miércoles, 24 de octubre de 2018

Crónica del pescador



El mar junto a las montañas de Guamá, antes de anochecer
El mar en las noches ya no es azul. Es como un abismo hecho de agua que trae como recompensa muchas cosas buenas y eso el pescador lo sabe. A la orilla lo espera su compañero de viaje junto al bote pero antes, al atardecer, prepara un beso para la esposa e hijos mientras ésta le prepara la merienda de medianoche y una botella de café. La noche se enciende. Los chicos juegan a las escondidas. Una brisa que viene de la costa le anuncia: es la hora de partir. El beso es dado. Calzado de unas buenas botas se aleja. Saluda a algunos vecinos que lo conocen desde que tiene uso de memoria. Camina a lo más dos kilómetros hasta que cruza la carretera para al fin llegar a orillas del abismo.

Ya son tantos los años que lleva pescando que el olor a salitre es fragancia. El sonido de las olas que vienen y van nunca llegarán a asustarlo como aquella primera vez que el viejo lo trajo cuando adolescente. Por aquel entonces a la madre no le gustaba la idea pero desde la muerte del viejo, la vida le dio un giro de muchos grados. El Pepe siente los pasos. Ya desamarra el bote del pequeño embarcadero. Se voltea y lo ve sonreír. El pescador y el Pepe son buenos amigos desde la infancia. Al Pepe no le gustaba para nada el mar. El pescador fue convenciéndolo poco a poco y ya son una tonga de meses juntos. No hay nadie ni amigos que se confíen como lo hacen ambos.

Después del apretón de manos, saludar a los otros que también se preparan  y tirar la mochila en el bote, ambos empujan la embarcación mar adentro, se montan y, como buscando algo, empiezan a remar hasta que las luces de las casas en la costa son puntitos al igual que las estrellas en lo alto del firmamento. A veces el pescador imagina cómo fuese la vida si no existiese Tierra. Recuerda así una película, de esas americanas, en la que pasa algo de parecido.

Sin mucho que decir tiran ambos las redes al agua. El pescador y el Pepe toman durante la noche algunos tragos de café. Para matar el frío el Pepe saca una cajetilla chamuscada con dos o tres cigarros envuelta esta en pedazo de nylon para que no mojen y le brinda uno a su compañero. Mientras fuman la redes se mueven. Ahí vienen los primeros peces, advierte el pecador. Al lado las cajas para echar la mercancía. Uno ayudado por el segundo empieza a subir la red. Pesa algo, dice el Pepe, Hoy si que nos las pusimos. Los peces ya se ven. Tal parece que saben el final. A la luz de la lámpara china brillan como pidiéndole al destino otra oportunidad.

Con sus manos diestras el pescador los saca de la red y los va tirando a la caja. Mañana de seguro que los chicos se divierten de lo lindo comiéndose sus filetes con su punto de limón mientra la madre les dice que se cuiden de las espinas. La escena se repite varias veces. Los años en el trabajo han fortalecido sus brazos. Los brazos de pescador tienen que así pero la cosa no es de ahora para ahorita. El hábito hace al monje.

Las cajas repletas hacen que los pescados atrapados en la madrugada ya no tengan espacio y que estos se resbalen cayendo al piso del bote. Ya tenemos pa´ dos o tres dias, comenta el Pepe. El mar es una bendición de Dios, piensa el pescador. Dentro de algunas horas empezará a despertar el nuevo día. Ya va siendo tiempo de regresar a la base. Uno rema unos kilómetros. El otro, los restantes. Llegan cuando algunos de los demás botes también vienen entrando. El guardia, que igual ha tenido su faena cuidando el área durante la noche los recibe soñoliento. No hay dúo como el de ustedes dos, les grita. Matrimoniados hasta la muerte, responde el pescador soltando luego una carcajada. Sabe que al Pepe no le gustan esos jueguitos y la cara de este se pone seria.

El pescado recolectado le brinda a las familias del pescador y del Pepe respectivamente un almuerzo bien a la costera mientras que la otra parte la venden y así recaudar algo para comprar las cosas de sus respectivos hogares. En la casa lo reciben los chicos que ya se alistan para la escuela mientras la mujer le tiene caliente el agua. El pescador dormirá hasta las once. Vendrá a recogerlo el Pepe entonces. Tienen que mover la mercancía para luego dedicarse al mantenimiento del bote. Su nave, aquella con la que desafía el abismo acuatico en las noches, tiene que estar al cien.               

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