lunes, 27 de enero de 2020

Mi camino junto a Eduard Encina (Testimonio)


Eduard Encina Ramírez

Prólogo:
¿Por qué decido escribir este texto?

    Porque sería una traición a su memoria si no lo hiciera… a lo que me enseñó… a la amistad que aunque no solo fue para mí (porque se las arreglaba para repartirla entre un mar de gente), añoraba cuando tenía que estar lejos de aquella puesta en escena con origen en los reinos del Contramaestre y Baire … porque sigo (y seguiré), aferrado a la idea de que no se ha ido e imagino día a día mil maneras y formas para contrarrestar la ¿realidad? en torno a él… porque aunque creció, fue a la universidad, se casó, tuvo hijos y escribió libros, nunca dejó de ser aquel niño al que se le podía ver el alma profunda y sobre todo, porque entre los tantos pedazos de historias que es ya mi vida, haberlo conocido ha sido una de las cosas más grandiosas que he podido hacer. Sin otra idea que exponer en este pequeño prólogo, vamos pues a la materia:
 
Capítulo Uno:
¿Dónde, Cuándo y Cómo conocí a Eduard Encina?

    El momento en que Dios cruzó nuestros caminos para sembrar y hacer crecer la amistad que entre ambos existió, tiene lugar en ese pueblo legendario y mágico que es el Baire de los mambises, aquellos extraordinarios hombres que en el noventa y cinco del siglo XIX se fueron a la manigua en busca de la libertad a fuerza de brazos y de machete contra las balas españolas, pequeño e importante enclave éste del municipio Contramaestre de la provincia santiaguera en la Cuba Oriental: una comarca hospitalaria al viajero de todas partes, un lugar del que no puedes olvidarte cuando te marchas y si naces allá como yo, te puedes mudar hasta de planeta si esto fuera posible, pero no sacarás de tu mente mientras vivas ese pedacito de tierra que fue testigo de tu llegada al mundo.

   Pues he ahí, en dicha comarca llena de historia, que comenzó todo un día del verano de dos mil ocho hace ya algunos años en el pasado.

   Yo era un adolescente que apenas descubría otras partes del pueblo puesto que cuando pequeño mientras estaba al cuidado de mis abuelos, casi nunca subía a sus calles centrales desde mi residencia en el reparto Vista Alegre(2), conocido dicho reparto popularmente como Barrio Mocho y otros tantos nombretes que, por ser las mayorías vulgares y chabacanos, no incluiré en estas líneas. Durante muchos años mi itinerario fue de la casa a la escuela y viceversa, confinada mi existencia a menos de un kilómetro cuadrado.  

Una de mis dos únicas fotografías junto a Eduard
   La escena tiene lugar frente al parque también lleno de leyendas, donde según cuenta la historia que maestros desde aquellos tiempos hasta llegar a mi generación contaran, había un gran espacio para las peleas de gallos en el que todos los domingos se reunía gente de aquellos alrededores con la algarabía que ha caracterizado al criollo de "tierra adentro" desde siempre. Allí se pararía Saturnino Lora, General de nuestras guerras por la independencia aquel famoso veinticuatro de febrero para decirles a sus hermanos que bastaba ya de pelear los gallos y que era hora de que pelearan los hombres por la libertad de Cuba.

   Eran cerca de las dos de la tarde de aquel memorable día. Parados en la esquina que da frente con frente a la Casa de Cultura Zoila Rosa García Funes, esperábamos Joan Manuel(3), otra persona que no recuerdo y yo a que esta entidad abriera sus puertas en las horas vespertinas. Desde hacía unas dos semanas que la frecuentaba con Joan Manuel. Allí me pasaba las tardes completas de inicio a fin sin que otra cosa llamara mi atención que la de insertarme de alguna forma en el mundo del arte del que sentía y siento gran simpatía. Joan, futuro instructor en la especialidad de Plástica hacia sus prácticas en la escuela primaria Frank País García y mientras duraba el verano debía aportar en las tareas de pintura de aquella institución. Debatíamos animadamente sobre el intenso calor si mal no recuerdo, de lo caliente que mostraba la cara el dúo indiscutible y popular que son julio y agosto, del ajetreo que forman los cubanos en temporada estivales, de su resistencia a pesar de las altas temperaturas, de los resultados que iban surgiendo de los Juegos Olímpicos que tenían lugar en la capital china justo en esos momentos y otros temas, cuando de repente por otra de las esquinas apareció con una prisa y pasos impresionantes una figura bajita y gordita con gorra, pulóver, shorpeta, unos tenis deportivos y mochila al hombro, que después supe estaba llena de libros.
Junto a Arnoldo Fernández en una presentación

