jueves, 27 de diciembre de 2018

Historia del ave que no tenía color(Cuento)

Este era un ave que no tenía color y su desdicha lo hacía infeliz. Había reparado en notar desde que tenía uso de razón que todos tenían menos él: el tocororo los lindos rojo, azul y blanco. La cotorra el deslumbrante verde. El zunzún que con sus alas coloreaba el rápido vuelo de flor en flor. La cartacuba… el sinsonte… el gorrión… y toda una lista que nos sería interminable si se me ocurriera mencionarlos.
   
Un buen día estuvo horas y más horas lloviendo. Por la tarde el señor Arco Iris salió a pasear y notó en un árbol al avecilla con aquella tristeza de siempre.
     
    -Qué tienes amiguito, le preguntó mostrándole una sonrisa, queriendo darle ánimos a nuestro amigo.
     -Todas las aves tienen color, ¿No ves que yo no?
     -Sí, ya veo –respondió el Arco Iris -. Pero no por eso has de estar triste. Mira, tengo una idea.
     -¿Cuál? –preguntó  el ave
     -Debes prometerme que cumplirás tres órdenes mías y te daré un color como recompensa. ¿Hacemos el trato?
     -Está bien señor Arco Iris, hagámoslo. ¿Me puede ya decir cuál es la primera?
     -Sencillo mi pequeño amigo: cuida de que esta noche las estrellas no queden atrapadas en el mar.
   Y diciendo esto desapareció el señor Arco Iris. Aunque había sido una conversación muy breve el ave estaba dispuesta a ganarse un hermoso color. Esperó unas horas más para que cayera la noche.

El cielo empezó a mancharse de oscuridad y consigo las estrellas despertaban. Una lechuza en el hueco del árbol cercano le extrañó ver despierta todavía al ave.
     -Hey, avecilla sin color, ¿No tienes sueño?- le preguntó.
     -No hermana lechuza. El señor Arco Iris me dará un color pero debo cumplir las tareas que él me ha encomendado a cambio. Debo apresurarme. Adiós.
   Y salió disparado hacia las orillas del mar cual si fuera un cohete.
   Al llegar vio a una pequeña estrella radiante que venía bajando para mirarse en el espejo de sal y se le acercó rápidamente.
     -Hermanita estrella, no bajes tanto que puedes caer.
     -¡Tonterías!, yo por nada me podría caer en el agua. Soy ágil e inteligente, dijo la estrella y descendió más y más.
   Miró su resplandor en el líquido y de repente una ola la hizo caer. El ave desde lo alto observaba cómo la luz empezaba a desaparecer en las profundidades. Entonces se precipitó sin pensarlo dos veces hasta agarrar a la estrellita por una de sus puntas y la sacó bien alto para que al aire la secara, para que no perdiera su brillo hermoso y único.
     -Gracias hermano, sin ti hubiese ido a parar al fondo, dijo recobrando su voz la estrella.
     Cuídate más y no te acerques demasiado porque las olas le tienen envidia tanto a ti como a tus hermanas.

Después comenzaron a llegar otras y todas tuvieron al ave sin color como guardián toda la noche y aunque hubo algunas malcriadas que se burlaban del pájaro por su palidez, él cumplió con su primer encargo como lo prometió. Otras se les acercaron, no burlándose, sino a preguntarle el porqué del abandono de los colores en su cuerpo y qué tan triste se sentía por ello. Él contestaba para no dejar en blanco a las preguntas formuladas, pero a cada una de las que respondía se le marchitaba más de cierta forma el corazón.
  
Llegó la mañana y el avecilla sin color sintió mucho sueño. Voló hasta el árbol de siempre cuando ya la lechuza se iba a dormir.
     -Buen día avecilla.
     -Buen día hermana –dijo él bostezando.
     -¡Caramba! –exclamó la más sabia –,parece que no has pegado los ojos en toda la noche.
     -Así es, amiga. Pero tengo la satisfacción de haber cumplido con el inicio de nuestro trato.
     -¿Me puedes contar esa historia tuya con el señor Arco Iris?
     -¿Ahora?- respondió con una pregunta a la pregunta de la comadre lechuza.
     -¿Por qué no?- insistió la amiga.
     Quisiera dormir un poco.
     -Está bien, ¿prometes contarme luego?
     -Sí, hermana, prometido, dijo cruzando las alas.
   El día volvió a nublarse y todos los seres de aquella tierra recibieron a las nubes con gusto.

