lunes, 28 de octubre de 2019

Una historia que le ha pasado (y les pasa) a millones de cubanos…

El editor de este blog con uno de sus dos pulóveres con la figura del Che

Desde pequeño lo supe: tener entre mis prendas personales un pulóver con la imagen del Che era casi como encontrar un charco de agua en pleno desierto. Todo estaba en los exorbitantes precios a los cuales solo los turistas tenían acceso. Miraba entonces con anhelo alguna vez lucirme por las calles con el Che sobre mi pecho y que por doquier supieran que el argentino era un paradigma en mi vida. Muchos se han quejado de que la instantánea que hiciera accidentalmente Alberto Korda ha sido objeto de lucro durante las décadas subsiguientes desde los sesenta del siglo XX y que Guevara se hubiese, según su pensamiento, negado rotundamente a que a costa de su imagen unos cuantos se enriquecieran.

Jueves 24 de octubre, 2019. Me toca comprar en la tienda de puntos en Santiago de Cuba luego de hacer un viaje de más de ochenta y dos kilómetros y una cola desde el día antes que incluye levantarme a las tres de la mañana. Se abre la tienda. Llegan los representantes de las dos entidades a que les toca en surte. Ando con mi suegra: las mujeres en sí saben más de compras, por eso es que me acompaña. Entramos al fin en eso de las nueve de la mañana para “espiar” el establecimiento y estar a la viva con los trabajadores. Llegamos al final del local. Pocas cosas, advierte mi suegra, pero vamos a ver qué pasa.

Desde otro ángulo con el pulóver
Me adelanto y no puedo creer lo que ven mis ojos. Ante mí Ernesto Guevara me mira fijamente, como siempre lo he querido desde un pulóver negro y otro gris en donde está dibujado. No lo pienso dos veces: la oportunidad como un gran relámpago se me ha dado y luego de unas horas en la tienda llevo en el bolso de mi suegra lo que nunca pensé tener. En casa más tarde y después de otro tedioso viaje con ochenta y dos kilómetros en reversa y muy agotado, miro antes de dormir al Che Guevara. Le doy gracias a la vida por este regalo que me ha hecho. Siempre me veia acostado en mi ataud sin haberme comprado jamás un pulóver con “San Ernesto de La Higuera”.

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