    La figura bajita vino directo hacia nosotros y Joan Manuel, tratándolo como a un viejo conocido, le brindó una sonrisa. El tipo bajito le estrechó la mano:    
    -Encina, ¿cómo está la cosa? –respondió al saludo Joan
    -Todo sobre ruedas. ¿Cómo está el mundo de la pintura?
    -Marchando como se puede. Mira Polito(4), -ahora Joan me miraba fijamente- te presento a Eduard Encina, poeta y escritor aquí en Baire.
    -Olber –dije yo estrechándole la mano con esa tensión que me caracteriza cuando estoy frente a un desconocido..
    -Eduard Encina –respondió él mirándome confiado y a la vez interrogándome con la mirada.
    -Encina –aprovechó Joan Manuel -, este joven es aficionado a la poesía. Tiene unos cuantos poemas en una libreta y anda buscando quién lo ayude a revisarlos. Hace algunos días que le hablé de ti y del taller literario.
    -¡Ah sí! ¿Eres de aquí de Baire? –me preguntó Encina.
    -Nací en Contramaestre pero desde pequeño me crié en Guamá(5). A veces un curso aquí y otro allá. Pero desde los doce años vivo con mi padre a tiempo completo en un barrio llamado Cañizo cerca del campismo de Caletón Blanco(6). ¿Lo conoce?
    -Eso me parece que queda por Santiago, buscando Chivirico(7).
    -En esa misma dirección. En plena Sierra Maestra.
    -Miren, ahora ando apurado. Vamos a hacer algo. ¿Sabes donde vivo?
    -No
    -¿Conoces a alguien por detrás del Estadio?
    -Tampoco –no quise explicarle el porqué.
    -Bueno. Atraviesas esta calle como buscando la primaria que está al final. Ahí verás la calle del estadio. Bordéalo a la derecha hasta que salgas a la línea férrea. ¿Me sigues?
    -Sí, te sigo.
    -En vez de seguir recto, cuando pases la línea, doblas a la izquierda buscando el Elevado(8). Frente con frente al cementerio a cualquiera le preguntas dónde vive Nando o Eduard. Los domingos hacemos un taller de literatura. ¿Has oído del Café Bonaparte?
    -No
    -Entonces te espero el domingo. Lleva algo de lo que tienes para que participes. Bueno, hermano, un placer –concluyó estrechándome otra vez la mano –. Yoan, después nos vemos y conversamos un poco.

   Acto seguido, Encina atravesó el parque, que nos quedaba al frente como ya he dicho, con el mismo ritmo con que había aparecido ni menos de tres minutos antes. Lo vi perderse entre la multitud que deambulaba en todas direcciones aquel día. No logro recordar con exactitud si fue a finales de julio o principios de agosto. Sí que en toda Cuba, como me he referido a principio, se hablaba bajo el intenso calor entre otras cosas, de los Juegos Olímpicos de Beijing. Así fue más o menos, apelando a mi memoria después de tanto tiempo que conocí a Eduard Encina.

Junto al Arnoldo y el Puro (Izquierda) y Osmel Valdéz (Derecha)
Capítulo Dos:
Mi primera vez en el Café Bonaparte.

    Enseguida hice las gestiones para mecanografiar aquel primer poema escrito dos años antes y llevarlo el domingo señalado. Dicho favor se lo pedí a mi amigo Héctor Chavez(9) que en aquellos días trabajaba en el Banco Popular de Ahorro de Baire como custodio. Este me había comentado unas jornadas antes que en dicho lugar existía todavía una vieja máquina de escribir. Para mí aún estaba lejos la tecnología digital y la habilidad de procesar textos a través del Microsoft Word(10). Cuando mi amigo me entregó la hoja mecanografiada con el texto estuve eufórico por varias horas. Recuerdo que los días previos al domingo no dejaba pasar ni  treinta minutos en darle una hojeada a mi texto adonde quiera que fuera y leerlo con gran fanatismo. Al fin llegó el momento. Aquella mañana me levanté más temprano que nunca. Limpié los tenis que tenía entonces, traídos por mi tía del extranjero. Tomé café con leche y pan de desayuno y vestido como para hacer un largo viaje salí rumbo al pueblo. Doblado por la mitad, dentro de mi libreta de poemas, estaba en tinta roja el mayor tesoro del mundo para mi en ese entonces.

   Al pararme frente a la Casa de la Cultura recordé las indicaciones de Encina. Atravesé la calle que me dijo hasta casi chocar con la primaria. Doblé a la derecha y por primera vez en mi vida observé el muro del estadio. Bordeándolo luego fui a dar con las líneas férreas. Las crucé y miré hacia arriba. Allá estaba el elevado, punto en el que se cruzaban la carretera con las vías del tren a la salida de Baire. Comencé a preguntar hasta dar con la casa. Por entonces la segunda planta no estaba construida.(11) No faltaban las ganas de darme la vuelta y regresarme a casa a pesar del entusiasmo con el que había subido al pueblo.  Cuando entré al fin luego de pedir permiso allí estaban unos cuantos personajes que iría conociendo con el tiempo. Me sentí extraño ante aquellos desconocidos pero poco a poco aquella sensación se iría esfumando al ritmo en que ganaba más confianza. Algunos ya eran reconocidos escritores locales como Jorge L. Legrá, Osmel Valdéz, Domingo Gonzáles Castañeda  y otros que probaban suerte como yo.

   Aún años después todavía no se me da bien leer en público y menos lo fue aquella primera vez en el Café Bonaparte cuando pasada la primera ronda de lecturas llegó mi turno de ´´entonar´´ mi poema al que luego de mi interpretación nerviosa fueron despellejando hasta desaparecérmelo totalmente. El primero en darme la estocada fue Osmel. Luego le siguieron los otros e ignorante yo por aquel entonces de que un taller literario era para eso, tallerear, chapear, mejorar, moldear, al despedirme no pude evitar salir molesto provocando esto que no me vieran más por el café durante varios domingos, resignado en un principio a no volver nunca más con aquella gente. Pensaba que aquellos escritorcitos no querían reconocer lo ´´magnífico´´ que creía mi ópera prima. Por otra parte así fue que conocí a Mailer, la esposa de Eduard y a los pequeños Handel Y Malcolm. Igual a Nando, el padre de Encina a quien este me refiriera cuando me diera las pistas de cómo encontrar su casa. No obstante a mi inconformidad al pasar como tres domingos cambié de opinión. Seguía visitando la casa de Cultura con Joan quien me insistía en que volviera al café y persuadido por él busqué una nueva estrategia para volver a visitarlos. Recordé que conversando con Encina antes de empezar el taller le comenté que siempre había sentido empatía por la música trovadoresca como la de Silvio, Pablo, Carlos Varela, por así citar los tres ejemplos que le puse. Me respondió que me comprara un CD y el se encargaría de quemarme en mp3 unas cuantas carpetas de dichos intérpretes. Efectivamente conseguí el compacto y fue una tarde noche a finales de agosto que salía de la casa de Eduard Encina con el material en mano.

