lunes, 3 de agosto de 2020

El viejo Fidel...


Fidel y yo unos meses antes de su muerte

La oportunidad de conocerlo sólo se limitó a un escaso año y dos meses antes de su muerte el pasado 3 de julio, luego de que la enfermedad que padeciera por más de 20 años al fin lo venciera: oportunidad que me tocara a fines de mayo de 2019 cuando vine a vivir en el mismo batey que él uniéndome sentimentalmente con una de sus nietas. Bautizado como Clodovaldo Fidel Coello Torres otras tres personas importantes cercanas en mi vida también llevaron su segundo nombre; la primera: el padre de mi abuela materna Euvelina Aguilar Fernández; la segunda: un vecino amigo de la familia y de quien no recuerdo apellido allá en las cercanías de El Cayo, Baire, carretera desde este poblado histórico hacia Los Negros; y la tercera por supuesto, el líder de la Revolución Cubana del que todo niño conocía de sobras en las escuelas desde sus primeros años de educación. Tenía en aquellos momentos ochenta y seis años de edad y pues era definitivamente, aunque suene reiterativo el dato, el cuarto Fidel que llegaba a mi historia en veintiocho años cumplidos de paso por este mundo por aquel entonces. Odiaba las fotografías según pude ver y las que cuentan ahora como prueba de su existencia fueron rarezas al ser tomadas.

El viejo Fidel era amado por sus cuatro hijos, sus parejas y familiares cercanos,  dos nietas y tres bisnietos de una forma excepcional, y no faltan en esta lista losvecinos habitantes de la comunidad que siempre preguntaban por su salud. Su esposa Vidalina estuvo junto a él por más de cincuenta años y ambos se encargaron de sembrar valores en toda la descendencia que lograron tener. Era un viejo que a pesar de sus casi noventa gustaba de las novelas del paquete semanal y de los deportes transmitidos por Tele Rebelde. Su cafecito de las mañanas no podía faltarle como buen cubano de esta Sierra Maestra que era. Se ponía bravo cuando a mediodía Yohan, Yasmín y José Manuel sus tres bisnietos no habían ido a darle el besito de buenos días y peleaba como loco si estos no llegaban. Le gustaba conversar de todo tema y recordaba su niñez, etapa cambiada radicalmente sin su madre que perdió a los ocho años. Sobre ello una vez me dijo que tener a la madre cerca es una bendición que nadie debe desperdiciar y que hay que saber amar. Recuerdo sus ojos nublados ya afectados por el tiempo, mezcla de experiencias y nostalgias y a la vez un poco de pena por lo delicada de su salud, de su voz pausada queriendo decirme miles de cosas y un pecho que se le ahogaba si se exaltaba demasiado. Aprendí a amarlo en pocas semanas pero lo que nunca imaginé fue perderlo tan rápidamente. Creía que estaría junto a él unos cuantos años. A pesar de sus padecimientos era jaranero hasta más no poder y también en sus días lúcidos daba cuero como decimos en buen cubano. 

Fidel junto a su nieta mayor y su esposa Vidalina
Humilde vivía en una casita de madera sin más riquezas que la de sentirse protegido de sus amores. Lleno de besos y abrazos, no de oro ni de plata, sino del cariño y respeto que le hicieron hasta el último respiro saber que los suyos estaban ahí para despedirlo. Para ser feliz el hombre no necesita mucho y eso lo pude percibir en Fidel donde la generosidad nunca vi desaparecer ni en esos instantes  en lo que las fuerzas parecían abandonarle. Se divertía de lo grande cuando yo inexperto tomaba en manos  el hacha del suegro para intentar rajar leña y con mis hachazos no lograba nada, pero yo nunca me enfadaba por ello sino que aprendí a reírme con él y seguir sin descansar el empeño.

A poco más de un mes de su muerte, detalles de la que considero oportuno y sabio no dar en este texto, todos en el corazón sentimos la falta de Fidel. Ya las horas no son las mismas mientras estamos en casa adonde llegábamos por las tardes después de trabajar a saludarlo. Horas en las que casi siempre con mando en mano se paseaba por todos los canales de la señal digital si se hallaba aburrido y si los bisnietos no estaban prendidos de Multivisión viendo dibujos animados mimados por él. A uno se le aprieta el alma en pensar de lo breve que es el paso por esta tierra y pensar que gente como el ya no está, que la eternidad se los ha llevado y los extrañamos profundamente en silencio haciendo perenne el voto de no olvidarlos jamás mientras nos quede prendida una chispa de aliento.

Bayamita, Guamá,Cuba, 2 de agosto de 2020

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