I
Parte frontal del Carné que llevó mi abuela durante sus últimos días |
Dos Bisnietos de mi abuela |
Mi abuela se llamaba Euvelina Aguilar Fernández. Nació el 9 de febrero de 1929 en la Sierra Maestra. Hija de Fidel Aguilar y de Estelvina Fernández fue la esposa de Franklin Fernández Garcés y madre de once muchachos entre los que se encuentra mi madre y curiosamente otro Arnoldo Fernández que abandonó Cuba en la década del 80 dejando dos niñas pequeñas. Llegué a la familia cuando faltaban cuarenta días para que terminara 1990 y entre tantos locos que ya contaba la familia transcurrieron mis primeros meses. Según mi padre que vivió aquellos tiempos en Baire haciendo múltiples trabajos para poder sobrevivir, abuela fue una mujer extraordinaria que veía a los hijos siempre pequeños aunque estos ya no lo fueran.
-Si el mundo tuviera madres con el corazón de esa vieja fuese un lugar maravilloso –me decía y me sigue diciendo.
Papá no mentía cuando afirmaba esto porque sin especular, fui testigo de las veces en que la vi quitarse lo que estuviera comiendo cuando llegaba a la casa algún nieto y sin dudarlo dejaba de darle mordidas y se lo daba.
Era la primera en levantarse.
Entonces la casa se llenaba a aroma de café y humo. Nos despertábamos uno a uno. Descalzo me asomaba a la cocina, le pedía un trago y la vieja me regañaba por tener los pies pegaos a tierra. Por la cerca se asomaban algunos de los vecinos y le pedían un buchito o la saludaban con el Uve, ¿Cómo anda? de cada mañana, antes de seguir sus diferentes destinos bajo la neblina que caracterizaba al amanecer por aquellos tiempos. A mí nunca me faltó el pan aunque sea con aceite o con huevo de gallina criolla y mi vaso de café con leche sobre la mesa cuando tenía que partir a recibir clases en la escuelita de El Cayo.
Para abuela como buen cubana no le podía faltar ese brebaje tan caribeño ni sus tabacos Made in Casa que algunos productores independientes hacían en la mismo barrio. (Recuerdo que por un tiempo ya yo crecido traté de hacerle una huelga generalizada cuando me pedía que le buscara unos ejemplares que se vendían a cincuenta centavos y yo me negaba rotundamente dando votos de jamás comprarle ninguno.)
Las primeras palabras antes de ponerse en pie y prender el fogón de leña era llamar al Miso, uno de mis tíos, para saber cuándo partiría para el Plan Vianda.
II
II
Dicen por ahí que el amor de pareja se acaba con el pasar de los años pero eso, estoy seguro que no pasó con abuelo, claro, sin dejar de restregarle hasta la muerte de que no fuera tan goloso, que dejara los calderos tranquilos cuando regresaba de ver la pelota o el boxeo y metía las manos en la olla de harina de maíz o en el arroz recién hecho.
Emilia Fernández Aguilar, una de sus hijas mayores |
III
Muchos se empeñan en afirmar que yo fui un niño malcriado y que a veces irritaba a los mayores. Abuela a pesar de tener su alma llena de bondad también tenia sangre en las venas y sus arranques de vez en cuando. Ella cuando se molestaba conmigo o con alguno de mis incontables primos, siempre la culpa la pagaba nuestras piernas y la mata que en esta región de Cuba afirmamos en llamar Guataca de Burro, que en muchos lugares sirven en cayo como una especie de cercado. Fueron entonces las tantas veces en que nos sentimos en la necesidad de darnos a la fuga para no sentir el fuetazo que era por donde nos cogiera sin tantas explicaciones. Si no lograba sonarnos oíamos desde lejos que nos decía que ella era como un gato, que este no cogía el ratón corriendo. Luego se mantenía en vela y cuando pensábamos que todo había pasado nos arrinconaba para cobrarnos lo debido. Pienso hoy que aquellos guatacaburrazos pusieron en nuestras vidas su granito y la cordura que tenemos en la actualidad se la debemos a la Uve.
Recuerdo siempre las noches en las que se ponía a contarnos como era su vida en las lomas, aquellas épocas antes del Triunfo en las que con dos o tres hijos chiquitos y ya preñada de otro se alzaba en los cafetales recogiendo el grano, de cuando una avioneta buscando a los rebeldes tiró algunas de sus bombas cerca del bohío, de aquellos vecinos que todavía recordaba uno a uno, de aquel mundo que ya existía cuando mis padre y su hija no eran ni semen ni óvulos listos para el milagro. En sus últimos lustros de vida, no cabía mañana, luego de colado el café en la que, echando un humo mirando al camino, sentada desde una esquina de su cama asomando a la ventana, no recordase los viejos tiempos o pensara en qué cocinaría o cuando lo haría.
IV
IV
Entre los hermanos nunca faltan sus peleítas y mis tiazos varones no estuvieron exentos de esta costumbre tan humana. En casos de esos mi abue tomaba palo de escoba en mano y como buen jueza que era repartía palazos a izquierda y a derecha aplacando la bronca. Abuela comentaba que el trabajo no le quitaba ningún pedazo al hombre y que el tener las manos callosas no significaba ninguna deshonra, al contrario, bienaventurados los que mostraban al mundo las suyas como islas llenas de montañas.
No existía ningún despenque de maní en la zona, por ejemplo, al la que no indujera a sus hijos en aras de buscarse unos pesos. A pesar de ser una guajira toda la vida brillaba por la atención que les brindaba a conocidos y a desconocidos. Recuerdo que nunca le vi negarle el café ni a aquellos vendedores del grano que a veces se lo vendían a altos precios. El reparto Vista Alegre se llenaba de comerciantes en bicicletas y de a pie y ninguno puede dar mala fe de que aquella señora flaca y menuda de la primera calle ni aunque sea unas palabras de usted a usted dijera. Hasta Israel el loco en sus incontables caminatas llegaba cantando con la niebla y la vieja le preparaba un jarro metálico bien calentito. Luego Israel daba las gracias y en aquel idioma que solo el entiende seguía su peregrinar. Cuando chama medaba miedo. Esperaba que se fuera y abuela sonreía porque sabía.
V
V
Wilder, otro de sus nietos |
-Acuérdate de nosotros los pobres –decía si les faltaba dinero para sacar los mandados o si algunos de nosotros estaba metido en algún problema de cualquier índole.
Para ella sus hijos no solo eran aquellos salidos de su vientre sino también las generaciones engendradas por estos hasta los mismísimos tataranietos. Ignoro, porque nunca se me ocurrió preguntarle, quién le había hablado por primera vez ni en qué época de Dios. Pero si puedo asegurar que fue ella quien nos inculcó desde su manera peculiar creer en la sombra del Divino que nos protege desde las Alturas.
VI
VI
Otra nieta y bisnieto |
El porqué de esta crónica quizás un poco desorganizada se la debo al sueño que no pude realizar: de hacerle grabaciones y que ella misma me hablase de su vida, de cosas que ya nadie nunca sabrá. Mientras me toque vivir y tener la mente lúcida sobre mi pasado, de mi procedencia, de gentes que contribuyeron a mi formación, abuela será en mi recuerdo una gran mujer, alguien que demostró con su ejemplo, que me dice desde ultratumba que olvidarla sería la peor de las traiciones que le puedo hacer a su legado.
Finales de agosto – 8 de septiembre de 2017.
Olber Gutiérrez Fernández.
Finales de agosto – 8 de septiembre de 2017.
Olber Gutiérrez Fernández.
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