   Pronto acabarían las vacaciones de verano y tendría que volver a Guamá con el objetivo de proseguir mis estudios en un politécnico del municipio. No me retiré a la costa no sin antes despedirme de él y de las otras personas que había conocido. Encina empezaba a formar parte de mi existencia no solo como alguien que demostraba disposición en ayudar a los más jóvenes a encontrar un camino, sino como una especie de hermano mayor que jamás había tenido, aquel que me daría consejos útiles para formar mi futuro. En julio de dos mil nueve volví al Café Bonaparte. Aún conservando en la memoria la amarga experiencia de mi primer poema, las ocasiones siguientes que participé en los talleres solamente fui como observador. Seguía escribiendo con la ilusión de que fuesen reconocidos alguna vez, pero ni loco presentaba nada por temor. Cada libreta que llenaba la guardaba en una javita de nylon. Creía ciegamente en mis escritos y me acordaba siempre de una de las canciones de Carlos Varela.(12)

En casa de Arnoldo compartiéndo con el padre de este y amigos
Capítulo Tres:
Aprendiendo en el Café Bonaparte

   Mi permanencia en aquellas ocasiones sólo siendo un visitante activo del Café, aún sin presentar ninguno de mis trabajos, fue asentado las ganas de pertenecer a él para siempre a medida de que veía la metodología que se empleaban en las sesiones dominicales del mismo. Me sentía identificado con las ansias espirituales de aquellos escritores locales de quienes tenía en un inicio una errada opinión, que luego fui cambiando con el paso de los meses en los que me involucraba con mis visitas cada vez que tenía la oportunidad. Testigo soy de las tantas gentes que aparecieron una semana y a la siguiente abandonaban sin decir palabra alguna. De esta forma me fueron enseñando que no se trataba solamente de identificarse con el café, sino permanecer firme ante la maravillosa suerte de pertenecer y hacer vida en él a pesar de las diferentes labores que llevábamos cada uno de los integrantes. Aprendí en el Bonaparte a no jactarme de sabérmelas todas  ni mucho menos de ir por ahí sintiéndome superior a nadie en este sentido. ´´Caminante no hay camino, se hace camino al andar ´´, me dijeron una cuantas veces.(13) Las horas empleadas para bien en el café Bonaparte fueron una escuela. Fui aprendiendo no sólo de Encina sino también del Jorge L. Legrá otro de los ´´decanos del Café´´ que creía (cree) en los jóvenes, y como él mismo afirmara en una entrevista publicada en este Blog(14)  sabe de la necesidad que siempre tienen estos de tener la guía que ellos no tuvieron(15).

   Cuando poco a poco acepté que mis poemas eran malos, a años luz de ser un Neruda, un Becquer o un Miguel Hernández, tuve que dejar a un lado algunas ideas y aprender a escuchar a aquellos que tenían experiencia en el campo de la escritura. La más arraigada a mi alma, aquella que primero antes que todo debía arrancarme, para poder empezar a caminar por buenos pasos en este mundo que es la literatura, fue la de creerme que podría escribir sin leerme a nadie, la concepción errada de que no necesitaba de ningún libro para esbozar ideas propias que fuesen buenas. Justificaba esto en que si leía a alguien no sería capaz entonces de ser original. Eduard advirtió esto como uno de los graves problemas que yo presentaba y me regaló, creo, la segunda de sus lecciones:
   -Si quieres, o intentar por lo menos ser escritor tienes que hacerte el hábito de leer buenos libros, y no leer cualquier cosa - me dijo un domingo mientras degustábamos café después de acabado el taller.
    -¿Tú crees?
    -¡Claro compadre! La gente vieja del café nos formamos leyendo hasta gastarnos los ojos sin descansar ni un momento. ¿Qué pensabas, que nacimos sabiendo?

   Así fue que a rajatablas, se me advirtió de una de las principales leyes del escritor y que debe seguir  sin chistar quien aspire ser uno. Al principio de esta gran revelación había algo en mí que hacía resistencia a la idea, pero no pasó mucho para que empezara poquito a poquito a leerme los primeros libros de una forma distinta a la que siempre fue mi forma de hacerlo hasta entonces. No era lo mismo leer por pura diversión de un lector común a interiorizar cada palabra para fortalecer la mente y hacer el intento de aprender las mañas del oficio. Más aquello no me sería suficiente. Tampoco es leer una o dos veces, sino ser sistemático en la lectura, cosa que en aquellos tiempos tenía que ganar en conciencia. Encina con visión extraordinaria cada vez que nos encontrábamos en su casa, en el Café Cantante de Contramaestre o en aquellos espacios a los que me invitaba, fácilmente se daba cuenta si yo estaba leyendo o no. Me hacía una prueba de rutina y al final serio, cuando los síntomas daban al traste de incumplimiento a sus instrucciones,  sentenciaba:
    -Lo que pasa chamaco es que no estás leyendo. Así no vas a crecer.

