martes, 7 de noviembre de 2017

Personajes Guamenses: Reseña sobre un hombre de Cien años

Idilio Ortega Rivaflecha tomando café el día que cumplió sus cien años
    En la vida hay oportunidades que se dan sólo una vez. Si no llegas a tocarlas desaparecen, no vuelven perfectas ni aunque las imagine el más brillante escritor. Uno tiene el derecho de ignorarlas y seguir el camino o detenerse a descubrir lo interesante en ellas. No todo los días puedes sentarte con alguien que tenga un siglo sobre sus espaldas, que, mirándote sin moverse a izquierda o a derecha, te haga entrever todavía que tiene fuerzas para arrebatarte y llevarte a través del tiempo. Uno calla cuando algo así sucede y aprende a escuchar más. Entonces es el momento en que te das cuenta que la historia tiene tesoros que van a la muerte y ya, al ser propiedad de esta, jamás podrán ser rescatados. Idilio Ortega Rivaflecha era el hombre más viejo de Cañizo, lugar enclavado frente al mar Caribe en la Sierra Maestra, veintinueve kilómetros al este de la cuidad de Santiago de Cuba. Muchos lo conocían simplemente por Yiyo. De él es que quiero hablarles y que él mismo también mismo hable a través de la breve entrevista que le hiciera en vísperas de navidad del dos mil catorce:
 
   –Nací y he vivido siempre en este pueblo –empezó  a decirme–. Vivieron aquí mis abuelos e incontables vecinos que todavía recuerdo. Mi niñez transcurrió en estos montes al cuidado de mis padres y rodeado de mis hermanos que empezamos crecer hasta alcanzar la cifra de  catorce muchachos. Fuimos ocho varones y seis hembras. Las cosas no eran fáciles porque para criarnos los viejos tuvieron que jugársela y apenas alcanzábamos los diez años teníamos que trabajar e irnos desenvolviéndonos. Así nos fuimos criando hasta que nos volvimos hombres y mujeres. Luego cada cual cogió su rumbo pero yo nunca me fui de Cañizo y ya ve: hoy tengo sobre mi cabeza cien años. Te puedo decir con los ojos cerrados de toda la gente que aquí ha venido a vivir.
   Hacíamos carbón para sobrevivir que en aquellos tiempos no era cosa fácil. Ayudábamos a los viejos en esta tarea y prácticamente era lo que más se hacia. Después progresamos construyendo una lechería. Sembramos café en las cercanías del Pinar. Cultivábamos caimito, mango y otras cosas.
    Cuando me independice hice familia. Te voy a contar cómo sucedió porque si fuera por mí nunca hubiese sucedido. No pensaba hacerlo tan rápidamente. Fue hace tanto pero lo recuerdo como si fuera ayer. Yo tenía una novia en Santiago y por aquellos días manejaba un arria. Un sábado, bien temprano, le pregunto a un cuñado mío que si quería trabajarme ese día, que yo iría a una pelea de gallos a Mazamorra y de Mazamorra me iba a ver la gallina. Él me dijo que sí y entonces me fui. Estuve buen rato en la pelea. Luego me encaminé a Santiago en caballo, llegando casi de noche. Estuve allá como hasta las tres o cuatro de la tarde del día siguiente.´´ Idilio se detiene, como buscándose los recuerdos que quieren jugarle una mala pasada. Yo pienso de momento que quedaré sin saber lo que pasó. De pronto, mágicamente, vuelve a arrancar. ´´ Cuando llegué a casa era muy tarde, ya los viejos dormían. Por la madrugada se levanta mi padre, que acostumbraba hacerlo para repartir a los muchachos entre el campo, el ordeño y esas cosas, molesto porque según él me había ido dejando las mulas al cuñado cuando este en realidad no sabía trabajarlas.  Yo le dije:
      -Óigame viejo, fíjese que yo le pregunté a Gustavo y él me dijo sí sabía.
   El viejo no me entendió y a mí me molestó tanto aquello que aunque no se lo había dicho con idea de irme de la casa salí hecho un lío, recogí mis cosas y me largué. Viví los primeros días con un guajiro que cuidaba una casucha perteneciente a nuestra propia finca. Fue una etapa de intensa soledad. A pesar del disgusto entre los dos mi padre me regaló una novilla. La vendí y me fui a la ciudad. Allá compré una cama y con los seis pesos que me quedaban jarros y muebles. Regresé con uno de mis hermanos que me ayudó a traerlo todo. Construí una casa en el medio del monte. Mientras la hacía me quedé en casa de Enrique, un amigo. Así no volví con mis padres. En esa casa que levanté fue donde me casé y tuve a mis dos hijos. Mi mujer tenía diecinueve; yo veintidós. Después me hice de un terreno y empecé a criar vacas. Fue un tiempo difícil para mí, ´´  Mira a la nieta que asiente con la cabeza ´´… pero a la vez muy hermoso. Planté también una tienda. Eso fue coincidentemente en el año mil novecientos cincuenta y tres. Al estallar la guerra hice colaboraciones con el Ejército Rebelde. Les daba mercancías y todo lo que tuviese a mi alcance para ayudar la causa. Conocí al comandante Juan Almeida Bosque. Vino hasta mi casa en dos ocasiones guiado por uno de mis cuñados. En aquellos años por todo el territorio estaba regada la guardia rural. Con esa gente había que tener cuidado. Que yo rcuerde nunca tuve ningún encontronazo con ellos. Se fueron retirando con el arrecio de la contienda.
   En aquella época Guamá no existía como municipio. Pertenecía al término municipal de El Cobre. Era muy difícil el desarrollo (como él mismo cuenta):


