martes, 26 de diciembre de 2017

CÓMO NACIÓ ESTE BLOG Y POR QUÉ CUBO ORIENTAL.

Olber Gutiérrez Fernández(Cubo Oriental) y Arnoldo Fernández Verdecia(Caracol de Agua)

Ya es tradición en Cuba que los abriles vengan acompañados de una semana de receso docente llamada Semana de Girón por los acontecimientos acaecidos en esta zona al sur de Matanzas en mil novecientos sesenta y uno. La gente aprovecha para viajar y así, por algo más de siete días, los aires cambian, vuelven muchos, como yo, a los lugares por ejemplo, donde pasamos nuestras infancias y para mi ese lugar es el Baire mambí que ya en pleno siglo XXI aún se mantiene en plena lucha. Allá me encontraba el diecinueve de abril de dos mil diecisiete, día en el que se cumplían cincuenta y seis años de terminada aquella gesta protagonizada por el pueblo de aquel entonces. Curiosamente la madre natura también nos regalaba una semana netamente lluviosa como hacía mucho tiempo no sucedía. Trabajo cerca del Mar Caribe, a las faldas de la Sierra Maestra y cuando tengo la oportunidad retorno al Contramaestre que me vio nacer. Aquel día en específico, a pesar del mal clima, había quedado con el periodista Arnoldo Fernández Verdecia desplazarme los ocho kilómetros y visitarlo luego de tres meses de ausencia y el asedio de las constantes llamadas telefónicas desde Guamá, debido a que tal vez cometió el error de darme su número telefónico en diciembre de dos mil dieciséis.
   Arnoldo me recibió con la carcajada que lo caracteriza. Poco faltó para que me diera un beso y enseguida nos pusimos al tanto de la vida intelectual tanto como la de él como la mía. Entre sus preguntas que si me había leído el compendio de siete libros que según él me ayudaría a crecerme y descubrir en mí las facetas que tenemos los hombres dormidos y que, por mirar y ocupar el tiempo en cosas incorrectas, no logramos descubrir. En mis anteriores interacciones con el periodista todo era genial y más aún lo fue cuando en uno de los momentos me confesó que venía de la misma carrera de Marxismo-Leninismo que yo. Me sentí más ligado a su suerte. En mi vida práctica es fácil escribir lo que pienso que decirlas cara a cara. Me enredo justificándome que quiero hablar más rápido de los que pienso. Quizás me salgo un poco de las intenciones de contar la historia y aprovecho la ocasión para agradecerle al Fernández.
   No recuerdo exactamente cuál fue el elemento de nuestra conversación que nos hizo ir a parar a la parte de su casa en la que tiene su cuartel general y desde donde edita su CARACOL DE AGUA. Solo recuerdo que me pidió que le acompañara y entre confusas ideas al principio, entendí algo así como que me ayudaría a crear un blog. En un abrir y cerrar de ojos encendió su arma de combate y con la habilidad ganada y que lo caracteriza también hizo las operaciones pertinentes para darle forma a lo que se proponía. Ya el periodista había leído mi cuento EL CUBO, cosa que recordó y tuvo en cuenta a la hora de buscarle nombre a este espacio que estaba naciendo y ya mostraba su cabeza por esa vulva dilatada que es la informática.
    -¿Qué te parece EL CUBO ORIENTAL? Pichón de tu sabes dónde –preguntó.
    -Lo que tú digas –le respondí.
    -Así mezclamos el nombre de tu cuento con la región en donde vivimos. Dame lo que tengas ahí para publicarlo. (1)*
   Me quité del cuello en la que llevo amarrada a un cordón negro la memoria USB. Abierta en la PC elegimos tres cuentos entre los cuales se encontraba el mismo CUBO. En otro pestañazo estaban ´´on line´´. No podía creerlo. Por vez primera algo de lo que escribía se encontraba plasmado en algún lugar a la vista de la gente o, en este caso, de los internautas. Estaba plantando en mí la semilla o el bichito de bloguear y más increíble fue cuando al instante recibí las primeras visitas. (No pasaban todas de cinco pero con el asombro las percibí como un millón). Recuerdo haber regresado a Baire bajo un refrescante aguacero y aunque sabía que los míos en casa no entenderían ni J les di la noticia. Se quedaron con los ojos abiertos como preguntándose por qué les hablaba en chino. Aquella noche, cansado, me acosté a las nueve y media. Termino esta breve historia con decir que las tres de la madrugada me sorprendieron sin poder dormirme, pensando en todo el reto que me esperaría ahora en adelante con este proyecto que tal vez inadvertido empezaba a rondar la isla y más allá de su fronteras.