   Paralelo a estas cosas y con el paso ya de dos o tres años de haberlo conocido,  no visitaba su casa solo los domingos cuando me encontraba Baire. Me presentaba todas las veces posibles durante la semana y me enganchaban las conversaciones, porque conversar con Eduard Encina era totalmente diferente a otras conversaciones. Tal era lo cálido a su alrededor que no hubo ni una vez en la que cuando tenía que marcharme, no dejaba de sentir unas ganas inmensas de quedarme a su lado unas cuanta horas más. Peor me sentía al volver a mis obligaciones de estudiante por aquel entonces y estar lejos del café por tantos meses. A través de los años en los que conversamos de tantos temas siempre intentó explicarme las tónicas de la vida de una forma que pudiese entenderlas. Recuerdo que en muchas ocasiones me dijo que no me detuviera antes los problemas y siguiera adelante, también de la literatura que debía estudiarme: que libros sí, cuáles no, de filosofías, de genios…

En la sede de la AHS de Contramaestre
Capítulo Cuatro:
Mi visión de Eduard

   Eduard compartía con todos sus amigos los textos que escribía. Fueron incontables las veces que pude verlo frente a su computadora, con los dedos ágiles sobre el teclado y mientras esperaba a que llegaran sus otros invitados al taller, imprimía alguna que otra página de sus futuros libros publicados ahora, para luego discutirlas en ´´familia´´, porque el taller literario café Bonaparte era eso, una gran familia. Estaba abierto a las críticas. Críticas que  casi siempre se las realizaban aquellos coterráneos suyos como el Puro o Dominguito. Actitud que demostraba su humildad pues le era importante que sus amigos también lo ayudaran a mejorar sus ideas. Hizo esto con libros ya editados por importantes editoras del país como Ñámpiti o su poemario Lupus, presentado este último en la Feria Internacional del Libro dos mil diecisiete y con otros tantos títulos que fue capaz sacar a la luz paridos de su fecunda mente.

   Le debo a Encina los ánimos brindados, esos que ayudaron a que me graduara de mis estudios universitarios y me demostrara a mí mismo que podía lograrlo. Para nadie es un secreto que un estudiante universitario cubano de estos tiempos no está exento de dificultades sobre todo económicas, influyendo esto a que muchos abandonen la carrera a lo largo del tiempo que dure esta. Estuve al punto de abandonar la mía pero él me aconsejó que no lo hiciera, que no me rindiera y un día vería por qué me lo decía. Me comunicaba con él a través de mi correo electrónico desde la Universidad de Ciencias Pedagógicas y durante los cinco años que estuve en ésta, fueron menos las visitas a Baire y por lo tanto al café Bonaparte. Solamente me aparecía los fines de años, abril y en las vacaciones de verano como en antaño. Era para mí prioridad ver a mi familia de sangre y a mi madre, pero era inaceptable que soltando el maletín no fuera a saber de mis hermanos adoptivos, esos que me habían enseñado y contagiado con la enfermedad tan bendita que es filosofar y escribir.

   En el verano de dos mil catorce me animaron a participar en un pre-festival de artistas aficionados realizado en Contramaestre, presentando en dicho evento un poema, escrito ese mismo año durante mi tercer curso de la universidad. Éste se celebró en la Casa de la Cultura de Mafo y allí con la ayuda y asesoría de Eduard en limpiar el texto y hacerle los arreglos necesarios, quedé segundo lugar compartido con una muchacha de Cruce de los Baños. Paralelo a esto por aquellos días, en la sede de la Biblioteca Municipal, impartido por el mismo Encina, se desarrollaron una series de talleres sobre figuras relevantes de las letras hispanoamericanas, entre ellas la figura de Octavio Paz,  paradigma destacado de las letras mexicanas y universal. Recuerdo que el primer encuentro nos puso un video en el que Paz daba sus impresiones sobre su obra, sobre el significado del papel de la literatura en el contexto latinoamericano y creo que fue en este citado verano en el que tomé verdadera conciencia de la necesidad de vivir leyendo para poder escribir ´´algo´´ con calidad. En mayo había leído "Bertillón 166" de José Soler Puig y acto seguido escrito un cuento llamado ´´Ricardo´´(16) tallereado en el Bonaparte. Encina me había dicho, luego de felicitarme, que tenía una muestra de potencial para escribir narrativa y halagado yo de forma significativa, fue una tarde noche en que en la mesa de mi abuela nació el esbozo de mi otro cuento: "El Cubo", historia de ficción clave para que en futuro fuese su título utilizado como parte del nombre de éste blog.

   Que me leyera "Cien Años De Soledad" de  Gabriel García Márquez, relatos extraordinarios de Jorge Luis Borges como ´´El Sur´´, ´´La Biblioteca de Babel´´, ´´La Muerte y la Brújula´´ y ´´Tema del Traidor y del Héroe´´ por mencionar los que más me impresionaron, no fueron mera coincidencia. El camino trazado hacia estos clásicos se los debo a la generosidad  y consejería de Eduard Encina.

   El Café Cantante, ubicado éste frente a la carretera central cuando dicha vía en cuestión pasa por Contramaestre, es recurrentemente el primer lugar que visito apenas desembarco en ese pueblo tan acogedor antes de hacerlo en Baire situado ocho kilómetros después. Allí era, con algunas ecepciones, el sitio ideal para encontrar sentado a Eduard Encina, acompañado, o solitario con algún ejemplar de su interés y en una esquina de la mesa una tacita con el mejor café contramaestrense. Me gustaba sorprenderlo con mis llegadas sorpresivas. Siempre llegaba a Contramaestre más o menos nueve o diez de la mañana. Enseguida nos poníamos al tanto de todo lo posible de ambos. Lo primero que me preguntaba era como estaba mi lectura. Cuando estaba acompañado era recurrente en su mesa todo tipo de personas que lo querían y amaban. El gordo nunca hizo rechazo a nadie.(17) siempre y cuando todos respetáramos a todos.

