Símbolos que nos identifican como cubanos |
Conversaba no
hace mucho tiempo con un portugués de visita por primera vez en la Isla,
residente éste en la República Francesa donde está casado y trabaja. Su
castellano no muy claro que digamos pero había muchas cosas de nuestro idioma que
decía y entendía a la perfección. Yo, modesto cubano al fin, guajiro
universitario que vive en la Sierra Maestra, sacando a relucir un poquito de mi
riqueza espiritual, empecé a hablarle lo que significa vivir en Cuba en cuanto
a nuestra identidad cultural se refiere y, al pensar que no podría del todo
entender aquello que quería que aprendiese, para mostrarle el origen de nuestro
pueblo actual, tomé el recipiente que llevaba en la mano, lo destapé y le dije:
–Mira, reúnes a
un español, a un aborigen y a un africano. Lo echas aquí, –señalé con el dedo
al recipiente –cierras y lo remueves. La mezcla que sale, ese es el cubano.
El portugués quizás
no me entendió o sonrió por mi ocurrencia. Pero, ¿qué significa ser hijo de la
mayor de las Antillas en estos tiempos entre los tantos retos de los habitantes
de un país, que, observando las cosas que se mueven en el Orbe, tienen que
elegir a veces entre quedarse o irse para mejorar económicamente en tierras
extranjeras en muchos de los casos?
Ser de donde
vivió el hombre sincero, del reino en el que se forjaron las piernas
guerrilleras de otros tantos, no considero que sea una coincidencia para mí ni
muchos menos una deshonra cuando nunca en mi vida he tenido juntos en mis manos
la mínima suma de tan siquiera cuatro mil pesos moneda nacional. Más bien es un
honor de ser partícipe entre los once millones y un tantico que somos sobre la
faz de la tierra. (Lucharla todos los días no es un castigo; lucharla es una
lección de vida que no solo la tenemos los cubanos y maravilloso es cuando
después de tanto meditar el día menos pensado lo entiendes de buenas a
primera).
El cubano puede
tener una mansión con las mejores vistas en ciudades tan populares como Roma,
París, Nueva York, Tokio, Londres pero cubano puro al fin echará de menos a
Santiago, Camagüey, Trinidad. Ser cubano es llevar en la sangre el gen caribeño
donde quiera que se esté, así sea en una cabaña futurista en el planeta Marte.
Seguro estoy que si hubiesen sido cubanos los gladiadores en el antiguo coliseo,
los leones no saldrían de sus jaulas ni amarrados por las bolas. Hubo pueblos
que han sido arrasados y olvidados por la historia; no pasará lo mismo con los
hijos de Martí porque el espíritu impregnado en los guerreros que somos es más
que una potente fuerza.
(Vivimos en una
isla donde jornada a jornada los padres de familia piensan por los suyos. La
gente sale a la calle a batallar, a ejercitar su mente para que la valentía se
les alimente y encontrar motivos para levantarse, para no dejarse caer vencido
cuando los ánimos pierden el ánimo).
El nativo siente
cuando es extranjero que le falta el sol
del Caribe, que el paladar le pide a gritos el café colado casi al lado de la
planta del cafeto sin intermediarios, no aquel capuchino exprés que le venden
en una tienda; siente que los cigarrillos locales no tienen el mismo sabor que
los de la Tierra Prometida tocados con el rocío de la mañana. La música tocada
en los espacios que visita no destila magia si no se les canta un auténtico son
acompañada de unas buenas maracas, guitarra y tres, del tambor con la piel del
chivo y unos buenos bailadores que se muevan a lo cubano. Si los japoneses con
una lengua tan diferente son capaces de gozar con nuestra cultura, ¿qué cubano
no se estremece al escuchar en aquellas comarcas del oriente al son de
Matamoros, Compay Segundo y otros tantos?
¿Por qué ser
cubano es una religión?
Hay elementos
que nos igualan, es verdad; la raza humana es una sola, pero cada grupo humano
a partir de sus orígenes tienen sus particularidades. Era inevitable que
aquellos españoles del siglo XVI con sus ganas, unidos quedasen a los africanos
e indígenas y aquellos mestizos resultantes identificándose con el suelo que
pisaban, empezáramos a creernos, a sentirnos una nueva especie acabada de salir
de las manos divinas.
El gran templo
natural de esta religión, la de sentirse cubano, son los 109 884,01 km² que
tiene este caimán dormido en el medio de las dos Américas. No hay dioses que
seguir (solamente uno). Los decorados son de palmas reales y aves de todo tipo
que en las serranías elevan su canto en los amaneceres. El extenso techo azul
por el día, con su dorada lumbrera que lo atraviesa a la mitad de este a oeste,
inspira a unos cuantos devotos que trabajan desde la madrugada y con la oración
del ´´azadón nuestro de cada día´´ piden a la madre naturaleza que los bendiga
con sus frutos. No faltan en el extenso techo azul del templo estrellas y lunas
llenas para la guajira hermosa que adornada con flor recién cortada alegra al
esposo cuando éste llega al bohío vencido por el cansancio pero gozoso de haber
estado el día con oración en mano.
Para guiarnos
dentro de este gran templo tenemos las ideas del más universal de todos
nosotros para comenzar (aunque también de su tiempo se destaquen otras
personalidades); tenemos intelectuales recientes que sienten en su piel la
genial suerte de haber nacido aquí y no en ninguno de los otros puntos
cardinales; tenemos la convicción y eso nos hace ser príncipes de nuestro
destino.
La religión de
sentirse cubano no es algo que nos haga olvidar de las cosas que carecemos y
por eso tengamos argumentos para echarnos a llorar; la religión de sentirse
cubano es darle valor a nuestras raíces, a lo que tenemos; es vivir frente al
mundo sin vacilar que somos un pueblo sinónimo de resistencia; es creer, creer
y volver a creer en cada generación y no importa la década ni el siglo: siempre
seremos mambises, siempre rebeldes por las causas justas.
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