Sierra Maestra |
Las comodidades traídas con la llamada Revolución Energética
a principios de este siglo en Cuba estuvieron acompañadas de la desaparición de
muchos de los hogares cubanos del denominado fogón de leña. Miles de familias
se acogieron a las ollas y hornillas eléctricas y las formas de elaborar los
alimentos fueron otras.
Ya en estos tiempos es difícil ver elevarse desde muchas
de las anónimas cocinas criollas el humo hacia el firmamento como en antaño,
muy común a finales de los noventa cuando todavía era yo aquel niño al que le
gustaba ir a mataperrear con los demás chicos por el barrio o cruzaba el límite
de los extintos naranjales del Contramaestre para degustar la extrañada fruta.
Pero también es un hecho de que los fogones persisten,
al menos a lo largo y ancho de este montañoso municipio cubano que es Guamá. Aquí
la gente los conserva como un verdadero fósil viviente que aun resiste a morir
del todo y en el que cada mañana los más viejos hacen sobre todo su traguito de
café, hierven sus viandas o sencillamente cocinan el alimento a los puercos.
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El Fogón de Mamá Flora mientras hierve unos plátanos |
El de estas fotografías ha dejado de prenderse pocas
veces en lo mas de cuarenta años que tiene armado y quizás deje de hacerlo el día
en que su dueña ya próxima a las ocho décadas deje de respirar. La señora dice
que los cachivaches electrónicos tienen mucho que envidiarle al abuelo fogón,
que no hay como sus llamas para ganarle tiempo al tiempo a la hora de cocinar
las cosas.
También dice que sin su fogón de leña su vida no estaría
completa. Nada: un artefacto bien guajiro que todavía se niega a desaparecer y
que los habitantes longevos aman demasiado como para dejarlo ser solo un
recuerdo que algunas vez cuenten a los mas jóvenes.
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