Una tarde, de las que la Diana elegida se ´´fractura´´ y nos quedamos a la deriba |
Seis y media de la mañana.
Empieza a llenarse la parada como nunca.
-Jamás en la vida había visto tal cosa –me
dice Carlos Daniel quien viaja hacia la capital guamense todos los días.
-Esto no es nada -le digo-, deja que no venga
la guagua y la de Santiago pase para que veas lo queeee se vaaaaa a
foooorrmaaaaar aquí compañeros.
Los
demás que están esperando se ríen del chiste, no muy bueno pero funciona.
-Hace algunos días que este viaje está
fallando- vuelve a decirme Carlos.
-No podemos hacer nada más que esperar, le
digo de vuelta.
Seis y cincuenta.
Ya es la hora en que el ómnibus parqueado y
cobrado el pasaje éste parte hacia Chivirico sin más ni menos en trayecto de
una hora aproximadamente. Hoy, cero guaguas. Empezamos así a preocuparnos.
Si no cogemos la santiaguera tenemos que
tirarnos con algún que otro particular nada más y nada menos y nada más que con
quince pesos. El problema no es el costo, es que a veces no lo tenemos y cuando
lo tenemos lo ahorramos lo más que podemos.
Carlos y yo nos sentamos en uno de los bancos.
Hablamos del trabajo: él es coordinador en jefe de su puesto laboral y yo
empiezo recién nomás a transitar por las sendas del periodismo.
´´Mejor lo cogemos con calma´´ pienso
mirando el molote que en torno se ha reunido con la mayor de las esperanzas.
Siete y quince.
Alguien da la noticia de que la guagua de
Santiago está rota.
-Ahora
si que se jodió la chiva -grita un viejo.
Me paso la mano por la cabeza para evitar
estresarme. Nos miramos todos y callamos.
-Bueno compay –me dice Carlos Antonio –, al primero que pase a salarnos para ver si
llegamos.
-Esto
se pone malo cada día más -vocea el viejo mientras retruca la mochila contra el
pavimento de la parada.
Siete y veinte.
A la vista el primer particular. Llega, se
detiene. El machacante se baja para que desciendan los que se quedan. Alrededor
de la portezuela se forma un grupazo con ganas de estar entre los afortunados y
poder montarse.
-Arriba, quince pesos en manos -dice al
machacante.
Carlos agil logra escabullirse y sube. Yo me
meto la mano al bolsillo y saco un billete de diez pesos y los extiendo.
-Es lo único que tengo -explico.
El tipo me mira antes de aceptarlos. Al fin
logro pegar el pie izquierdo en la escalera y a empujones para aquí y empujones
para allá, me subo al transporte a las siete y veinticinco de la mañana del 10
de diciembre de 2018.
Siete y cuarenta.
El carro se mueve a toda marcha. Pienso en
los accidentes que ocurren a veces cuando estos cacharros van que no le cabe un
alfiler más y encomiendo al Señor que nos guarde. Se me da la oportunidad de
sentarme en dos o tres ocasiones pero siempre hay alguna dama a la puedo darle
el asiento. La gente cuando se encuentra en esas situaciones no lo piensa mucho
y se sientan con el mayor cinismo del mundo. ¿Dónde están los gestos de caballerosidad?
Me pregunto indignado pero nada ni nadie me da la respuesta.
Ocho dieciséis.
Me bajo en el parque donde siempre. Me
reviso el pantalón. Tengo marcas de fango y los zapatos que limpiase en la
madrugada parecen cualquier cosa menos zapatos. Veremos que nos espera por la
tarde de regreso, Dios tenga misericordia de nosotros, me digo a mí mismo.
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