Basado ¿en la realidad de mis
sueños?
Nota
del autor
Entre mis ilusiones (o pensamientos
nocturnos más frecuentes), aquellas que se me aparecen mientras duermo y
descanso, de toda una jornada llena de actividades y aconteceres, hay una que
llama poderosamente mi atención cuando sucede y al despertar me acuerdo de ello.
Antes era habitual en éste la aparición de una sola persona, pero en esta noche
tan extraña que he tenido, se han sumado a la lista de personajes mi difunta
abuela y otros tantos integrantes de la familia que todavía viven. Esa primera
persona con la que siempre soñaba hasta ahora era el abuelo, fallecido unos
años antes que ella de buenas a primeras dejándonos un profundo vacío.
Cada cierto tiempo en este sueño tan particular, y en el cuál se repetía la misma escena (y no sé en qué momento es que llegaba a donde se encontraba la casa de mi niñez, destruida por el paso implacable de los años), me encontraba todavía siendo un adolescente y mi abuelo muerto estaba junto a nosotros. Lo curioso es que sé que está muerto: estoy consciente de ello, y veo al viejo en frente de mí sin decir palabra alguna, con sus ojos abiertos e inmóviles. Su carne sigue intacta, no se ha corrompido en lo absoluto ni se siente mal olor alguno, y lo más asombroso aún: no siento miedo alguno por su presencia.
¿Cómo vuelve de su tumba?: es un punto que jamás se me revela; sólo que se encuentra allí sentado en su sillón, mientras se mece tranquilamente, como en aquellos mediodías en los que paciente esperaba el almuerzo que la abuela preparaba para todo el batallón, en medio de la algarabía que se formaba cotidianamente entre los nietos hermanos y primos y los gritos de mi madre y mis tías para que se hiciera un poco de silencio en los alrededores de la amplia sala. Yo entonces (en mi sueño) me le acerco y lo miro como ya dije, sabiéndolo cadáver andante, queriendo con extrema curiosidad investigar por qué sus ojos siguen enteros o llevarme alguna desagradable sorpresa de encontrarme otra cosa, pero no: están claros y brillantes, sin fijarse en nadie en especial, como mirando a un punto fijo en la pared de madera pintada de verde que había aunque yo estuviese delante de él.
2
Hace ya una década exacta que tengo
en mis horas de descanso dicha historia merodeando mi mente, y las pocas
personas que conocen de esto se maravillan extrañados y me instan a que pruebe
suerte con el número que corresponde al muerto vivo, que mis abuelos me lo están
dando. Entre este original suceso y otros más, no conozco a nadie que tenga tan
singular situación. A la progenitora de mi madre la recuerdo de miles de
maneras, pero lo último que recordaba de ella era, el mal momento en que la
bajaban al nicho y unas de las cuerdas partiéndose hicieron virar el ataúd.
Cosa que provocó que éste tuviera que abrirse para volver a enderezar su
delgado cuerpo. Esa fue hasta esta madrugada, la última vez que había visto a
la abuela.
Como les relataba al principio, en este sueño de anoche estábamos celebrando una especie de reunión o algo por el estilo y de repente, como cuando estuvo en vida, allí estaba la abuela en absoluto silencio, mirándome, muerta pero viva como en aquellos sueños con el abuelo. Tenía el mismo aspecto que cuando se produjo se deceso: casi vencida por las tantas décadas anidadas en su pecho en la que fumó y trabajó duramente para mantener a sus once muchachos.
Ahora que escribo estas líneas me pregunto, mientras que a la vez me tomo un cafecito en esta mañana fría antes de irme a trabajar: ¿por qué los abuelos, muertos vivos en mi sueño, no pueden hablar? y lo más impactante aún: ¿qué querrán decirme realmente con su presencia en esas noches en que se me aparecen con sus ojos todavía enteros, a pesar de que yo sé de que han pasado a ser cadáveres y huesos hace tiempo?, y lo que más me asusta, ¿por qué si los muertos asustan por naturaleza a lo vivos, a ellos dos nos le tengo miedo?
Olber Gutiérrez Fernández
20 de noviembre de 2019