Junto a varios jóvenes artístas en casa de Arnoldo
   La relación de Encina con los jóvenes creadores llamaba la atención. A pesar de que sobrepasaba los treinta y cinco años en creces, edad tope en las que todos conocemos, se deja de pertenecer a la Asociación Hermanos Saiz (AHS), nunca pudo dejar de pertenecer a ésta. Se preocupaba de manera instantánea de los problemas que atravesaba la sede contramaestrense y podemos decir los que tuvimos la dicha de conocer al Gordo, que nombrar a la AHS de Contramaestre es decir Eduard Encina Ramírez. Era maravilloso participar en sus peñas, aquellas que tenían como escenario al local del Café Cantante. Eduard dominaba los temas con gran maestría. Cada palabra que nos regalaba nos revelaba un mundo, cada mundo revelado nos enamoraba más de nuestra suerte a su lado y la suerte, a veces finita, se tornaba con sabor a eterna aunque fuera por algunas horas.

  La última vez que lo vi fue en el hospital Orlando Pantoja, antes de que fuera trasladado a Santiago de Cuba. Lo cuidaba Mailer, su esposa. Aquel día Dominguito y yo(18) coincidimos en el camino y llegamos juntos a verlo. Recuerdo que le llevé unos humildes pomos de refrescos de fresa y aunque ya los síntomas de la enfermedad avanzaban tuvo tiempo para sonreír conmigo y decirme que no dejara de pensar en mis sueños y que siguiera luchando por ellos. Yo llevaba entonces en el corazón la esperanza de que lo que estaba sucediendo sería eso nada más: un susto de mal gusto que pronto acabaría. Estuve por espacio de más de medio día con él. No me imaginaba lo que seguiría.      

   No puedo hablar de Eduard Encina sin mencionar la pasión inmensa que sentía por las artes plásticas y por la obra martiana. No faltaba en la pared de la segunda palnta donde vivia alguna que otra obra que en sus años más jóvenes no hubiese pintado. Recuerdo aquel gallo en una esquina de la sala de su casa y con una simbología tan original. Nunca tuve la oportunidad de preguntarle qué significaba aquello pero uno sentía mirándola un mundo mágico a tan sólo pocos centímetros. No faltaban tampoco su apreciación por aquellos grandes maestros desde el Renacimiento hasta la actualidad inculyendo a los gigantes del patio. Entre tanto a lo que se refiere a José Martí, sobre su mesa no faltaba, entre los tantos libros que se leía, algún que otro volumen que aludiera a Martí y este recuerdo me hace recordar un incidente:
   "Estábamos en una ocasión conversando sobre la poesía del Maestro, de su genialidad e inevitable introducción al modernismo en sus versos y puse mi duda cuando le pregunté si los poemas de Martí no tendrían algún error que de alguna forma los desacreditara en sus estructuras. Eduard tranquilo me explicó que si tal fuera el caso, a Martí había que perdonárselo porque para él la poesía martiana era un mundo exótico y bien armonizado. Difícilmente pasaba un día en su vida que no latiera su pensamiento sin recordar al hombre de la Edad de Oro. Condición que mostraba a mayores rasgos todos los años en mayo, cuando era fuego y alma del evento "Orígenes", para que la gente e invitados conocieran más de cerca aspectos desconocidos del Apóstol. Me hubiese gustado haber participado en algún de estos "Orígenes" a su lado. No faltaron de su parte las invitaciones para que asistiera y aunque tengo mis justificaciones por la cual nunca estuve en el evento con él presente, yo mismo no puedo tal vez perdonarme de no haberle hecho caso a la locura, de arrancar en las fechas señaladas y andar la ruta de Dos Ríos hasta Remanganaguas sintiendo la mirada atenta de mi amigo. Martí aunque existiera en un contexto y siglo diferente distante al del Encina, era su luz y guía a cada hora.
En el monumento a Martí en Dos Rios
   Eduard no era hombre de escuchar cualquier tipo de música. Cosa que justificaba el haberme grabado música trovadoresca al principio de que lo conociera en dos mil ocho. Me decía que había que aprender a seleccionar lo que te llevabas al oído. La buena música para él fue como un exuberante plato que lo alimentaba bien igualmente que los libros.
    -Vivimos en un mundo donde también hay música que no te alimenta el espíritu para nada. Aprende a identificarla -me llegó a decir varias veces.

   Por eso si querías deleitarte con excelentes exponentes de la buena trova y sabías dónde hallarías ´´liberación´´ para calmar tu ser, ese lugar para mi era con confianza ´´el Cuartel de las Palabras´´ de Eduard, como en los últimos tiempos llamaba yo a su casa. Tampoco la música faltaba en sus peñas habituales. Entre comentarios siempre había algún trovador local con guitarra en mano, complemento perfecto en dichas peñas, que tiraba sus acordes con canciones populares a veces, otras inéditas, pero todas selecciones con un denominador común: se te quedaban pegadas en el corazón y al menos a mí me reafirmaban que no era para nada irracional pertenecer a aquella gran familia intelectual que con nuestros defectos y virtudes éramos. Si hoy a mis veintitantos amo la trova, por citar éste elemental ejemplo, también le debo el honor de habérmela inculcado a Encina sin mirar a izquierda ni a derecha.

Su puño y letra dedicándome el libro
Una de la páginas de "Ñámpiti"
   El primer libro que me leí completamente suyo fue "Ñámpiti". Me lo prestó un día y en tan solo dos jornadas me lo empecé y terminé. Es increíble como Eduard combina elementos de su niñez en la obra, como es capaz de abrir una ´´puerta mágica´´ y tu imaginación es un personaje más del libro, que le cojas odio al Ronco y aunque te preguntes por qué diablos hay que perdonarlo al final, veas la lección de ´´amar al prójimo como a ti mismo´´. "Ñámpiti" me enseñó que el poder de la amistad es una cualidad que muchos pierden cayendo de ésta forma en un pozo profundo y frío que son el odio y el rencor. Toque genial y fantástico es el tema de la flor cuando en la historia de Handel e Inés estaba por terminar. ¿Será un cifrado mensaje que quiere decirnos que cuando morimos nos convertimos en flor? La literatura de Eduard Encina en general es más amplia y diversa. Su legado funcionará eternamente como sorprendente e imprescindible para entender la esencia de los que somos en ´´tierra adentro´´, en un lenguaje sencillo y si pretensiones de buscarnos nuevas riquezas sino identificando y amando las que tenemos ante nuestros propios ojos.