(01)* Alguien me comentó luego que las cosas en Internet no se publican, sino se cuelgan. Ese alguien me introdujo la duda. No por eso detengo mi mano y desde las costas cubanas de Guamá, Cuba, yo sigo escribiendo para aquellos que, por azar o por redirección encuentran este sitio. A esa persona dedico este texto.

Olber Gutiérrez Fernández (Editor)   

martes, 5 de diciembre de 2017

Viaje a Mar Verde del Turquino: 6 décadas del combate



Lugar donde cayera Ciro Redondo García

La primera vez que oí su nombre fue cuando en el año 2002 entré a la secundaria básica que en el poblado de Caletón Blanco, Guamá, lleva su nombre. La figura del artemiseño Ciro Redondo García empezó a tornarse en mi mente desde que los profesores encargados de la tarea nos dieron la autobiografía que lo acompañaba como mártir de aquel centro. Alguna vez desee entonces subir al lugar donde aquel fatídico día de noviembre de 1957 una bala le atravesó el cráneo sembrándolo para siempre en la inmortalidad. Hace dos años tuve la primera de esas oportunidades que te dan la vida para cumplir tus anhelos. No pude asistir a tal cita por cuestiones del destino ni ese año ni el próximo, debido al fallecimiento del líder histórico de la revolución el 25 de noviembre de 2016. Ahora la cosa ha sido diferente. Por estos días se cumplieron los sesenta de aquel combate y todavía me duelen, a la hora de redactar esta crónica, las piernas de la caminata de más de veinte kilómetros desde la base del campismo La Mula hasta el mismísimo sitio donde se erigiera una columna que le muestra al visitante dónde ocurrió la muerte de Ciro. La edición de esta proeza la realizamos los jóvenes del municipio. Salimos a las cinco y media de la mañana cuando el sol aun no daba señales. Ya tenía entendido que los pasos del río eran unos cuántos pero no la magnitud de lo congelada del agua cuando en el primer paso tuve que meter las botas sin más opciones y me hundí hasta las rodillas. El ambiente húmedo, las aves del monte que despertaban, otras que se dormían nos advirtieron sintiéndonos los intrusos. El grupo de más de cincuenta avanzábamos alejándonos del puente que unos treinta o cuarenta minutos antes en silencio nos vio partir. De pronto nuestro guía nos dio el alto por vez primera para esperar a los que por una cuestión u otra se empezaban a rezagar. Algunos en ese momento no aguantaron los deseos y sacaron algunas de las cosas que llevaban para merendar. Yo saqué del estuche la cámara, la única pertenencia que me llevé consigo loma arriba e hice las primeras instantáneas de los que con cautela cruzaban con miedo de caerse en el medio de la corriente, que, no muy fuerte, cortaba de lo fría que estaba. Mientras avanzábamos empezamos a hacernos chistes para no aburrirnos. Después de las dos primeras horas y media de marcha, cuando el agotamiento empezó a notarse, pensé inevitablemente en aquellos hombres que luego del desembarco del Granma no tuvieron más cosas que aquellas lomas y no más de pertenencias además de las botas y el uniforme verde olivo, una mochila, cajas de balas, un fusil. Yo solamente portando una cámara fotográfica me empezaba a quejar por la caminata de solo un día. Ellos que vivieron aquí y ofrendaron su todo por dos largos años. Sentado en la loma que hay antes de llegar al pequeño valle en donde se encuentra Mar Verde una señora me alcanzó. Ya los demás se encontraban distantes. Me preguntó qué hacía solo ahí, observando el camino recorrido. Amablemente le respondí diciéndole quien era, de las pocas experiencias que tenía subiendo montañas. Me dijo que lo que me pasaba era normal para los principiantes. ¿Usted viene a cada rato?, pregunté. Así pude saber que aquellos parajes hacían seis años que no la veían. Ya pasaban más de media hora que mi pierna izquierda me dolía. La señora siguió adelante dejándome sentado en el mismo sitio. Tomando fuerzas me acomode las botas y aguantando el latido alcancé el firme en pocos minutos. ¡Qué