***

´´ No había carretera. El transporte más rápido y más seguro era por mar. Un barquito conocido como Fragata recorría la costa. En él transportábamos el carbón que producíamos y lo vendíamos en la ciudad a sesenta y cinco centavos el saco. En la zona de Aserradero se producía madera, eso no lo podemos de dejar de mencionar. Al año y pico después del cincuenta y nueve vinieron y me preguntaron que cómo se había comportado la guerra conmigo. Yo les dije que en las luchas que se echan si no tiene cooperación no se ganan. Considero que mi aporte fue tan importante como el de muchos otros. No hago caso si hay demasiada gente que lo recuerde o no. Me satisface haber ayudado y sentir orgullo por eso. Volviendo a la guardia rural. Pasaban por aquí y llegaban a las tiendas sintiéndose dueños de todo. No pagaban los tragos, sospechaban de todo el mundo y no lo pensaban dos veces para meterle un tiro a cualquiera. Si les reclamabas eras caballo muerto en la carretera. Una vez detuvieron a un hermano junto a un amigo. Estos traían herraduras e instrumentos para trabajar. Cosas pasadas en la alforja.
   -¿Son para los alza´os? –les preguntaron.
   -No sargento, son pa´ trabajar –respondieron ellos.
Los guardias le dijeron que si esto se volvía comunista nos iban a quitar todo. Aprovechaban la ignorancia que teníamos para ponernos en contra. Esa gente registraba a todos los que se topaba. Después del triunfo las cosas han sido diferentes...
  
***

   Siempre supe o tuve la noción de que estaba allí (recuerdo haberlo visto algunas veces cuando niño), pero jamás había tenido la curiosidad de escuchar sus palabras. Muchos de los vecinos lo querían y visitaban; otros ignoran ocupados en sus quehaceres que he escrito sobre él. Una buena historia no solo está en los libros. También la historia camina, respira. ¿Sería lícito dejar descansar a sus portadores no sin antes sacarla de ese nido que es la memoria y llevarla segura a la inmortalidad? Cada pueblo por pequeño que sea tiene su valor. Esto lo podemos justificar por la gente que lo habita. Yiyo perfecto ejemplo es de que vale la pena detenerse para visitar el pasado una y otra vez, regresar y contar lo que pudimos ver.

   

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