El mar junto a las montañas de Guamá, antes de anochecer |
El mar en las noches ya no es
azul. Es como un abismo hecho de agua que trae como recompensa muchas cosas buenas
y eso el pescador lo sabe. A la orilla lo espera su compañero de viaje junto al
bote pero antes, al atardecer, prepara un beso para la esposa e hijos mientras
ésta le prepara la merienda de medianoche y una botella de café. La noche se
enciende. Los chicos juegan a las escondidas. Una brisa que viene de la costa
le anuncia: es la hora de partir. El beso es dado. Calzado de unas buenas botas
se aleja. Saluda a algunos vecinos que lo conocen desde que tiene uso de
memoria. Camina a lo más dos kilómetros hasta que cruza la carretera para al
fin llegar a orillas del abismo.
Ya son tantos los años que lleva
pescando que el olor a salitre es fragancia. El sonido de las olas que vienen y
van nunca llegarán a asustarlo como aquella primera vez que el viejo lo trajo
cuando adolescente. Por aquel entonces a la madre no le gustaba la idea pero
desde la muerte del viejo, la vida le dio un giro de muchos grados. El Pepe
siente los pasos. Ya desamarra el bote del pequeño embarcadero. Se voltea y lo
ve sonreír. El pescador y el Pepe son buenos amigos desde la infancia. Al Pepe
no le gustaba para nada el mar. El pescador fue convenciéndolo poco a poco y ya
son una tonga de meses juntos. No hay nadie ni amigos que se confíen como lo
hacen ambos.
Después del apretón de manos,
saludar a los otros que también se preparan
y tirar la mochila en el bote, ambos empujan la embarcación mar adentro,
se montan y, como buscando algo, empiezan a remar hasta que las luces de las
casas en la costa son puntitos al igual que las estrellas en lo alto del
firmamento. A veces el pescador imagina cómo fuese la vida si no existiese
Tierra. Recuerda así una película, de esas americanas, en la que pasa algo de
parecido.
Sin mucho que decir tiran ambos
las redes al agua. El pescador y el Pepe toman durante la noche algunos tragos
de café. Para matar el frío el Pepe saca una cajetilla chamuscada con dos o
tres cigarros envuelta esta en pedazo de nylon para que no mojen y le brinda
uno a su compañero. Mientras fuman la redes se mueven. Ahí vienen los primeros
peces, advierte el pecador. Al lado las cajas para echar la mercancía. Uno
ayudado por el segundo empieza a subir la red. Pesa algo, dice el Pepe, Hoy si
que nos las pusimos. Los peces ya se ven. Tal parece que saben el final. A la
luz de la lámpara china brillan como pidiéndole al destino otra oportunidad.
Con sus manos diestras el
pescador los saca de la red y los va tirando a la caja. Mañana de seguro que
los chicos se divierten de lo lindo comiéndose sus filetes con su punto de
limón mientra la madre les dice que se cuiden de las espinas. La escena se
repite varias veces. Los años en el trabajo han fortalecido sus brazos. Los
brazos de pescador tienen que así pero la cosa no es de ahora para ahorita. El
hábito hace al monje.
Las cajas repletas hacen que los
pescados atrapados en la madrugada ya no tengan espacio y que estos se resbalen
cayendo al piso del bote. Ya tenemos pa´ dos o tres dias, comenta el Pepe. El
mar es una bendición de Dios, piensa el pescador. Dentro de algunas horas
empezará a despertar el nuevo día. Ya va siendo tiempo de regresar a la base.
Uno rema unos kilómetros. El otro, los restantes. Llegan cuando algunos de los
demás botes también vienen entrando. El guardia, que igual ha tenido su faena
cuidando el área durante la noche los recibe soñoliento. No hay dúo como el de
ustedes dos, les grita. Matrimoniados hasta la muerte, responde el pescador
soltando luego una carcajada. Sabe que al Pepe no le gustan esos jueguitos y la
cara de este se pone seria.
El pescado recolectado le brinda
a las familias del pescador y del Pepe respectivamente un almuerzo bien a la
costera mientras que la otra parte la venden y así recaudar algo para comprar
las cosas de sus respectivos hogares. En la casa lo reciben los chicos que ya
se alistan para la escuela mientras la mujer le tiene caliente el agua. El
pescador dormirá hasta las once. Vendrá a recogerlo el Pepe entonces. Tienen
que mover la mercancía para luego dedicarse al mantenimiento del bote. Su nave,
aquella con la que desafía el abismo acuatico en las noches, tiene que estar al
cien.
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