Cesó el pesar de las nubes y el amigo de siete colores comenzó el paseo de las tardes casi gritando para despertar al ave que aún estaba dormida en su árbol.
     -¡Hey Pequeño!, ¿Dónde estás? Sal para verte.
   Miro por los alrededores y volvió a gritar:
     -¿Dónde estás amiguito?
   El avecilla abrió los ojos y con rápido vuelo llego afuera para saludar.
     -Hola señor Arco Iris, dijo y añadió, ¿Cuál es mi segundo trabajo para realizar?
     -Espera amiguito, no tan de prisa. Dime, ¿Cómo te fue con las estrellas?
     -Todo bien. Le he cumplido. Ya usted debe saber.
      -Sí, algo me han contado. Sé que has cumplido. El segundo mandato para ti será sencillo: cuida que la luna transcurra su viaje nocturno sin que ninguna nube oculte su belleza.
     -¿Luna? Si todavía es nueva.
     -No desconfíes. Hoy la verás muy llena.
     -Creeré cuando lo vea con mis ojitos.
     El tiempo me dará la razón. Espera que anochezca y te acordarás de mí, dijo el señor Arco Iris desapareciendo lentamente y sonriendo.
  
Anocheció y las estrellas empezaron a aparecer pero tuvieron en cuenta no acercarse al espejo demasiado. Cuando ya era bien de noche al este todos pudieron observar el destello de algo resplandeciente que salía adelantada en muchos días.
     -¡La luna!- Exclamó asombrada el ave y sin pensarlo dos veces se lanzó cielo arriba. La novia del sol advirtió el vuelo y le preguntó:
¿Qué haces tan alto en una noche como esta?
Te protegeré de las nubes que quieren opacar tu belleza
Tú, tan pequeño, tan insignificante. Le dijo ella con desprecio y envaneciéndose en si misma- no hay nada en este mundo que me pueda deslumbrar.
Puede ser que tengas razón.
Y la tengo.
De todas formas aquí estaré –dijo firmemente el ave.
Pierdes tu tiempo- dijo por última vez la luna y se alejó paso a paso.

Cerca de la media noche los hijos del viento alzaron molestos nubes porque la luna no los dejaba dormir con tanta claridad.
Además, dijeron, todavía no es hora de que ande así por el firmamento.
-Sí a ti misma, respondió la nube.
La primera en llegar cerca de la luna fue una muy gris que se burló de inmediato.
    -¡Que luz más fea y horrible! ¿Por qué no le haces un favor al mundo y explotas?
    -¿Me hablas a mí? –preguntó la luna pero no ya tan amarilla sino algo roja y molesta por el atrevimiento de la nube gris.
    -Sí, a ti misma.     
    -¿No sabes quién soy?-  preguntó con autoridad otra vez la señora con más rabia aún.
    -También lo sé: eres una engreída que no merece estar en el lugar que está.
Nuestra amiga el ave observaba la discusión desde cierta distancia pero no intervino.
    -Está bien –dijo la luna –me iré hasta aquel rio de allá para ver el reflejo de mi resplandor en el agua.
    -Y piensas que te dejaré.
    -¿Qué vas a hacer en contra de mis deseos?
    -Ve hasta el rio y verás.

La novia del sol llegó a su destino y detrás de ella la nube gris le pisaba el rastro. Esta miro hacia atrás y no le agrado ver a la gris.
    -¿Por qué no vas a molestar a otro lado.
    -Porque ya te encontré para hacerlo- respondió la nube y se interpuso entre la luna y el río.
   Las hermanas de la gris venían todavía lejos.
    -Mira –dijo una a las otras -. Allí la mayor de nosotras está molestando a la novia del sol. Ayudémosla, vamos.
    -Sí vamos –consistieron todas.
Cuando se le acercaron la nube gris se percató de que sus hermanas venían en su ayuda.
    -Mira lunita, te vamos hacer llorar. Ya verás –dijo y empezó a reír con ironía.
Al verse opacada se acordó la luna de su guardián y se preguntó si todavía estaba dispuesto a ayudarle.
    -Por favor avecilla, ¿me puedes ayudar?  -gritó.
    -Con gusto novia del sol pero aprende que aun los más grandes necesitan algún día de los más pequeños.
    -¿Y qué harás? –intervino amenazante la gris.
    -Espera y verás- le respondió el ave y se alejó veloz hacia un intrincado lugar del monte donde sabía que encontraría un árbol lleno de espinas. 

