Por las cosas que pude deducir,
ella sabe que ser profesora en la universidad demanda un estudio bien fuerte de
las materias y sobre todo, dominio perfecto a la hora de impartirlas. Estas
conclusiones la saco de los más de noventa minutos en los que magistralmente
defendió la primera clase, en un diplomado de infocomunicaciones que recibimos
en la Universidad
de Oriente, un grupo que trabajamos en el sistema radial santiaguero. Todo
perfecto: vuelvo a sentirme un alumno de esta casa de altos estudios luego de estar ausente de estas aulas por
tres años. A lo lejos en la pared, el reflejo del datashow en el que la docente universitaria se apoya
para ir decodificando sus informaciones, que más tarde copiaremos en nuestras
usebés.
De pronto ella misma lo nota pues
a pesar de que cuando preparas algún material, y tienes que usar procesadores
de textos y que estos te ayudan a escribir sin saltarte las reglas ortográficas,
se da cuenta de que ha cometido algunos errores en el procedimiento. Nadie, o
al menos en mi caso, le importa que esto suceda y sea la causa para que se vea
lo que está exponiendo como un fracaso. Porque como dije al principio sabe lo
que dice, por qué lo dice y para qué lo dice. Pero no puedo dejar de pensar en
el hallazgo: ¿faltas de ortografías digitales? Acto seguido lo escribo de la
parte superior en la libreta de notas para no olvidar el tema. ¿He entonces descubierto
que las faltas también han saltado del papel físico a la hoja electrónica? Nunca
me había pasado por la mente.
Quizás el origen fue el descuido
en los momentos en los que tecleaba las diapositivas, pero no dejan de ser
faltas ortográficas de nuestro español milenario, aquel que un día cruzó en
tres calaveras el atlántico para formar sus variantes en las diferentes
regiones del continente, libre del que se hablaba en el reino de Castilla y que
incorporaría tantas palabras de los pueblos aborígenes de la América, aquella que sería
por más de cuatro siglos propiedad de las metrópolis europeas.
Hoy millones de hispanoparlantes escriben en Internet y por todas las esferas
que se asocien con éste último. La humanidad camina en una era informatizada de
la que creo, ni Julio Verne, el padre de la ciencia ficción moderna, pudiese
haber imaginado cuando gestaba sus famosas novelas. Recuerdo las “guerras
educacionales” que nos formaban las maestras en la primaria y secundaria para
que escribiésemos conformes a la Academia
Real de la Lengua Española
pero en lo que respecta a mí cuando alguien me pregunta si tengo muchas faltas ortográficas,
modestamente digo que muy poquitas, pero sí grandemente desfiguración de
letras.
Auque exista modernas
computadoras y que Microsoft Word te subraye en rojo las cosas que escribes
mal, parece que los errores ortográficos no pretenden desaparecer sobre la faz
de la tierra. Tal vez sea el mismo español “nuestro de cada día” quien tenga la
culpa por tantos grafemas con la misma pronunciación y esas vueltas de la
lengua del compañero Cervantes. ¿Moraleja que he aprendido?: hay que escribir
lo más legítimo posible y hacerle el merecido honor a nuestro idioma materno. Revisar
y revisar mil veces lo que escribes porque, si quieres que te lean, hay que empeñarse
en escribir con las manchas menos posibles.
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