Eso
deduce poco pero deja abierta la imaginación.
Tampoco
ninguno de los porteros puede aclarar las dudas. Afirman que el apartamento
después de permanecer cerrado todo un año fue rentado un martes y el miércoles
le estaban pintando la puerta de verde. El viernes casi al amanecer se quedó
dormido el portero que estaba de turno luego de una noche completa en vela. Lo
despertó con toque de hombros el dueño del inmueble, un viejo estirado y largo,
que no se sabe como entró, para decirle que los nuevos inquilinos del
apartamento 7 estaban instalados y que no los molestara si ellos no lo pedían.
Por las escaleras bajaban cuatro hombres y en la entrada estaba parqueado un
carro negro de mudanza. Al portero le llamó el color negro. En la ciudad todos
eran preferiblemente blancos. Unos metros más adelante la flamante limosina del
dueño.
“¡Imposible!”
pensó el pobre hombre cuando miró el reloj. Habían pasado quince minutos. ¿En
qué tiempo llegaron, desmontaron todo y lo subieron? Aquel ajetreo lo hubiese
despertado. Además, su reloj tenía las pilas nuevas. Improbable que se hubiese
detenido. El portero afirma haberse quedado estupefacto sin hallarle
explicación al suceso. Mi abuela lo invita a tomar café todas las mañanas
cuando termina su turno y de entre los muchos temas de conversación que sacan el
preferido es ese del apartamento 7 y por
el cuál empezó a interesarme la historia.
“El
viejo Borges se está volviendo loco.” me dijo con sus ojos redondos bien
abiertos cuando se marchó el portero
mientras levantaba las piernas en su vieja banqueta y se daba abanico sin más opción
ante la rotura del ventilador.
Recuerdo
que en el apartamento 7 vivía una señora muy anciana. La pobre estiró la pata.
Quien la cuidaba era una trabajadora social llamada Mirna que cuando se dio
cuenta de que estaba muerta, salió al pasillo formando tremenda gritería. Pero
esa es una cuestión menos importante ahora. ¿Quiénes son los que viven en el
apartamento 7 y más extraño aún, por qué
pintaron la puerta de verde?
3 de
julio 2017.
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