sábado, 1 de diciembre de 2018

Sobre Martí...



Aprendí por primera vez a leer a Martí en La Edad de Oro. Eran mis primeros meses en estos mundos de la lectura allá por el lejano mil novecientos noventa y siete. La maestra Juana, si mal no recuerdo, no sabía hacia qué universo me había catapultado. Lo cierto es que, impresionado por aquella magia de saber traducir en sonidos los dibujitos y grafemas de un libro, empezaba a hacerme el hábito de incluso de irme a mataperrear bien poco y quedarme, mientras abuela hacía el almuerzo en su fogón de leña, sentado en un taburete hojeando libros y más libros. Me es imposible acordarme exactamente como fue mi encuentro con el famoso libro que originalmente sabemos, era una revista ideada por el apóstol del cual saliesen no más que cuatro números. Sí recuerdo que era una de esas ediciones a colores magníficas de principios de los noventa. Así, descubriendo el mundo con apenas seis años de edad, me fui a curiosear con Meñique, estuve presente cuando tuvo que ir en busca del gigante, cuando la princesa, indignada de aquel petulante enano le hizo unas cuantas adivinanzas, cuando los ciegos del Indostán me enseñaron que somos uno solo en el universo y a la vez tan diferentes cada uno. Aprendí a leer a Martí y no me imagino de ninguna forma posible, cómo un hombre del siglo XIX, sin tecnologías digitales ni los santos guanajos, pudo a filo de pluma y tinta ser universal, grande… cómo pudo aquel cubano ser guía para estos tiempos que corren y que a pesar de que hace más de ciento veinte años sus huesos son sagrados para la Patria, todavía escuchemos sus palabras como un padre que quiere al hijo, lo educa y reprende cuando es necesario.   

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