martes, 11 de diciembre de 2018

Un cuento sobre cómo trabajamos los cubanos en algunos lugares y seguimos orgullosos de ser hijos de esta tierra, de luchar todos los días.

Una tarde, de las que la Diana elegida se ´´fractura´´ y nos quedamos a la deriba
Seis y media de la mañana.

   Empieza a llenarse la parada como nunca.

   -Jamás en la vida había visto tal cosa –me dice Carlos Daniel quien viaja hacia la capital guamense todos los días.
   -Esto no es nada -le digo-, deja que no venga la guagua y la de Santiago pase para que veas lo queeee se vaaaaa a foooorrmaaaaar aquí compañeros.
Los demás que están esperando se ríen del chiste, no muy bueno pero funciona.
   -Hace algunos días que este viaje está fallando- vuelve a decirme Carlos.
   -No podemos hacer nada más que esperar, le digo de vuelta.

Seis y cincuenta.

   Ya es la hora en que el ómnibus parqueado y cobrado el pasaje éste parte hacia Chivirico sin más ni menos en trayecto de una hora aproximadamente. Hoy, cero guaguas. Empezamos así a preocuparnos.
   Si no cogemos la santiaguera tenemos que tirarnos con algún que otro particular nada más y nada menos y nada más que con quince pesos. El problema no es el costo, es que a veces no lo tenemos y cuando lo tenemos lo ahorramos lo más que podemos.
   Carlos y yo nos sentamos en uno de los bancos. Hablamos del trabajo: él es coordinador en jefe de su puesto laboral y yo empiezo recién nomás a transitar por las sendas del periodismo.          
   ´´Mejor lo cogemos con calma´´ pienso mirando el molote que en torno se ha reunido con la mayor de las esperanzas.

Siete y quince.

   Alguien da la noticia de que la guagua de Santiago está rota.
    -Ahora si que se jodió la chiva -grita un viejo.
   Me paso la mano por la cabeza para evitar estresarme. Nos miramos todos y callamos.
    -Bueno compay –me  dice Carlos Antonio –, al  primero que pase a salarnos para ver si llegamos.
    -Esto se pone malo cada día más -vocea el viejo mientras retruca la mochila contra el pavimento de la parada.

Siete y veinte.

   A la vista el primer particular. Llega, se detiene. El machacante se baja para que desciendan los que se quedan. Alrededor de la portezuela se forma un grupazo con ganas de estar entre los afortunados y poder montarse.
   -Arriba, quince pesos en manos -dice al machacante.
   Carlos agil logra escabullirse y sube. Yo me meto la mano al bolsillo y saco un billete de diez pesos y los extiendo.
   -Es lo único que tengo -explico.
   El tipo me mira antes de aceptarlos. Al fin logro pegar el pie izquierdo en la escalera y a empujones para aquí y empujones para allá, me subo al transporte a las siete y veinticinco de la mañana del 10 de diciembre de 2018.

Siete y cuarenta.

   El carro se mueve a toda marcha. Pienso en los accidentes que ocurren a veces cuando estos cacharros van que no le cabe un alfiler más y encomiendo al Señor que nos guarde. Se me da la oportunidad de sentarme en dos o tres ocasiones pero siempre hay alguna dama a la puedo darle el asiento. La gente cuando se encuentra en esas situaciones no lo piensa mucho y se sientan con el mayor cinismo del mundo. ¿Dónde están los gestos de caballerosidad? Me pregunto indignado pero nada ni nadie me da la respuesta.

Ocho dieciséis.

   Me bajo en el parque donde siempre. Me reviso el pantalón. Tengo marcas de fango y los zapatos que limpiase en la madrugada parecen cualquier cosa menos zapatos. Veremos que nos espera por la tarde de regreso, Dios tenga misericordia de nosotros, me digo a mí mismo.      

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