De aquellos milagros que hay en la naturaleza,
disfrutar del amanecer es uno de mis favoritos. Ese acto de grabar el
nacimiento en mi memoria del día no tiene igual comparación ni emoción. Cada
una de las cuatro esquinas de este planeta llamado Tierra tiene sus formas
particulares de amaneceres. Los escenarios, geográficamente distintos. Pero los
resultados de sentirlo siempre es el mismo para la gente que se sabe sensible
ante tal magnificencia.
Aquellos que son observados desde las costas
entre mezcla de olas y sal que se te pega al cuerpo, son los que les toca en
suerte al que vive en tierras bañadas
por los mares en el mundo entero. Tal suerte que tenemos los hijos del
municipio Guamá que como ya sabemos, lleva un extenso litoral de 157 kilómetros
aproximadamente.
La luz de un sol parece despertar.
El ruido del agua en su venir e ir se estrella
contra la arena y revuelca las piedras. El espectador con cámara en mano una
mañana de domingo a las seis y cincuenta y pico sintiendo también la ilusión de
ser el único en el mundo para protagonizar el acto.
La luz parece oro. El espectador hace algunas fotografías
para quedar luego mirando hasta que los rayos del sol le hieren las pupilas
pero no importa y sigue mirando.
“Nadie sabe”, se dice a si mismo, “cuando pueda
ser la última vez de ser el testigo de algo tan exquisito.”
Es inevitable pensar entonces lo breve que son nuestros pasos en la vida, que debemos, y es de sabios y bienaventurados entender que vale la pena aprender a reír que nos es más muy útil aprender a olvidar la tristeza.
Es inevitable pensar entonces lo breve que son nuestros pasos en la vida, que debemos, y es de sabios y bienaventurados entender que vale la pena aprender a reír que nos es más muy útil aprender a olvidar la tristeza.
El sol, que parece de oro |
La primera fotografía |
A lo lejos la superficie de las profundidades del Caribe |
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