Palma Real Cubana: Señora de los Cielos de la Isla |
Desde niños los cubanos estamos
expuestos a escuchar fabulosas historias sobre los mitos y leyendas que pueblan
el imaginario tan único que tiene la mayor isla de las Antillas. Sabemos
entonces de brujas que en los poblados vuelan en sus escobas por encima de lo
cines, de cagüeiros, de fantasmas que erizan la piel en los cementerios bajo la
luz de la luna llena y de cadenas que arrastran los condenados, de la muerte de
alguien cuando canta la lechuza y les decimos solavaya, pero escuchar al menos
yo de que los desmochadores, aquellos que desafían la gravedad y se suben a lo
alto de las palmas, tienen que despertar a esta para cumplir sin ninguna
novedad la riesgosa tarea, eso si que me cogió de sorpresa.
Les cuento bien:
Después de atravesar la fatigante
hora y algo que supone regresar a casa luego de un arduo día de trabajo, me
llegué un momentito a visitar a mi amiga Cristina. Camino los metros que
separan la parada de su residencia y cuando atravieso la portería de hierro veo
que en la sala de su humilde morada está sentado un señor. Cristina me advierte
y viene a saludarme. Al señor no lo conozco. Solo me limito a decirle: Hola,
que tal. Mi amiga me dice que ha aprovechado la tarde para lavar una tanda
buena de ropas y que a la misma vez le prepara la comida a su esposo Eduardo
que se está al ir a pescar. Le fríe algunos pescados de la noche anterior, eso
lo sé por el rico y delicioso que sale de su cocina. Me dice que me siente, que
ahora vendrá a atenderme. Cristina desaparece de escena por al menos dos
minutos y luego viene y se sienta al frente de mí y el señor.
-La cosa está mala Robe -le dice al
señor- hoy vinieron con la noticia de que por El pinar hubo un accidente. Un
joven como de veinte años se cayó de una palma. Son pocos los que sobreviven a
tal caida.
-Yo sé de un caso que sí
-intervengo-. Hoy anda con muletas pero no le fue nada fácil recuperarse.
-Yo fui desmochador durante muchos
años y nunca tuve problemas. Yo despertaba a las palmas primero -dijo el señor
de un solo tirón.
-Despertar a las palmas? - pregunte
curioso.
-Sí mijo, antes de subirse a las
palmas quien los hace tiene que despertarla.
Sentí que tenía delante una buena
historia. No lo pensé dos veces y le pregunté si me podía contar sobre eso y si
me dejaba grabarlo. Me dijo que sí. Enseguida saqué mi Alcatel acercándome para
que saliera esto:
´´- ¿Cual es su nombre?
-Roberto.
-¿Usted fue desmochador dice?
-Exacto, estuve en esas funciones
más de veinticinco años.
-¿Y como es eso de que a las palmas
hay que despertarlas para desmocharlas?
-Yo llegaba, cogía al tronco y
miraba para arriba. Si la veía que estaba quieta, le daba una palmada de lado a
lado y la despertaba.
-¿Y por qué hay que despertar a las
palmas?
-Porque estaban dormidas. Cuando le
daba de lado a lado y las ramas empezaban a dar vueltas, era que yo hacia las
gestiones para poder subir.
-¿Hay algo de extraño en que las
palmas no se despierten cuando alguien va a subir?
-Ah, cuando tú vas pa rriba y ve que
no se despiertan, pues no las suba.
-Pero, ¿por qué, cual es la razón?-
insisto.
- Un capricho.
-Pero, ¿un capricho de viejo?
-Sí, de viejo. Un capricho porque
los viejos somos así, un tanto supersticioso, entiendes?
-Entonces, ¿quiere decir que usted
cuando comenzó joven a desmochar, los mas viejos le hicieron saber que a las
palmas habían que despertarlas? Hábleme de esto
-Óyeme mijo, en sí, yo salía a unos
cuantos lugares a desmochar. Me iba hasta Palma Soriano y me estaba por allá
cuatro o cinco días desmochando.
-Pero dígame, ¿con quien usted
aprendió que había que despertar a las palmas?
-Eso fue con un tío mío.
-¿Y qué le decía su tío?
-Que las generaciones, aquellas que
le antecedieron en el oficio siempre le dijeron eso: ´´ no te puedes subir a
desmochar si no las despiertas ´´. Con él fue que yo aprendí y me enseñó lo que
debía da hacer. Ahora el tiempo ha pasado y hasta el momento soy yo el que digo
que no voy más.
-¿Todo el mundo sabe esto?
-No, poca gente lo sabe porque no
todos tienen la costumbre y así tientan a la suerte. Los momentos en los que yo
me subía nunca me olvidé del asunto. Llegaba y si las veía normal no había
problemas: le metía la soga. Pero habían días que llegaba hasta mediación y
veía que la soga empezaba a patinar me
decía: no voy a desmochar hoy.
-Entonces, ¿quiere usted decir que
había días en que las sogas patinaban?
-Así mismo como te lo cuento.
-¿Tenía esto que ver con algún mal
augurio?
-Exactamente, sentía que andaba
rondando algún problema.
-Me dijo usted que se le daba una
palmada a la palma. ¿Con que lo hacía, con la mano o con el machete?
-No con el mocho, era con estas
viejas manotas que usted ve aquí, mire.
-¿Y nunca tuvo miedo de subirse a
las palmas?
-Jamás. Claro, siempre me cuidaba al
máximo. Porque es una cosa que no tiene orqueta. Son nada más usted y el valor
suyo los que van pa´ rriba.´´
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