  Teníamos unos cuántos la costumbre de llegar antes de la hora señalada a los cafés. Encina, si no tenía algún texto que mostrarnos, entonces tomaba una memoria flash y grababa un sugerente material (desde un documental hasta una película) y sin perder el tiempo la compartía con nosotros. No quería quedarse pues con esa admiración que sentía por los audiovisuales, en especial del cine que consideraba poderosa herramienta también para que la gente se ´´cultivara´´. Eduard defendía a capa y espada el séptimo arte cubano. Hablaba constantemente de nuestros clásicos y de los geniales directores del patio. Así en sus palabras aprendí de las huellas de Gutiérrez Alea y de tantos otros de quienes sólo había oído pocas cosas. A la par admiraba el trabajo de grandes exponentes extranjeros a lo largo y ancho del mundo. No faltaba en su ordenador piezas de la cinematografía producidas en cualquiera de las latitudes, documentales que te dejaban con la cabeza ´´ardiendo´´ en el mejor sentido de la palabra y te la ponían a andar cual si fuera un reloj de cuerdas recién limpiado sin demasiadas complicaciones. No tenía miedo en expresar si determinado largometraje era una buena historia o pura mierda. Me demostraba esto su agudeza y les confería a sus comentarios sólida autoridad. Querías saber la opinión sobre determinado filme del momento, podrías preguntarle con certeza al Gordo. Pienso que el Bonaparte nunca hubiese sido lo que fue (y es), sin esa relación del cine y literatura que Eduard intentó y logró armar. El café además de ser el lugar para que amigos con ideas a fines compartiesen, era el espacio que nos enseñó a asumir la vida y a sus aristas desde otras perspectivas. 
Compartiéndo en casa de Arnoldo

   Una vez llegué a Baire y me encontré con la buena nueva de que Encina, Mailer y los pequeños Malcolm y Handel estaban asistiendo a la iglesia Bautista del pueblo. Fue una sorpresa cuando intenté localizarlos y alguien me dijo que tempranito habían salido para la escuela dominical. El Eduard admirado por su literatura ahora se empezaba a complementar con la doctrina del Cristo Vivo. Desde aquellos momentos no faltaron libros cristianos sobre su mesa ni el arma fundamental: la Biblia. Tampoco el promesario del que nos hacía tomar entre cafés y escritos alguna de las promesas. ´´Jesús es la única puerta en este mundo en la que hallaremos amor, libertad.´´ Me dijo un día. Empecé entonces a darme mis vueltas por la iglesia haciendo más amigos y hermanos. Ya desde mi segundo año en la universidad iba a la Cuarta Bautista Bethel y la Palabra había impactado en mi vida. Que el Gordo y su familia se hubiesen sumado al cuerpo del Mesías fue una alegría inmensa en lo que a mí se refiere. No lo vi nunca, al menos que no lo recuerde, sentarse en la primera filas de bancos, ni tampoco en la de las últimas. Llamaba así mi atención como a pesar de ser una figura de reconocimiento público en el poblado y sus alrededores, nunca hizo alarde de este estatus y le podíamos ver preferiblemente en los medios. Gozaba entre los hermanos de una aceptación bendecida y era muy querido.

Puño y letra de Eduard dedicándome un libro de J. L. Borges
   El precepto de que hombre y mujer uno solo son en la carne cuando se unen para siempre, lo recordaba al ver a Eduard junto a Mailer. Él mostraba un respeto inigualable hacia su esposa. Ella le retribuía ese respeto de vuelta y entre ambos inculcaban el ejemplo en sus hijos como así también de alguna forma en aquellos que estábamos solteros en los cafés por si en el futuro nos casábamos. Mailer y Eduard quizás sin saberlo, me enseñaban que a pesar de las malas pulgas con la que viven muchos a veces, existe el amor y es posible construirlo. Mailer no se quedaba atrás en lo que escribir se refiere. En ocasiones participaba en las sesiones del café y, entre los sorbos del recién colado brebaje y palabras para aquí y palabras para allá, declamaba con voz tranquila alguno de sus poemas. También los niños dibujaban y escribían sus cositas. Eduard nos decía que además de compartir sus dos retoños los genes del padre, habían venido con los toques de poetas y de pintores. Normalmente los domingos cuando se reunía el Café Bonaparte, Malcolm y Handel jugaban en patio del abuelo Nando. En la vivienda del segundo piso, Encina mientras nos atendía, a la vez estaba atento a las travesuras de los niños cuando Nando los regañaba. 

    La biblioteca personal de Eduard era impresionante. La primera vez que la vi fue cuando entre dos o tres amigos limpiamos a fondo el local en la que estaba organizada, local que en antaño fuera su antiguo cuarto en la planta baja donde vive Nando, su padre. Recuerdo que inundamos el cuarto con una manguera puesta directamente del pozo construido en el patio y era jalada el agua con una pequeña turbina. Fue una tarde refrescante porque aproveché el agua y me empapé lo más que pude puesto que el calor era insoportable. Antes acomodamos las cajas llenas de libros y los que estaban  puestos en el estante, sobre una vieja mesa de madera ubicada fuera de la habitación. Luego con escoba en mano empezó la diversión. La biblioteca tenía ejemplares de todo tipo. Algunos autores conocidos, otros no. Cubanos algunos, otros de diferentes latitudes, lenguas y costumbres. Era de ella que tomaba algunas de sus lecturas, donde tenía algunos de sus tesoros en lo que a literatura se refiere.