Entre sus alas tomó una y regresó al cielo junto a la luna. Pinchó a la gris que estaba por el norte y la demás intentaron huir cuando vieron que la hermana mayor se empezó a desvanecer. El ave logró pinchar a unas siete más mientras que las otras lograron ponerse a salvo. Después el valiente defensor regresó junto a la luna que ya se erguía en el centro del ancho cielo.
    -Gracias pequeña amiga –dijo ésta, inclinando el rostro de vergüenza.
    -Cumplí con mi deber.
    -Nunca olvidaré lo que hiciste por mí.
    -No hay de qué señora luna.
   En lo que restó de la noche no hubo más problemas y los hijos del viento  no tuvieron más opción que irse a dormir a otro lado. Las nubes sobrevivientes estuvieron muchas noches sin poder salir presas de un terrible miedo. Cuando amaneció la esposa del viento saco desde su casa a la lluvia una vez más y le ordenó no regresar hasta que la tarde cayera.
    Nuestro amigo durmió profundamente todo el día y al cesar la lluvia el señor arco iris volvió a tocar en el árbol para conversar con él.
    -¿Todavía duermes? –gritó como de costumbre.
    -Ya no –dijo el avecilla saliendo fugaz -. ¿Cuál es el tercer trabajo?
    -Tiempo habrá para que sepas. Dime ahora ¿Cómo te fue la mágica aventura con la Hija de la noche?
    -Al principio pensó que yo no podía ayudarla pero después le demostré todo lo contrario. Ahora dígame Señor Arco Iris –insistió el pequeño amigo– ¿Cuál es mi tercer trabajo?
    -Ya está cumplido. ¿Qué color quieres?
    -¡Ya! ¿Cuál fue? –preguntó confusa el ave.
    -demostrar que le tienes confianza a mis palabras.
    -a veces sabes  si existe la verdad al mirar las palabras de quien la dice –dijo el ave al señor Arco Iris.
    -Entonces cual eliges.
    -No sé decirle. Elíjame el que usted desee.
    -Está bien. Vuela hacia el cielo y cuando estés muy alto déjate caer a merced de la poca luz que queda del sol. No olvides cerrar los ojos.
   
La pequeña ave obedeció al instante mientras desaparecía el señor arco iris. Su vuelo fue apresurado como si se quisiese coger las alturas para sí solo. Siguió subiendo más y más. Luego miró hacia abajo y no tuvo miedo de la distancia. Cerro sus ojitos como le habían ordenado dejando de mover sus alas. 

La gravedad reclamó el cuerpo y comenzó a descender. Mientras lo hacía los rayos del sol que ya empezaban a desaparecer se refugiaron entre sus plumas que fueron transformadas al momento en un lindo azul que se le extendió primero por todo su cuello, luego por las alas y ya no era tan pálido como hacia unos segundos atrás. Una voz en el viento le susurró que abriera los ojos y que se mirase en el río. Rápidamente los abrió y empezó a revoletear para no estrellarse contra el suelo que ya le quedaba a pocos metros. Teniendo confianza se dijo a sí mismo que con solo verse las alas le era suficiente para creer en el regalo del arco iris. La voz volvió y le insistió en un fuerte viento.
    -Mírate en el río –le dijo.
    -Está bien, está bien, voy –respondió a la orden dirigiéndose al riachuelo.

Al mirarse en la corriente pudo ver por primera vez su cuerpo enteramente coloreado en el elegante azul. Cuando el sol vino nuevamente a la mañana siguiente todos quedaron asombrados por ver a la nueva ave que ya  tenía color. La noticia se esparció rápidamente por toda la región y durante muchas semanas se mantuvo vigente. El ave fue feliz desde aquel día todos los años que vivió.

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