alegría al ver el último paso de río! Allí sin pensarlo dos veces dejé la cámara sobre una piedra y floté largamente sobre las aguas del Turquino, líquido en estos montes refrescante como un bálsamo que a mi cuerpo le hizo bien. Tirado en medio de la posa me liberé de los pesados calzados, uní los cordones y de uno solo los lancé a la orilla. Por un momento me sentí el único hombre a mil kilómetros a la redonda. Aliviado me encontré la primera casa. En ella me dijeron que me restaban al menos quinientos metros. Gran sorpresa se llevaron aquellos que la noche anterior me decían que yo no llegaba y llamándome estos me indicaron donde estaban dando la merienda. Luego les pregunté cómo se llegaba al lugar al que no  debía de dejar de ir. Me lo señalaron y tirando las botas a una de las esquinas, medio cojo atravesé el cafetal que me indicaba el camino. Era ya un hecho el que no podía caminar en perfectas condiciones pero las ganas de retratar mi verdadero objetivo no podían quedar frustradas. Así pues, chapoleando fango y sintiendo en mis pies las piedras llegué al fin adonde seis décadas atrás quedó tirado el cadáver de Ciro. Cuando asomaba ya el acto que sería realizado estaba terminando. Esperé entonces que concluyera para tirar la fotografía que encabeza esta crónica aún antes de que fueran retiradas las dos banderas. Uno de los presentes advirtió que presentaba problemas al caminar y amablemente me cedió su caballo. Supe mientras me acompañaba, que su padre, de apellido Verdecia, según las historias que escuchó desde niño, fue uno de los campesinos participante en aquel combate. El claro que sirve de asentamiento a los habitantes del lugar, cuenta con una hidroeléctrica, un consultorio, una tienda y una escuelita. Todos estos establecimientos en las esquinas. En el centro un hermoso campo verde bien despejado y en las cercanías, el paisaje armonizado con los palmares y otras especies hacen un juego maestro hecho por la madre naturaleza. El almuerzo no pudo ser más cubano: una cajita de congrí, yuca y carne de puerco asada que en lo personal fue un manjar enviado por el mismo Dios. Sentado en una de las escaleras del consultorio, en donde me encontraba reportado por mi dolor, degusté de la cajita mirando las lomas con toda la calma del mundo. Entre mis pensamientos estaba una duda: ¿de qué forma y a qué hora llegaría a La Mula donde pasadas las cinco de la tarde volveríamos a nuestros lugares? De un momento a otro el guía dio la orden de partida. El grupo, de los cuales muchos no llegaron hasta la tumba, se abalanzaron por el trillo. Los últimos en salir fuimos tres. Yo aquejado no le di a demostrar a nadie mi padecer y antes de salir pase revista a las fotografías guardadas en la memoria de la Panasonic. Me puse las botas en el mismo paso de río en el que me las había quitado. Después les metí diente a algunas mandarinas que me había regalado la misma señora con la que tres horas atrás conversara. El descenso era todo lo contrario a la subida. En el primer caso no conocía exactamente dónde quedaba mi destino. Ya en este sentido tenía la experiencia recién acumulada. Eran aproximadamente cuatro horas en la guagüita de San Fernando. Arribamos, para ahorrarme las ideas, y para no abusar de los recuerdos, en eso de las cuatro y media al campismo. Tuve suerte de toparme con un arriero que brindándome un mulo, no me dejó otra opción que aprender en unos minutos a montarlo. En el primer intento no faltó nada para meterle la cara a las piedras. Riéndose el arriero me indicó que aquello era como montar bicicleta y sin muchas ganas de reírme yo intente hacerle caso. Exactamente a las 5:21 ya estábamos tumbados en los asientos del ómnibus, unos molidos, otros, como yo, pensando en la aventura vivida. De este mérito que se me ha dado de visitar uno de los sitios sagrados que es Mar Verde del Turquino, casi a los pies del punto más alto que tiene la isla de Cuba.
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