Primera página del libro
   La ¿muerte? de Encina me (nos) ha golpeado, vez primera que de alguna manera lo afirmo y escribo. Fueron difíciles y mal logrados los textos que escribí con motivo de la noticia. El primero aquella noche al enterarme de su ¿partida? bajo la luz de un candil porque en toda la región oriental faltaba el fluido eléctrico debido a los efectos del Huracán Irma19 que aún se ensañaba con la parte occidental de la isla; el segundo, un intento de superar al primero. Ya no hay corrección posible para esta rutina de recordarlo en cada despertar y mi ´´pensamiento´´ aún no acepta que Eduard, amante hijo de Baire, no estará más dialogando en el Café (y hablo de ambos, del Bonaparte y del Cantante), que me matarán las ganas de darle un abrazo fraternal aunque jamás sea esto realizable. Se me quiere imponer cada mañana una ´´verdad´´. Yo rebelde construyo la mía y mi amigo sigue desandando, riendo, recorriendo Cuba convertido en un gorrión20, buscando una nueva historia para escribir, para volverme a sorprender como en antaño cuando nos dejaba ser participe del mundo que a través de las palabras creaba y compartía con todos los que tuvimos la suerte de grabar en nuestras mentes su voz.

Interior del libro
   Pido perdón a los que también conocieron a Eduard encina si estos párrafos no son una muestra fiel de la persona que fue o si los mismos difieren de mi visión. Duro para mí ha sido hacer el intento de escribirlos: pongo a Dios como testigo. algo de más de dos años han pasado desde que pusiera las primeras palabras hasta la noche de hoy enero veintiuno de dos mil veinte. Sigo pensando en que no bastan ni bastarán cuartillas suficientes para acabar de hacernos una descripción exacta y completa de su figura y dimensión. Termino estos "caminos junto a Eduard Encina" diciendo que mientras tenga vida lo seguiré queriendo como el hermano mayor que nunca tuve y pudo darme fuerzas para seguir adelante.

REFERENCIAS ACOTADAS EN EL TEXTO:

(1) …EDUARD ENCINA ... : Narrador, poeta y artista de la plástica cubano. Nació en Baire, Santiago de Cuba, en 1973. Licenciado en Educación. Miembro de la AHS y del Grupo Literario Café Bonaparte. Egresado del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Ganador del Premio Cesar Galeano, 2004. Ganador del Premio Calendario de Literatura para niños, 2002 y Poesía, 2004. Entre sus libros se encuentran De ángel y perverso, poesía. Ediciones Santiago, 2000; Plaquet Oficio del cordero, décima, Ediciones Imago, AHS; El silencio de los peces, poesía para niños. Editora Abril, 2003; El perdón del agua, poesía. Ediciones Santiago, 2004; y Golpes bajos. Premio Calendario de Poesía, 2003. Editora Abril, 2004.

(2) ... casi nunca subía a sus calles centrales desde mi residencia en el reparto Vista Alegre ...: El reparto Vista Alegre se encuentra, como muchos otros barrios cercanos, fuera de los límites de Baire aunque pertenece a este pueblo en términos de administración a más o menos un kilómetro y medio de distancia. Los pobladores de dicho reparto se refieren al Baire central como si este fuera otro lugar. No preguntan por ejemplo si vas para el pueblo sino ¿Vas para Baire?

(3) parados en la esquina que da frente con frente a la Casa de Cultura Zoila Rosa García Funes, esperábamos Joan Manuel: sin la influencia de este gran amigo y mis andadiduras con él quizá hubiese conocido a Eduard Encina de otra forma. Este vivía dos calles más arriba en el reparto Vista alegre con su madre y hermana. Su casa siempre estaba llena de ese olor a pintura fresca. Deslumbraban sus trabajos y su conocimiento acerca de los grande pintores de diferentes épocas fue lo que me hizo acerme su amigo y que esta condición me abriese el camino en muchos sentidos. Aún Joan Manuel vive en Baire. 

(4) ... Mira Polito ...: Polito es un apodo con el que me conocen mis familiares más cercanos como por parte de mi padre y por la de mi madre. Olber es también el nombre de mi progenitor. En toda direcciones nadie me conoce allí por mi nombre como tal. Olber para ellos es mi papá; yo simplemente sigo para todo el mundo siendo Polito.

(5) ... Nací en Contramaestre pero desde pequeño me crié en Guamá ...  Aunque mis padres se conocieron en Guamá, mi nacimiento el 21 de noviembre de 1990 fue en el municipio Contramaestre. Luego de la separación de mis padres y que me llegara la edad escolar, estuve algunos cursos aquí en Guamá y en Contramaestre respectivamente con mayor estancia en el municipio costero en el que me he mantenido desde los doce años con residencia permante viusitando Baire princvipalmente en las etapas de verano

(6) … en un barrio llamado Cañizo cerca del campismo de Caletón Blanco ... : Cañizo es un pequeño barrio del concejo popular de Caletón Blanco que toma su nombre del barrio del mismo nombre situado a unos dos kilómetros de Cañizo y a veintinueve de Santiago de Cuba. Fue el barrio en donde se conocieron mis padres y viven algunos de mis familaires por la linea paterna. En él he pasado grande partes de mi vida. Cañizo es un barrio rodeado casi al cien por ciento de la Sierra maestra.

(7) ... Eso me parece que queda por Santiago, buscando Chivirico ... : Chivirico es el poblado cabecera del municipio Guamá. Se encuentra ubicado en el centro mismo del municipio que consta con una longitud de 157 kilómetros de largo. En este poblado se encuentran todas las adiministraciones centrales de Guamá.

