viernes, 12 de abril de 2019

Rubio

Caricatura de Armando Rubio

Para él éramos “catetos a la hipotenusa”, los que no disparábamos ni un chícharo en sus clases de matemáticas y lleno de ira se le ponía la cara roja de rabia cuando mandaba a algunos (y especialmente a mi primo Ernesto recuerdo) a la pizarra, pero estos para joder hacían mal los ejercicios, a veces por no saberlos de veras, otras por solo llevarle la contraria. Los muchachos incluyéndome a mí, que quedaban de la parte de acá, de las sillas y mesas en condición de espectadores, gozábamos de lo lindo con el espectáculo hasta prácticamente orinarnos de la risa. Su nombre era (es) Armando Rubio y ya tenía unos cuántos años dando sus lecciones de “tangentes y directrices” en aquella secundaria básica en la que algunas semanas atrás había yo ingresado contento de ir vestido de uniforme amarillo, muy distinto éste al que había llevado durante seis años previos amarrándome al cuello pañoletas azules y rojas. Corría por aquel entonces el primer mes del ciclo lectivo 2002-2003 en la Ciro Redondo García en un lugar llamado Caletón Blanco.

No poseo ninguna fotografía del profesor de quien les hablo. Solo esta caricatura que le hiciera Zulema García Prado, una Instructora de Arte amiga mía en la especialidad de Plástica tiempo antes de que se retirara definitivamente hará menos de tres años. Compartí con Rubio no únicamente siendo su alumno y en el octavo grado que fuera mi profesor general integral, también tuve el placer de tenerlo como compañero cuando cursaba mi cuarto curso de  estudios pedagógicos y me tocara hacer las prácticas docentes en aquel centro donde hiciera mis travesuras de adolescente. Recuerdo con cariño de este periodo no lejano en mi historia, sobre todo los mediodías en que nos sentábamos a reposar el almuerzo y me contaba anécdotas de  su juventud. Desde mis tiempos de alumno hasta aquellos en los que sin proponérmelo llegué a ser, reitero, un compañero de trabajo más a su lado, a este inolvidable educador todos sin excepciones brindaban gigantesco respeto. Nadie podía tacharle ninguna conducta inadecuada que mereciese lo contrario. Comparto con ustedes la caricatura que, archivada entre los papeles de Zulema, recientemente encontrara mientras revisaba con la vista viejos dibujos realizados por ella.

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