(8) … cuando pases la línea, doblas a la izquierda buscando el Elevado... : En la franja que existe luego que chocas con la paredes del estadio y ves frente a ti la línea férreas, puedes ver a lo lejos como pasa esta por debajo del puente elevado de Baire, en el lado derecho de las vías puedes encontrar casa bien pegadas que ven pasar los trenes a cada distintas horas del día. En una de estas vivía Eduard. del lado izquierdo al principio hay casas, después puedes ver en un ángulo trasero el camposanto, lugar donde se encuentra sepultado Encina.

(9) … dicho favor se lo pedí a mi amigo Héctor Chavez Héctor Chávez, amigo y vecino de la localidad de Baire, personaje que a mIs ocho años iba a casa de mis abuelos como pastor misionero a la casa culto que había en esta. Pasada una década volví a relacionarme con él. Nino, como le dicen, es un tipo súper inteligente con el que me gustaba conversar. Sabía de mi afición por la literatura. Un buen día en esos tiempos me habló de una antigua máquina de escribir que todavía estaba en su trabajo, el banco popular de ahorros. Fue en ella que una noche de turno me tecleó mi opera prima en la poesía.

(10) … para mí aún estaba lejos la tecnología digital y la habilidad de procesar textos a través del Microsoft Word … :  En dos mil ocho no tenía por entonces gran experiencia con los teclados ni los procesadores de textos digitales. Si quería escribir alguna cosa lo hacia manuscrito y cuando chocaba con alguna que otra computadora me pasaba horas y hora para teclear un párrafo pequeño. La cosa cambió cuando entré en la universidad. Allí dediqué esfuerzos para coger agilidad cuando empecinado digitalicé todos mis poemas en los tiempos de máquina.

(11) ... Por entonces la segunda planta no estaba construida ... : En los primeros momentos de mi conexión con Eduard Encina la segunda planta en la moró sus últimos días, estaba lejos de construirse del todo. Él vivía en su cuarto de la casa del padre. Allí en la planta baja fue en donde participé los primero cafés literarios o nos sentábamos en los escalones que sí estaban medios terminados antes de empezar los talleres.   

(12) …Creía ciegamente en mis escritos y me acordaba siempre de una de las canciones de Carlos Varela ... :  La canción a la que me refiero en el texto es Pequeños Sueños puesto que mi papeleo organizado en unos cuantos cuadernos consistía en eso uno de los  pequeños sueños que me ayudaban a vivir.

(13) ...´´Caminante no hay camino, Se hace camino al andar ´´, me dijeron una cuantas veces ... :  Otra de las grandes verdades brindadas por la música es esta que nos dice que nuestro destino nos los construimos con el día a día.
 (
14) ... y como él mismo afirmara en una entrevista publicada en mi Blog … : Dos meses previos al fallecimiento de Encina y bajo los efectos de la euforia de contar con un blog de mi propiedad, pedí a Jorge L. Legrá, conocido entre sus más allegados como el Puro, que me concediera para el espacio una entrevista literaria. La misma se materializaría el veintiséis de julio de dos mil diecisiete. Dicha entrevista puede encontrarse en ECO bajo el nombre:

(15) … sabe de la necesidad que siempre tienen estos de tener la guía que ellos no tuvieron ... : La generación de ellos, nos contaba a los más jóvenes el puro (y hasta a veces el mismo Eduard, no tuvo la suerte de que nadie les dijera como escribir lo mas correctamente posible. fueron ellos solos quienes se abrieron la trocha para desde Baire levantar escritura y pensamiento. era por eso que no pagando con la misma moneda Eduard, el mismo Puro y los demás se interesaban en ayudar a los novatos.

(16) ...En mayo había leído Bertillón 166 de Soler Puig y acto seguido escrito un cuento llamado ´´Ricardo´´... : En mayo de dos mil catorce tuve la honrosa suerte de leerme esta novela del santiaguero Soler Puig que abriera los premios de la casa de las Américas en su primera edición en 1960. Quedé pues tan maravillado con saber de la historia de nuestro reciente pasado y de alguna forma sentirme un personaje más, que no se me ocurrió nada tan tonto como el que escribir mi segundo cuento copiando el argumento de la trama.

(17) ... El gordo nunca hizo rechazo a nadie ...: Quienes conocían a Encina muy de cerca sabían que entres los apodos que tenía era precisamente que le dijeran El Gordo. Hasta sus pequeños hijos le decían así cariñosamente. Tampoco le gustaba hacer acepciones mientra que todos los que se acercasen a él radiasen luz en el alma; no oscuridad.

(18) … Aquel día Dominguito y yo … : Ese día en que decidí ir a verlo al Orlando Pantoja coincidí en las escaleras con Domingo Gonzáles Castañeda quien también era un hermano tanto como en la escritura como en la fe de Eduard. Recuerdo que nos estrechamos la mano y acto seguido llegamos a la sala donde cuidaban a Encina. Dominguito, como le decimos cariñosamente, es un personaje de excelentes dotes poéticas.

(19) ... porque en toda la región oriental falta el fluido eléctrico debido a los efectos del Huracán Irma  .... :  El Huracán Irma fue un evento meteorológico que tocó tierra cubana en lo primeros días de spetiembre de dos mil diecisiete coincidentemente con los hechos del deceso de Eduard Encina. El autor de este texto no pudo asistir a la despedida por lo dificil que se le hacía salir de Guamá en esas horas de dolor.

(20) ... y mi amigo sigue desandando, riendo, recorriendo Cuba convertido en un gorrión20  … : Buscar en éste blog "Eduard Encina ya no es un hombre". Publicado el doce de febrero de dos mil dieciocho

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